La Madre Naturaleza anda revuelta en Japón. Hace unos días, este mismo mes de noviembre, nos despertamos sobresaltados con la siguiente noticia: de buena mañana, un oso se plantó en la entrada de la estación de tren de Miyako, en la norteña prefectura de Iwate, en pleno centro de dicha localidad.
El animalito tal vez querría sacarse un billete para el tren bala, no lo sabemos. Tampoco se sabe qué ha sido de él, ya que desapareció antes de que a las autoridades competentes les diera tiempo a personarse en el lugar para hacerse cargo de él.
Afortunadamente, esta vez no ha habido que lamentar daños personales. Todo ha quedado en un susto. Menos mal, porque en lo que llevamos de 2025 ha habido un total de 196 heridos por ataques de osos… y nada menos que 13 muertos, que se dice pronto. Este incidente en Iwate es solo uno más de la auténtica oleada de encuentros en la tercera fase con estos animales que está azotando a ciudades y pueblos de todo Japón.

En los últimos tiempos, los osos están abandonando su hábitat natural para adentrarse cada vez con más descaro en los núcleos urbanos. La epidemia es especialmente virulenta en las prefecturas del Norte del país, más montañosas y agrestes, pero esto no es un problema exclusivo de las zonas de campo. Ni siquiera urbes tan populosas como Tokio o Kioto se libran del ataque de los osos.
En Kioto se han llegado a avistar osos en los alrededores de Arashiyama, uno de los enclaves más turísticos de la ciudad, y el ayuntamiento se está planteando sembrar el lugar con carteles de aviso en varios idiomas, con advertencias y consejos para saber cómo debes actuar si te topas de bruces con un oso en mitad del famoso bosque de bambú. Que, tal y como están las cosas, ahora mismo es una posibilidad nada descartable.

A veces se nos olvida pero, en el ultramoderno y tecnificado Japón del siglo XXI, gran parte del territorio está cubierto de bosques y montañas. El país del Sol Naciente es un lugar muy agreste, y hasta grandes ciudades como Tokio, y no digamos Kioto, están rodeadas de montes y bosques impenetrables.
Si bien es muy poco probable que llegues a encontrarte con un oso en mitad del cruce de Shibuya, en algunos barrios de las afueras de Tokio, a apenas 45 minutos en tren desde el centro, estos animales rondan habitualmente por las vías del ferrocarril en busca de comida.
A principios de este año, en Akita, de nuevo otra prefectura norteña, se dio un caso especialmente sonado. Un oso se coló en un hipermercado en plena madrugada y, cuando los empleados llegaron de buena mañana para subir la persiana, se encontraron con el percal.
El oso se había hecho fuerte en la sección de congelados, donde tenía comida de sobra, y no hubo manera de sacarlo de allí en varios días. Al final, lograron acertarle con un dardo tranquilizante y lo evacuaron en una jaula especial, para finalmente acabar sacrificándolo. El incidente tuvo en vilo a todo el país.

En realidad, siempre ha habido problemas con los osos en Japón. Cada cierto tiempo, podías encontrarte en las noticias con algún suceso de tipo: abuela de ochenta años pone en fuga de un escobazo a un oso que le sorprendió mientras trabajaba en su huerto.
No es broma; es una noticia real de hace unos cuantos años. En las zonas rurales, este tipo de encuentros eran algo más o menos habitual. Y, generalmente, el asunto no pasaba de ser una anécdota más o menos divertida. Cosas que pasan en Japón.
De vez en cuando también podía haber alguna víctima mortal, algún montañero con mala suerte que se encuentra con una osa y sus crías, y se desata la tragedia. Pero ese tipo de casos siempre fueron muy excepcionales. Hasta ahora.
Desde 2022, los avistamientos de osos en zonas urbanas han ido aumentando de manera exponencial, hasta alcanzar cifras alarmantes en este 2025. Trece muertos y 196 heridos en 11 meses son demasiados. Japón tiene un auténtico problema con los osos.
La cosa se está poniendo tan seria que, en una medida sin precedentes, han decidido movilizar al ejército para combatir este problema osuno. No se trata de que vayan a abatir a los pobres animalitos con granadas y ametralladoras, no.
Los soldados, desplegados en unidades entrenadas específicamente para esa función, van a prestar apoyo logístico a los cazadores de las zonas más afectadas. Rastrearán los montes, harán patrullas, transportarán a los cazadores en sus vehículos especiales, y colocarán trampas donde sea necesario. O sea, jugarán a la guerra, pero con los osos como enemigo imaginario.
Para los miembros de las Fuerzas de Autodefensa (la manera eufemística en la que Japón denomina a su ejército), será como salir de maniobras por el campo. Pero, para los paisanos de la norteña prefectura de Aomori, una de las más castigadas por los ataques de osos, la presencia de los soldados seguramente será reconfortante.
Ver a los soldados patrullando los montes les dará cierta sensación de seguridad. Y el gobierno, de paso, se apunta un tanto, demostrando que no ahorra esfuerzos en cuidar a sus ciudadanos. Luego, que el despliegue resulte efectivo o no, ya es harina de otro costal.
Desde luego, los cazadores van a necesitar toda la ayuda que puedan recibir. Japón es un país sin gran tradición cazadora; aquí a la gente, en general, no le gusta mucho salir a matar bichos. Y a los jóvenes, mucho menos. Los pocos cazadores que hay son, mayormente, abuelos de edades bastante avanzadas, que no están ya para muchos trotes. No son suficientes para hacer frente a tanto oso.

Hacen lo que pueden, eso sí. Acuden raudos con sus rifles cuando les llaman, según el estricto protocolo de actuación que las autoridades japonesas, tan amantes de la burocracia y el procedimiento correcto, tienen diseñado para estos casos.
En cuanto se avista a un oso en mitad de una calle, se da la voz de alarma, se acordona la zona y se llama a alguien con licencia de armas (o sea, un cazador) para que se ocupe del animal, preferentemente con dardos tranquilizantes.
Naturalmente, montar estos dispositivos lleva mucho tiempo, y los cazadores no siempre están disponibles (ya que la gran mayoría no son profesionales), así que, a la hora de la verdad, estas medidas no son todo lo eficaces que debieran.
Para colmo de males, si el cazador en cuestión es un pobre abuelete con mal pulso, y no acierta a darle al oso el tiro de gracia, la cosa puede acabar de muy mala manera. Y, a veces, lo hace.
Por eso, en Japón ya se están planteando tomar medidas extraordinarias. La situación lo requiere, de eso no cabe duda. Para empezar han dado a los agentes de policía licencia para matar. Osos, se entiende. A partir de ahora, los polis tienen permiso para disparar sus rifles contra las fieras, cargados con una munición especial. Porque, para abatir a un oso, no sirve una bala de cualquier calibre.
En un país como Japón, con una legislación tan restrictiva sobre las armas de fuego que hasta la mafia yakuza se lo tiene que pensar dos veces antes de sacar la pistola, esta es una medida casi sin precedentes.
Esto no es como Estados Unidos, donde cada cual puede tener en casa un subfusil de asalto y disparar a cualquier despistado que entre en su propiedad. No, Japón impone unas restricciones draconianas al uso de armas de fuego, incluso para los agentes de la ley, y gracias a eso ha logrado mantener unos índices de seguridad ciudadana envidiables.

Pero claro, eso con los osos no funciona. Había que relajar las normas, y es lo que las autoridades han hecho. Ahora, es más fácil disparar cuando la situación lo requiere, sin enfrentarse necesariamente a cargos penales por ello. Claro que, como Japón sigue siendo Japón, tampoco puedes disparar de cualquier manera, ni en cualquier sitio.
Los gobiernos locales han publicado una serie de directrices, meticulosamente detalladas, sobre el ángulo en el que se deben efectuar los disparos y la munición a emplear, para minimizar riegos. Principalmente, evitar que las balas reboten donde no deben y le den a algún transeúnte.
Estas directivas son tan complejas que casi requieren de un manual de instrucciones. Está por ver si, en un momento de máxima tensión como es tener a un oso a tres palmos de su cara, con la adrenalina fluyéndole a borbotones por las venas y jugándose la vida a un sola bala, el pobre tirador de turno va a tener la templanza suficiente como para medir el ángulo exacto en el que efectúa el disparo. En fin, habrá que desearles suerte, porque la van a necesitar.
Y es que ya se han dado casos de cazadores que, tras abatir con éxito a un oso en plena vía pública, han tenido que enfrentarse a cargos penales por haber disparado su arma de manera poco segura. Con semejante panorama, es de imaginar que a muchos se les van a quitar las ganas de colaborar con las autoridades en este tipo de emergencias.
Y es que no solo se arriesgan a que el oso se los coma; es que después les pueden empapelar si resulta que han utilizado munición no homologada, o algún tecnicismo por el estilo. La letra pequeña, en Japón, le puede hundir a uno la vida.

Tengo algunos amigos en el cuerpo de guardabosques de Akiruno, en las afueras de Tokio, y ellos lo tienen claro. Los osos están perdiendo la vergüenza, se han dado cuenta de que es más fácil bajar a los pueblos para agenciarse los restos de comida que dejamos los humanos, que andar triscando por el monte en busca de bellotas. Cada vez hay más gente y más casas, el hábitat de los osos se reduce, y los recursos del bosque escasean. Los animales tienen que buscarse la vida, aunque eso signifique acercarse más de la cuenta a las personas.
Además, la población de osos en Japón está creciendo hasta límites casi insostenibles. Cada vez hay más y, al no contar con depredadores naturales, campan a sus anchas por donde quieren. Pero, al ser tantos, a veces no hay comida para todos, y eso los empuja a ampliar sus horizontes. A dejarse caer por los núcleos urbanos para buscarse el sustento. Es un círculo vicioso, que solo redunda en más y más encuentros problemáticos con estos animales.
Bueno, pero, a la hora de la verdad ¿en qué puede afectarle todo esto al viajero que esté de visita por Japón? Pues, en principio, si solo piensas pasear por el centro de Tokio y visitar las tiendas frikis de Akihabara, no tienes mucho de qué preocuparte. Pero, si eres de los que les gusta el senderismo y las rutas por la naturaleza, mejor andarse con ojo. Porque los osos no hacen distinciones entre turistas y lugareños.
Sin ir más lejos, en octubre de 2025, un turista español fue atacado por un oso mientras le sacaba una foto a las famosas caseríos típicas con tejados de paja de Shirakawa-go, en la prefectura de Gifu. Uno de los lugares más turísticos y populares del Japón rural. El oso, una cría de mediano tamaño, acometió al hombre por la espalda y le provocó heridas leves en el brazo. Afortunadamente, la cosa no pasó de ahí.

Para tener un mal encuentro no hace falta irse a hacer rutas de alta montaña, ni perderse en los bosques del Norte de Japón. Incluso en algunas zonas del extrarradio de Kioto, o incluso de Tokio, te puedes llegar a topar con un oso. Pero tampoco hay que preocuparse más de lo necesario, que no cunda el pánico. A no ser que te metas en sitios muy remotos y agrestes, es poco probable que te salga al paso uno de estos animales al paso. Generalmente, rehúyen al ser humano. Pero, últimamente, se están envalentonando. Así que es una posibilidad que no conviene descartar del todo.
A continuación, te damos algunos consejos prácticos para que puedas disfrutar de tus paseos campestres por Japón sin jugártela más de la cuenta. Pero recuerda: en estos casos, la mejor medida de prevención es el sentido común.
Para empezar, hablemos de los tipos de osos que te puedes encontrar en Japón. Afortunadamente, la especie más abundante es de un tamaño más bien pequeño, al menos comparada con sus congéneres de Europa y América. Se trata de una subespecie del llamado oso negro asiático, presente en todas las islas del archipiélago nipón salvo en Kyushu.

Mide entre 1,30 y 1,90 m de longitud, con un peso de 100 a 200 kg, y se caracteriza por su pelaje negro en todo el cuerpo, interrumpido únicamente por una banda de color más claro (a menudo blanca) en el pecho. A primera vista puede que no parezca muy amenazador, pero no te dejes engañar por las apariencias. Es un bicho perfectamente capaz de acabar con un ser humano adulto. Pequeñito, pero matón.
En Hokkaido, la isla más al Norte del archipiélago japonés, la cosa se pone más peliaguda. El oso que habita esas tierras es el denominado oso pardo de Ezo, pariente de los grizzly norteamericanos y de un tamaño bastante más grande que sus primos del resto de Japón. Estas bestias pueden llegar a pesar hasta 400 kg, y son depredadores temibles. Todos los años se cobran alguna víctima en las montañas de Hokkaido, generalmente senderistas poco preparados.

Ahora que conocemos a nuestro potencial enemigo, vamos a ver cómo podemos mantenerlo alejado. Estos consejos los hemos sacado directamente de profesionales del asunto, expertos guardabosques de las zonas montañosas de Tokio.
Siempre que vayas al monte, lleva contigo una campanilla, un cascabel, o cualquier cosa que haga ruido constantemente al caminar. Si son varias, mejor. Así, el sonido alertará a los osos de tu presencia y los mantendrá alejados. Un silbato, una radio o, simplemente, poner música en el móvil a todo volumen también puede resultar efectivo.

Si puedes, llévate un bote de spray repelente de osos. Los venden por internet, no son caros, y pueden salvarte la vida. Tenlo bien a mano, para poder sacarlo rápidamente si es necesario. Y ten cuidado, porque solo es efectivo a unos pocos metros de distancia, cuando tienes al oso casi encima.
Es un recurso para situaciones desesperadas, cuando el bicho está ya muy cerca. Se trata de rociarle el morro y los ojos con el spray, que contiene pimienta y sustancias irritantes, para así ponerlo en fuga. Es muy efectivo, pero hay que usarlo con cuidado: si el viento viene de cara, puede que acabe afectándote también a ti.

A los osos les atrae el olor a perfume y detergente. Mejor no ir al monte con demasiado potingue en la cara, ni con ropa recién sacada de la lavadora.
El olor a comida atrae a los osos, así que mejor no saques el bocata y te pongas a zampar en mitad del bosque. Si vas de acampada, antes de irte a dormir deja toda la comida y la basura en bolsas cerradas, bien lejos de donde tengas la tienda de campaña. Así, si los osos se acercan en busca de alimento por la noche, se limitarán a hurgar en las bolsas y te dejarán a ti en paz.

Evita ir al monte durante las primeras y últimas horas del día, que es cuando los osos están más activos. Mejor salir a pasear a media mañana, al mediodía o por la tarde. A la noche, mejor quedarse en casa durmiendo.
La época más peligrosa del año suele ser el otoño, cuando los osos andan como locos buscando comida antes de hibernar. Pero, aunque ya sea pleno invierno, no te confíes. A veces, si no han podido encontrar suficiente alimento, o si el tiempo no es lo bastante frío, los osos no hibernan. Siguen vagando por los montes incluso en los meses más fríos. Y, como están hambrientos, suelen tener malas pulgas.
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Por supuesto, si ves a un oso a lo lejos, y especialmente si se trata de una hembra con sus crías, ni se te ocurra acercarte, sacarle fotos, ni gritar para tratar de ahuyentarlo. Aléjate de la zona sin hacer demasiado ruido y sin que te vean. Nada de ponerte a jugar con un osezno que te encuentres por ahí, por muy adorable que te parezca. Su madre puede estar cerca, y no le va a hacer nada de gracia verte junto a su retoño.
Si todas estas medidas preventivas fallan, cosa poco probable pero posible, y ves que el oso se te echa encima, trata de mantener la calma. Hay maneras de salir con bien de semejante entuerto. Aquí van unos cuantos consejos, sacados de los avisos que las autoridades japonesas están haciendo circular por todo el país.
Si aún dispones de cierta distancia, limítate a alejarte despacito. En la mayoría de los casos, el oso te dejará marcharte por donde has venido. Siempre manteniendo la calma, sin gritar ni hacer aspavientos que puedan asustarlo o hacerle sentirse amenazado.

Si lo tienes a unos pocos metros, es importante mantener la calma y no hacer movimientos bruscos. No le des la espalda y, lentamente, aléjate de allí. Si gritas o echas a correr, lo más probable es que el oso se tire a por ti. Muévete despacio y en silencio, trata de demostrarle que no eres una amenaza para él.
Si ves que, hagas lo que hagas, el oso te va a atacar, cúbrete el cuello y la cabeza con los brazos lo mejor que puedas, ya que es uno de los puntos débiles donde los osos suelen atacar. Intenta tirarte al suelo de bruces, con la espalda hacia el oso, hecho una bola y con los brazos y las piernas recogidos. Así protegerás mejor tus órganos vitales y dejarás expuesta una parte mínima de tu cuerpo. Si llevas una mochila a la espalda, mejor que mejor; eso será una protección extra. Con suerte, el oso se cansará después de un par de manotazos.
Algunos montañeros cuentan que han logrado poner en fuga a un oso que les atacaba mediante gritos y, a veces, respondiendo a sus ataques con palos o incluso a puñetazos. Como último recurso puede funcionar, pero mejor no tener que llegar a ese extremo. Antes que liarte a golpes con un oso, echa mano del spray repelente del que hablamos más arriba. En el cuerpo a cuerpo, el bicho tiene las de ganar.

Tampoco queremos alarmar a nadie con todo esto. Japón es un país con una naturaleza maravillosa, montañas increíbles y bosques que parecen sacados de un cuento de hadas. Lo más normal es que puedas visitar esos lugares sin problemas, y no veas un oso ni de lejos. Pero no está de más ser precavido, estar atento a las señales y, si vas a hacer una ruta de monte, emplear un poco de tiempo en hacer los preparativos adecuados. Porque, ya se sabe, viajero prevenido, vale por dos.
