Nunca me apasionó la policía. Bueno, de niño vi con romanticismo lo de ser detective tras una sesión doble en el cine de mi barrio con las dos primeras pelis de Arma letal. Pero se me pasó rápido tras el atracón de palomitas. A quienes no se les va la fiebre por enfundarse el traje de agente es, según varias encuestas, a los niños de Isaan, la región con menos recursos de Tailandia. Es la profesión a la que más chavales aspiran.
No es para menos. Los muchachos de las aldeas pobres ven llegar a los mayores que se han convertido en uniformados de bolsillos cargados y que gastan a tutiplén. Como si los salarios de la mayoría de agentes, que van de los 500 a los mil y algo dólares, en lugar de mensuales fueran semanales o diarios. Al menos eso parece por lo que gastan. La clave, como es fácil de asumir, está no en sus nóminas, sino en lo que arañan bajo mano.
Si la profesión idealizada de los mozos tailandeses con menos dinero es la del sonriente madero, los destinos favoritos de los cadetes para ejercer sus artes suelen ser las zonas de playa. Phuket, Pattaya y Koh Tao, por ejemplo. Y eso que sus uniformes marrones tres tallas menores, con los que lucen embutidos como makineros del Pont Aeri en los años 90, no ayudan a llevar airosamente la brisa cálida de la playa.
Los defensores de la ley recaudan mucho dinero fuera de la ley. Demasiado, en realidad. Muchísimos extranjeros piensan que los uniformados se hacen de oro sacándoles el efectivo a los turistas que van en moto, incumplen alguna norma o simplemente tienen mala suerte. Pero eso es solo la punta de un iceberg que ni el del Titanic. La pasta está en otro lado.
Es muy visible, en todo caso, el asedio al extranjero. Lo más fácil es que sonrientes agentes se pongan en la carretera a buscar a algún viajero con cara de occidental en una moto de alquiler para buscarle las cosquillas, siempre con la idea de pedirle de diez a 20 dólares ante cualquier excusa. Aunque también se lo hacen a los tailandeses, solo que el foráneo paga más fácilmente. “Sabemos que es usted un buen chico, pero es que no lleva los papeles en regla” suele ser la acusación oficial de cualquier agente con ganas de tomarse unas cañas esta noche con tu dinero. Si bien es mucho peor que a uno lo cojan con las manos en la masa en algo que se considere delictivo, pero de eso ya hablaremos más adelante.
Lo dicho; pese a todo, no es cierto que el grueso de los salarios en negro de los agentes los logren cazando a extranjeros. En realidad, la corrupción policial está enquistada en todos los negocios tailandeses, como la Yakuza lo está en Japón. Los agentes cobran dinero a quienes tienen puestos en la calle para vender comida o ropa, también a los bares de copas, a los restaurantes o al negocio que menos esperes.
El problema está tan atrancado que es difícil encontrar a policías que quieran hacer su trabajo bien. Los hay, y son la mayoría fuera de las zonas calientes, pero la mala actitud de las manzanas podridas en el cuerpo estropea cualquier buen hacer. Por supuesto, depende mucho de la comisaría. Por ejemplo, la estación de Thong Lor, en Bangkok, está considerada como una de las más corruptas del país. Si vas por allá, siempre acaban pidiéndote algo bajo mano. Pero en las centrales policiales de barrios secundarios es posible encontrar oficiales serios y dispuestos a ayudar.
Desgraciadamente, lo fácil es topar con los malos. Aunque lo peor del caso es que la policía del país parece más bien el fisco: suelen pedirte dinero cuando menos lo esperas, pero de ayudar poco. Como le pasó a Wendy, una noruega de padres chinos que lleva dos años en Bangkok. Hace unos días, tuvo un problema con un estafador y fue a la estación de Thong Lor. Craso error.
“La policía está para ayudar, ¿no? Si voy a la comisaría han de atenderme, soy una ciudadana”, me dijo desesperada tras haber intentado poner una denuncia infructuosamente. Tres policías se burlaron de ella por haber sido estafada, y un cuarto que quiso cogerle el teléfono en realidad solo buscaba tirarle los trastos.
La pobre Wendy dijo de probar suerte en otra comisaría, pero entre todos tratamos de disuadirla de ello. Al fin y al cabo, cuando un tailandés ve a un policía rondando imagina que nada bueno estará haciendo. O que en lugar de ayudar estará allí para molestar.
Escasez de ingresos bajo mano por culpa de la pandemia
La crisis ha hecho mella en los agentes más corruptos. Por un lado, lo de que no vengan turistas ha dejado sin mordidas a demasiados policías en las zonas de playa. Pero el cierre de los bares y de todo el ocio dejó en paños menores a todos los oficiales que se sacaban su verdadero sueldo en la cara oscura de la ley.
Lo peor es que, con tal de mantener sus salarios en negro, algunos agentes se pasaron de la raya durante los meses de pandemia. A falta de las fuentes habituales de las que sacar mordidas, fueron a robarle a cualquiera.
El pasado mes de agosto, cuando en Bangkok había toque de queda, un tipo me contactó para comprarme un disco y me dijo si podía enviárselo por mensajero una hora antes de que fuera ilegal estar en la calle, que era cuando él llegaba a casa. Y así lo hice. Pero qué sorpresa me llevé cuando, desde la comisaría, me llamó el pobre mensaka porque un agente malcarado decía que la mercancía era ilegal. Sin despeinarse.
“Lo que pasa es que usted no sabe qué es, pero el artículo es totalmente legal”, le dije por teléfono al policía. Daba igual que el mensajero no hubiera cometido delito alguno, el matón con uniforme quería su dinero. Y, finalmente, el pobre currela tuvo que darle 20 dólares para poder irse a su casa y evitar pasar la noche en el calabozo. Todo lo que gana en una tarde.
Al día siguiente se hubiera demostrado su inocencia, por supuesto, pero para evitarse el pagar la mordida hubiera tenido que acceder a pasar una noche entre rejas hasta que a la mañana siguiente se arreglara el tejemaneje. No compensaba.
Mucha gente en Tailandia está mosca con las actuaciones policiales durante la pandemia. Y no solo porque parezca que solo son efectivos para aporrear a los jóvenes que exigen democracia en las calles de la capital. Sino porque, afectados por la falta de sus ingresos habituales, la policía ha cruzado la línea. Y si nunca los agentes gozaron de mucha fama, ahora mismo las redes sociales tratan de desenmascarar a todos los corruptos. Una hazaña titánica, sin duda, pero por algo se empieza.
Protegerse contra la policía tailandesa es prioridad
Cuando alguien dice que va a venir a Tailandia por primera vez es habitual escuchar a quien le diga que tenga cuidado con el picante y que se proteja contra los mosquitos. O que vaya con ojo al cruzar la calle. Pero tan importante -o más- es estar preparado para lidiar con la policía y sus malas artes.
La historia que voy a contar sucedió hace exactamente un mes, en Phuket. La isla que ha servido de proyecto turístico para reabrir el país y donde las autoridades locales forzaron un cambio de actitud total por parte de las fuerzas públicas. Los agentes de inmigración ahora sonríen y se muestran dispuestos a ayudar, y la policía dejó de cobrar mordidas. Pero no pueden decir que no a las minas de oro.
Coincidí en Phuket con dos buenos amigos en la semana en que un colega de profesión decidió venir de visita a la isla. Vino para nueve días, dispuesto a gastar dinero en restaurantes y playas, a alojarse en un hotel céntrico y a llevarse un buen recuerdo de Tailandia. Yo fui a pasar unos días con él y, la tarde antes de que yo regresara a Bangkok, viajábamos en dos motos cuando nos paró la policía en la zona de Kata.
Pasé yo primero por el control. “Hola, muy buenas tardes, ¿puedo cachearle?”, me dijo muy amablemente el primer agente. Como ahora no pueden buscar las cosquillas con asuntos turbios por eso de no molestar al turista, han de centrarse en la Ley para sacar dinero. Alcoholismo en la carretera, no llevar casco en la moto u ocultar drogas son las faltas comunes que los policías tratan de encontrar.
Tras manosearme un rato por los lugares habituales donde esconder algo, el agente me dejó ir. Le comenté que esperaría a mi colega y me sonrió para indicarme que no había ningún problema. Pero sí lo hubo y fue de traca. Cuando el segundo uniformado quiso cachear a mi amigo, lo primero que este hizo fue sacar lo que tenía en los bolsillos, sin ocultar nada. Porque no pensaba que hubiera algo que ocultar, ¿no? Fue entonces cuando el policía abrió la boca y sus ojos brillaron como si hubiera encontrado oro.
—¡Déjeme ver esa pastilla! —gritó el agente cuando vio un pequeño blíster con dos cápsulas en la mano de mi amigo— ¡Estoy seguro que es droga!
—Es solo Alprazolam, el fármaco que uso para la ansiedad.
—Eso es ilegal, ¡es droga en Tailandia!
—Pero si me lo receta mi médico…
—Entonces, ¿tiene usted aquí consigo mismo la carta del médico que certifique que lo necesita?
Se abrió el cielo para los agentes. Había otros tres, y todos se dirigieron con prisas hacia mi colega. Yo veía desde la barrera lo que pasaba, pero no me había percatado del asunto. Cuando llevaban cinco minutos debatiendo y vi que aquello se acaloraba, aparqué la moto y fui a ver qué diablos ocurría.
—¡Está usted detenido por posesión de narcóticos de clase dos! La pena puede ser de dos a cinco años de prisión.
Es muy común haber sufrido en nuestras carnes esa máxima que a algunos maderos españoles, con cierto retintín, tanto les gusta repetir. “El desconocimiento de la Ley no exime de su cumplimiento”. Cuando menos a mí me la han dichos varios capullos vestidos de uniforme que quizás deberían haber elegido otra profesión. Pero lo que puede ocurrir en mi país de nacimiento es un juego de niños comparado con lo que dicha frasecita significa en Tailandia.
Las leyes tailandesas pueden ser un verdadero dolor con el asunto del desconocimiento. Como le pasa a veces a alguien que le da por robar una baratija en un mercado pensando que todo el monte es orégano más allá de su tierra, cuando un hurto menor en este país puede significar ir a la cárcel.
A mi colega le había ocurrido una de las más gordas y que es bastante desconocida. Frente a unos policías hambrientos de mordidas, a quienes sus jefes les habían obligado a no sangrar a los turistas sin motivo tras meses de sequía en el asunto de la corruptela, mi amigo les había puesto en bandeja un caramelito.
Hay leyes tailandesas muy absurdas, como la ilegalidad de ir sin ropa interior. Pero otras muy retorcidas. Una de ellas es que los ansiolíticos están considerados como unos narcóticos tan dañinos como la cocaína. Vamos, que meterse una raya o tomarse un Diazepam puede tener el mismo riesgo frente al juez. Y la posesión ya son palabras mayores.
En un país donde, para los carcas que están en el poder, la psicología o la psiquiatría se consideran cuentos occidentales y frente a las bajos estados de ánimo hay que acudir a la religión, un Valium es el enemigo. Por lo que poseer cualquier ansiolítico supone arresto y cárcel. A menos, claro, que puedas justificar su toma y posesión.
Mi colega mostró un documento en su móvil donde aparecía la receta de su psiquiatra en España. “Eso no vale, tiene que estar en papel y firmado”. Ya curtido en este tipo de pormenores por todo el mundo, mi compa llamó a su médico para ver si podía enviar el papelito de urgencia. Pero el problema estaba ahí. “La Ley en Tailandia dice que ha de estar el recibo médico en papel”, comentó el agente con una copia del código penal visualizada en la pantalla de su móvil.
Pasó más de una hora de charla cuando, finalmente, se acercó un agente aún más sonriente a mí y a mis otros dos amigos, que habían venido a dar el aguante.
— ¿De dónde es vuestro amigo?
— Barcelona, como yo.
— ¡Oh! ¡Barcelona! Qué pena, — rápidamente el agente empezó a hacer gestos con el pie como si manejara un balón— vais a echar mucho de menos a Messi.
El comentarios más típico cuando alguien de por estas tierras quiere hablar de algo que no sea el tiempo. Luego se interesó por la Sagrada Familia, detalle que me sorprendió, y finalmente comentó el día que se comió una paella y le gustó mucho pese a ser amarilla. Estaba haciendo su juego.
—Yo sé que vuestro amigo es un buen chico, se le ve en la cara que es una persona muy bondadosa —miró entonces el agente al suelo y jugó con sus dos dedos índices—, pero es que lo que ha hecho es ilegal, por culpa de tomar ansiolíticos mucha gente en Tailandia enloquece y se suicida.
El comentario fue de una sinvergonzonería descacharrante. Porque en innumerables farmacias del país puede entrar cualquier fulano y comprar ansiolíticos sin receta. Culpar a mi compa solo tenía un motivo: facturar bajo mano con una excusa real.
En el momento en que la policía cambia de discurso y pasa de amenazar con eso del “está usted detenido” a reír y hablar de fútbol y paellas ya sabes que la cárcel no se pisará. A partir de ahí dependerá de cuánto se tenga que pagar si, como era el caso de mi colega, tienen algo a lo que aferrarse. A él le pidieron 30.000 bahts (unos mil dólares), pero finalmente con una tercera parte de ese montante le dejaron ir.
Yo no puedo quejarme. En más de una década driblando las malas artes de los agentes corruptos, solo una vez tuve que pagar cinco euros. Y en realidad era porque iba a 160 kilómetros por hora con el coche, poco dinero me pidieron. Eso sí, me las he visto de todos los colores para evitar mordidas.
Mi recomendación es que no se paguen a menos, claro está, que te metan en un fregado como el de los ansiolíticos de mi compañero de faena. En caso de cometer una infracción, es mejor ir a pagar a la comisaría y no fomentar la corrupción. Se pierde tiempo, pero no se favorece a los de la mordida.
Vigilar al vigilante, o cómo la tecnología expone a los corruptos
He querido dejar lo más importante para el final. El hecho que ha conmocionado a Tailandia y que viene a demostrar que las redes sociales son capaces de hacer mucho bien, pese a que en la mayoría de ocasiones se usen para lo contrario.
Los tailandeses empiezan a estar hartos. Ya no soportan la corrupción de sus políticos y, tras exponer sus debilidades en redes sociales, lo siguiente ha sido ir a por la policía. El asunto tiene su qué, porque el cuerpo armado siempre ha sido muy temido. Los asuntos de las mordidas en las carreteras o los registros inesperados son muy menores con las verdaderas fechorías que se llegan a cometer.
La más grande expuesta fue la de un personaje apodado Joe Ferrari, obviamente por sus gustos extravagantes. Además de vivir en una lujosa mansión en Bangkok, llegó a poseer hasta 42 deportivos, entre los que figuraba algún ejemplar de la marca del Cavallino y también un Lamborguini. Casi nada. Y todo eso con un salario de superintendente de 40.000 bahts, poco más de mil euros.
El bueno de Joe Ferrari no solo no se cortaba de nada, sino que además gozaba mostrándolo al público y fanfarroneando de una integridad moral sin igual. Decía siempre luchar contra las drogas y los males que acechan a Tailandia.
Este indeseable -si se me permite el juicio de valor- obtenía todo el dinero de las maneras más sucias. Hasta que un día alguien tuvo que hartarse en comisaría, quizás el único agente honesto que hubiera por allí, porque en agosto se filtró a las redes sociales la grabación de una cámara de seguridad en la que el superintendente torturaba a un sospechoso de vender metanfetamina. Le acompañaban otros tres individuos con placa.
Con la rabia y la frialdad que exhiben los asesinos en las mejores películas de intriga, Joe Ferrari mató al sospechoso. Lo asfixió con una bolsa de basura, ayudado por sus compinches. Otro día más en la oficina.
Contra todo pronóstico, tras la filtración del vídeo se persiguió a Joe Ferrari y se le está juzgando por asesinato. No es normal que los ricos pasen por la cárcel en Tailandia ni que les caigan las penas que merecen, y en este caso se presentaron pruebas falsas que involucraban a médicos. Pero el país está cambiando, y eso es bueno. Ya no puede aguantarse la mentira y el caso de Joe Ferrari ha demostrado la impunidad que ha reinado siempre en el cuerpo.
En un estudio publicado por Transparencia Internacional el pasado año se relató que casi la mitad de todos los tailandeses tuvo que pagar alguna mordida durante los últimos 12 meses. Pero, cada vez más, los casos graves se hacen públicos. Y a los corruptos se les señala. Porque la gente está harta y quiere una policía más amable y que tenga utilidad. Aunque sea de manera divertida, como el agente de este vídeo, que nos sirve para dejar un mejor sabor de boca a esta historia policial
Para finalizar, decir que desde octubre son solo necesarios siete días en Phuket para luego poder viajar por todo el país. Pero esto es algo nuevo, en mi caso tuve que estar en la isla 14 días. Y sin embargo no me quería ir a Bangkok tras dos magníficas semanas en unas playas que pocas veces había visto tan bellas.
Verdade, pegaram meu dinheiro 2 vezes dia 18 e dia 19 ďe agosto/22, eu ia de moto.