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La crónica cósmica. Cuando regreso a mis rincones predilectos

HASTA PRONTO, TAILANDIA – Kanchanaburi, Tailandia. Voy a irme de Tailandia cuando se van a cumplir dos meses desde que llegué a este país en el que cada vez me siento más a gusto, e igual que me sucede con su comida, que es de las más sabrosas que haya probado. Con vuestro permiso me despediré escribiendo la pertinente parrafada.

Es normal que los jóvenes tengan ideas revolucionarias y pretendan cambiarlo todo a su gusto, tan normal como que los viejos deseen que las cosas sigan como las dejaron cuando eran jóvenes, porque ya está todo a su gusto.

En mi caso, a pesar de ser un viejales, al ir continuamente de un lado a otro me he habituado a adaptarme a las costumbres y al plan de vida de cada sitio (mi hogar está donde pongo el equipaje…); por ejemplo, me gusta la versión moderna de la India y el Nepal.

Pero os confesaré que, cuando regreso a mis rincones predilectos de este pequeño mundo, prefiero que sigan inmutables e igual que la última ocasión que estuve en ellos.

Esta es una de las razones por las que me encanta Kanchanaburi, pues, aunque ha crecido y se ha extendido mucho en su parte moderna, aquí, junto al río Kwai, todo sigue igual año tras año e incluso sucede así con los precios de algunos restaurantes.

El estrecho cul-de-sac por el que se llega a la Sugar Cane Guest House, donde sus pocas viviendas tienen una sola planta, continúa siendo el paraíso de los gatos y, sobre todo, de las gatas, pues siempre está lleno de gatitos que, cuando paso entre ellos, se apresuran, alarmados, a buscar refugio mientras sus madres me observan impasibles.

Aparte del vecindario al que conozco de sobra, en ese callejón vive desde hace mucho tiempo una perra a la que magreo llamándola gorda y holgazana porque son contadas las ocasiones en que mueva el culo, algo que hace lentamente y de manera bastante cómica.

A corta distancia, y en la calle del Pecado, hay un 7-Eleven frente al que un perro, igual de gandul, pasa las horas más calurosas del día tumbado a la bartola gozando del aire glacial que sale por la puerta cada vez que entra algún cliente.

Al cruzar el puente nuevo sobre el río Kwai durante mi paseo matinal, me observan docenas de pájaros que toman el aire apalancados en los cables eléctricos. Allí veo a un cazador de lagartos monitor que, invariablemente, se halla con la mirada puesta en el cauce empuñando una especie de ballesta, dispuesto a matar a los lagartos que pasen nadando por debajo: le niego el saludo porque no me gustan los de su gremio.

Poco después, mientras recorro el vecindario de ricachones que hay en la orilla contraria, paso frente a la verja de una lujosa mansión en la que dos perros grandullones me amenazan desde el jardín con sus gruñidos mostrándome los colmillos.

Los conozco desde hace tiempo, y son muy cómicos porque a veces, cuando la cancela está abierta, salen lanzados a la calle (solitaria y sin el mínimo tráfico) como si pretendiesen atacarme, pero, al llegar junto a mí, me saludan moviendo la cola y olisquean mis manos amigablemente.

Sí, a través de los años, la vida sigue igual en esta parte de Kanchanaburi, pero sobre todo es así en la pensión Sugar Cane, con sus cabañas de bambú, su cuidado jardín y las vistas del río Kwai, cuyo plácido cauce recuerda las aguas de un lago; me gusta contemplarlo al atardecer cuando pasan armando barullo las típicas y esbeltas lanchas locales y las motos de agua con las que se divierten los jóvenes turistas occidentales: son los ratos en que me dedico a la satisfactoria actividad de pensar.

PASO A PASO – Omkareshwar, Madhya Pradesh, India. Invierno de 1988. Continúa de la crónica anterior. Una mañana tuve una agradable sorpresa al ver llegar a mi amigo Hari Guiri, el santón Nara Baba a quien conociese en un prado de Cachemira y acababa de regresar a Omkareshwar después de una de sus peregrinaciones por media India.

Le acompañaba un chela (pupilo) de imponente estatura, al que en Goa habían dejado con lo puesto y actualmente, en beneficio de ambos, se había convertido en su alumno sirviéndole en todo mientras recibía lecciones y manutención gratuitas.

Viendo al servio cumplir constantemente docenas de obligaciones pensé: “Rediós, cuánto me gustaría aprender los conocimientos que acumula el bueno de Hari Guiri, pero seguro que con tanta orden le mandaría a la mierda antes de oír cantar el gallo”. No, yo no pertenecía a la casta de los seguidores, alumnos y subalternos, y ya había dejado claro a unos y otros que mi relación con santones como Ram Das y Kailan Puri se limitaba a una buena amistad.

El Naga Baba me invitó a acompañarle hasta la cabaña que tenía en la jungla, donde vivía bajo un árbol que, según aseguraba, daba muy sanas energías.

La erudición de Hari Guiri tocaba muchos campos, y cuando le comenté que una de mis muelas se había partido en dos y a veces me pegaba dolorosas sacudidas, el santón se apresuró a preparar una mezcla de cenizas y, al entregármela, me recomendó: “Coloca una pizca de esas cenizas en el interior de la muela perforada y déjala ahí durante cinco minutos antes de enjuagarte la boca”. El resultado fue mágico, pues a partir de aquel encuentro, a pesar de que la muela continuó deteriorándose durante muchos meses hasta quedar en nada, dejó de producirme molestia alguna.

Entre la pequeña comunidad de occidentales instalada en Omkareshwar también se encontraba un australiano, amable e ingenuo, de treinta y pico años, que había abandonado temporalmente las tres mil ovejas que tenía en una granja paradisíaca de Tasmania y estaba visitando la India intentando absorber parte de su cultura en pocos meses.

Primero había pasado unas semanas entre los seguidores de Rajneesh; lecciones que pronto dio por terminadas. Ahora, deseando vivir como un chela, y llegado a tan perfecto escenario como Omkareshwar, había aceptado inocentemente como maestro al poco fiable Lal Das: santón del que yo seguía escuchando vergonzosas historias a través de diferentes amigos.

Trabé relación con el buen australiano cuando estaba entregado a la pesada tarea de subir cubos de agua desde el río Narmada hasta la cabaña de Lal Das, quien, según me confesó australiano, ya había empezado a tirarle cables de cariz económico: “Sería muy bueno para tu karma si me pasases unos miles de rupias con las que pudiese construir un áshram muy cuco”.

“La verdad”, me dijo el australiano casi avergonzado, “es que no sé como escapar de la telaraña que ese santón va tejiendo a mi alrededor”. Adiviné enseguida la manera de ayudar al australiano y decidí guiarle hasta la cabaña de Hari Guiri. Tenía claro que harían una buena pareja, ya que el Naga Baba, aparte de ser legal y no pedirle nunca una rupia a nadie, podría realmente transmitir un montón de conocimientos al ingenuo australiano.

En cuanto les hube presentado y hablado de la situación, Hari Guiri, siguiendo las fórmulas tradicionales, le propuso al australiano: “Si lo deseas, puedes ser mi chela”. El otro aceptó encantado, pero todavía dudó en cuanto a Lal Das: “¿Debo ir a explicarme con él para despedirme?”. “Ni loco”, le corté yo; “si te acercas por allí, no te va soltar. Olvídate hasta de dónde vive, y si un día te cruzas con él, sal corriendo”.

En las siguientes visitas comprobé que el australiano y Hari Guiri mantenían una buena relación, y que ante la charla imparable del maestro, que iba desde la filosofía de los Vedas hasta la medicina naturista ayurvédica pasando por el yoga y el sánscrito, el alumno no dejaba de tomar notas en su bloc.

En un momento en que el australiano estuvo a solas conmigo, se apresuró a darme las gracias: “Me has introducido en la India más auténtica y me has presentado al mejor de los maestros”.

MIRA LO QUE PIENSO

  • Una persona sabia e inteligente logrará hacer realidad sus propósitos manteniendo un absoluto anonimato, pues sabrá que desear la fama es una estupidez.
  • El tétrico símbolo de la cruz, que implica tortura y sufrimiento, sólo está en consonancia con las tumbas: los cristianos de la India siempre representan Jesús feliz y sano, y jamás crucificado.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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