La crónica cósmica. El firmamento en una noche estrellada

EL ARTE DE LA CONTEMPLACIÓN. Igual que los vampiros y las termitas, a los marcianitos no nos gustan mucho los tórridos rayos del Sol y, por lo general, sólo salgo de mi cabaña justo cuando empieza el espectáculo de colores crepusculares. Entonces trepo la empinada cuesta que aísla mi actual domicilio, la pensión Park Lodge, y desciendo hasta Kuala Tahan, donde, tras el obligado paseíto, voy a tomar unas Tiger Beer (en botella me resultan más sabrosas que en lata) en la glorieta del único sitio del pueblo en que sirven cervezas, que es, por supuesto, un hostal chino, pues los malayos, como buenos musulmanes, ni, ni, ni, ni.

Allí, teniendo al Río Tembeling por debajo, dejo vagar la mirada por la jungla de Taman Negara que empieza en la orilla contraria. Aunque, en realidad, lo único que veo es un muro verde, el hecho de saber que las dimensiones de ese parque nacional superan los cuatro mil trescientos kilómetros cuadrados me provoca una sensación parecida a la de contemplar el horizonte desde una playa (¡Solitaria, oiga!), el desierto desde un oasis, o el firmamento en una noche estrellada desde un lugar en el que no haya luces eléctricas ni polución del aire.

Esa “estresante actividad”, que forma habitualmente parte de mis rutinas, detona mi desmadrada imaginación; señorita que, por su cuenta y sin que yo intervenga para nada, empieza a darme ideas acerca de lo que esté escribiendo.

Pero cuando a este cóctel de creatividad se le junta que, como sucedió anteayer, yo acabe de poner la palabra fin a la novela de turno (en este caso Y sin embargo, amigos, que empecé el pasado mes de febrero en el pueblo indio de Omkareshwar), es inevitable que en mi mente se inicie la siguiente. De ahí que yo ni exagere ni pretenda ganarme el premio a la productividad cuando digo que termino una novela el viernes y comienzo otra el sábado.

A continuación, mientras ensucio esas primeras líneas, me dedico a la siempre agradable tarea de corregir la anterior. Lo podría comparar al hecho de darle una primera mirada a un bebé recién nacido para ver si te ha salido guapo o feo y constatar si has logrado lo que pretendías. Esa analogía es absolutamente correcta porque siempre se halla de por medio el “amor de madre”, y es inevitable que “mi niño” me parezca en cada ocasión el no da más. ¡Ay, pero qué mono es! ¡Ja!

Igual que el año anterior, durante estas semanas he hecho mis paseos por Taman Negara sin ver prácticamente ningún animal porque, aparte de que la densidad de la vegetación casi te impide ver más allá de tus narices (“¡Exagerado!”), debido a las espectaculares dimensiones del parque, lógicamente sus habitantes preferirán residir donde no haya seres humanos. De todos modos, pude felicitarme al cruzar mis pasos con un tapir, mamífero pinto, grandote y muy pacífico que no se deja ver fácilmente.

Por los sitios que yo paseo, o sea sobre la plataforma que me mantiene aislado de las molestas sanguijuelas que amargan a los excursionistas (nadie les advierte que lleven sal en el bolsillo para acabar con ellas), también hay una tribu de macacos de cola larga que quizás sea la misma que antes corría por los terrenos de la Park Lodge, a la que el propietario, tras cazar pacientemente a cada uno de sus miembros, avisó a los del Servicio Forestal para que los trasladasen al interior del parque. Una tarde, esos cabroncetes me estuvieron bombardeando desde las alturas con unos frutos parecidos a nueces grandotas, de los que me salvé gracias a tener conmigo el imprescindible paraguas bajo el que me parapeté riendo. Lo de llevar un paraguas como un londinense cualquiera tiene que ver con las espectaculares tormentas que caen casi todos los atardeceres y mantienen las temperaturas a un nivel ideal.

En cuanto a “la turisma”, al ser el fin de temporada (sólo volverán a organizarse excursiones a partir del 15 de enero), yo he llegado a ser prácticamente el único extranjero que corre por Kuala Tahan; circunstancia que, como podréis imaginar, me ha parecido de maravilla.

Tras mencionar el fin de la temporada turística, añadiré que, según dicen, cuando empiecen los monzones podrá llover imparablemente varias semanas y, además de que algunas partes de Kuala Tahan (e incluso mi pensión) terminan a veces bajo el agua, la carretera de Jerantut (la única que une esta zona con el resto del país) podría quedar cortada. De forma parecida a cuando el amigo valenciano me habló de Kapas advirtiéndome que esa isla acostumbraba a quedar incomunicada durante los monzones, momento en el que decidí ir a pasar esta estación allí, ahora, al saber lo que sucederá en Kuala Tahan, he empezado a planear hacer igual el próximo año: “¡Y no estaba loco, que no…!”.

Umm, para que comprendáis mejor a qué se deben esas supuestas ideas suicidas, será mejor que os aporte algunos datos acerca de este domicilio ideal que tengo actualmente, en el que, en realidad, no importa tanto la jungla y el diminuto pueblo como la Park Lodge; pensión que consiste en ocho cabañas de madera, que está bordeada por el Río Tembeling, y en la que, como en Pulau Kapas, el silencio sólo es roto por los motores de las pocas barcas que navegan por su curso.

Es un lugar muy solitario en el que los únicos visitantes son los jabalíes que vienen de noche a masacrar el jardín lleno de flores que cubren el aire con sus perfumes. Ayer se cargaron un mango jovencito, daño del que el propietario se rio sin darle la menor importancia.

¡Ah, olvidaba hablaros de uno de esos encuentros en la tercera fase que me encantan! Como si fuese una premonición, había pensado en avisaros que, si alguna vez os dejabais caer por los trópicos y residíais en una cabaña, nunca entrarais de noche en el baño sin encender la luz (cuando mi difunto amigo Toni vivía en Méjico, hacía lo mismo: “¡El alacrán, el alacrán…!”). Anteayer, al ir a echar la última meada antes de acostarme, me encontré con un escorpión precioso. Era negro y mucho más grande que los que había visto con anterioridad en la India (por ejemplo, el que cayó del techo y aterrizó sobre mi pecho cuando ya estaba medio dormido; escorpión al que conseguí meter en un vaso sin que corriese la sangre y que liberé luego en la jungla); tan dulce bichito, claro, era un guerrero, y me plantó cara levantando amenazadoramente las pinzas y la cola: “Ven si te atreves”. A mí me gustan mucho los arácnidos y, antes de cazarlo sin dañarlo, lo estuve observando un rato.

Con vuestro permiso, hipotéticos y sufridos lectores, continuaré un poco más con el tema de los animales.

A pesar de no poner en duda que las plantaciones de palmeras aceiteras sean muy dañinas para la naturaleza, quiero mencionar que a ciertos faisanes y pájaros, y a algunas mariposas, les parecen de maravilla, y su número se ha multiplicado alrededor de esos árboles.

En Tailandia usan un tipo de bombas pequeñas pero muy ruidosas llamadas pingpong para alejar a los elefantes salvajes de las aldeas y las plantaciones. Y cuatro chavales que iban en una pickup por los alrededores de Kanchanaburi terminaron en el hospital cuando, al ver que se les venía encima un macho de largos colmillos, hicieron estallar precipitadamente una de esas bombas: ¡Boom!

Acerca de los elefantes, en alguna ocasión os mencioné que, dentro de la jungla, se pueden confundir sus patas con el tronco de un árbol y, así, tener a uno cerca sin advertir el peligro que se corre hasta que ya es demasiado tarde. Quiero añadir ahora que con una serpiente pitón puede suceder algo parecido, pues son similares a ciertas plantas trepadoras parecidas a gruesas lianas que se enrollan en los troncos.

Y hablando de pitones, ¿visteis el vídeo del guarda forestal indio que llevaba una sobre los hombros creyendo que estaba muerta? El hombre tuvo el mayor susto de su vida cuando resultó que no era así y casi le estrangula. Otro vídeo alucinante es el que muestra a un perro atacando repetidamente (con un par de cojones) a dos leones, un macho y una hembra, junto a los que, debido a su gran tamaño, parecía una pulga. Un caso similar que podéis ver también en vídeo es el de un gato que ataca a una rata de ciudad, y ella, tras plantarle cara, termina persiguiéndole. ¡Ja!

Le conté al propietario de esta pensión, que yo no había visto nunca un tigre en libertad, y él me dijo que durante los veintidós años que trabajó en Taman Negara como guarda forestal sólo había visto a tres de ellos.

MIRA LO QUE PIENSO

  • ¡Qué doloroso es tratar de hacer algo lo mejor que puedes y ser castigado por no lograr aquello que los otros esperaban!
  • No soy envidioso, pero a veces me envidio.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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