La crónica cósmica. Me gusta la cerveza muy fría

AUTÉNTICO – Tumpat, Malasia. En este mundo “modelno” en el que todo es cada vez más artificial y está organizado para aborregarnos, donde las competiciones (deportivas, políticas, empresariales…) están amañadas, donde la publicidad encubierta nos come continuamente el coco, guiándonos hacia el redil para que aceptemos lo que antes nos habría parecido inaceptable, y que votemos a ciertos partidos políticos que acabarán con unos derechos que tanto costaron de conseguir y, en fin, un mundo en el que todo es una patraña que nos convierte o en incrédulos o en imbéciles, sino en ambos colectivos, yo valoro más y más los rincones del planeta que todavía son auténticos y, naturalmente, que también lo son sus gentes, y no los lugares a los que nos llevan de paseo las agencias de viajes cuando hacemos turismo, como las aldeas tribales que en realidad son decorados similares a los de las películas: “¡Ey, que vienen los turistas! ¡Rápido, ponte el turbante y cúbrete los vaqueros con la túnica!”.

Ya dije con anterioridad que el turista es el animal más estúpido de la Tierra. No olvidemos que todos hemos sido turistas en alguna ocasión y que somos lo que hacemos. Los turistas pagan unos precios exorbitantes para ir a sitios y hospedarse en hoteles de los que únicamente habrán visto unas fotos, que quizás estaban trucadas, pues actualmente todo es virtual y nada es real.

Calculo el nivel de imbecilidad que alcanza un turista por el tamaño y peso del equipaje que transporta a través del mundo. Un buen ejemplo de ello lo tuve una tarde en la aislada Park Lodge de Taman Negara al ver venir a una joven británica arrastrando una aparatosa maleta provista de ruedecitas; ese tardío invento adecuado para andenes y aeropuertos, pero no para recorrer un camino forestal o una playa. ¿Da el turista por sentado que ya han asfaltado totalmente la Tierra?

La chica que menciono había venido hasta Kuala Tahan en barca, por el río Tembelin, y, aparte de patearse la cuesta de dos kilómetros hasta la Park Lodge, tuvo que trepar las escalinatas que van desde la orilla del río hasta el pueblo.

Terminaré esta información diciendo que la británica estaba realizando un viaje de seis meses por el Sudeste Asiático, donde las temperaturas persisten por encima de los treinta grados (que debido a la humedad la sensación térmica es de cuarenta) y la única indumentaria que necesitaba sería un sarong y unas sandalias; con lo que es lógico deducir que difícilmente iba a tener ocasión de usar la ropa y el calzado que trajinaba en su gran maleta.

Vaya, vaya, ya os he vuelto a soltar una parrafada cuando, en realidad, solamente pretendía explicaros que Tumpat, el lugar de la costa nororiental de Malasia en que he pasado esta última semana, es de lo más auténtico.

Continuando con lo que os contaba al final de la crónica anterior, al bajar del tren me quedé pasmado al descubrir que me hallaba en medio de unos campos sin que por los alrededores se viese algo parecido a un pueblo ni servicio de transporte alguno. ¡Era algo insólito porque habitualmente las estaciones de los ferrocarriles no suelen estar lejos del centro de la población!

Empeorando las cosas, eran las dos de la tarde y el sol apretaba de valiente. La única presencia humana era un pequeño comercio abierto a los cuatro vientos con el tejado de zinc, al que me dirigí buscando un poco de sombra.

Allí comprobé dos cosas importantes: que el propietario era un joven que hablaba perfectamente inglés y que tenía un coche que, a pesar de no hallarse en las mejores condiciones, podría servirme de taxi.

Cuando le dije que quería alojarme en alguna pensión barata cercana a la playa, me aclaró que la costa se encontraba a ocho kilómetros y que conocía un hostal en el que me alquilarían una habitación por setenta ringgits. En cuanto al servicio de taxi (taksi), me cobraría treinta ringgits (Euro: 4’98 ringgits).

Durante el trayecto hasta la playa estuvimos circulando por calles serpenteantes bordeadas sólo por solitarias viviendas de una sola planta, aisladas entre exuberantes jardines, donde no había nada parecido a un centro urbano ni los comercios o restaurantes que hubiese esperado en un sitio de la costa. Aunque todos los vecindarios por los que pasábamos formaban parte de Tumpat, cada uno tenía su propio nombre.

Mi improvisado taxista cumplió a la perfección como guía turístico mostrándome diferentes zonas y al final escogí la más popular de ellas, Pantai Sri Tujoh, porque tenía varias lagunas de agua salada junto a la playa.

Me hospedé en un resort llamado Senangin en el que estuve de nuevo “solo en casa”, pues no había ningún otro huésped y a la simpática propietaria sólo la veía de vez en cuando. El edificio miraba al norte y hacia la laguna que me separaba del mar, por donde paseé al atardecer o estuve bebiendo el néctar de un coco en alguno de los chiringuitos que había junto a una playa encerrada entre el Mar de la China Meridional y un bosque de pinos. Luego cenaba pescado o marisco en alguno de los restaurantes de la zona, donde aún había más gatos que en cualquier otro sitio de Malasia.

Mis paseos de mañanita los hacia alejándome de la costa, adentrándome por pistas que cruzaban los terrenos de diferentes granjas, en las que había plantaciones de cocoteros, mangos y papaya, y prados en los que pastaban unas vacas gordinflonas y felices. Aparte de los colores de las flores, por doquier primaba el verde.

Un malayo me contó que una vez había visitado Holanda, Alemania y Suiza a principios de otoño para ver los colores enrojecidos que adquirían las hojas, algo impensable en Malasia, donde solamente se podía contemplar el color verde.

Tumpat se halla en una comarca habitada exclusivamente por malayos y, al no haber chinos, tampoco había cerveza.

En Jerantut fui a cenar a un restaurante chino para darme el gusto de comer tocino regado con cerveza (impensable entre los malayos) y observé que en las dos meses que había junto a la mía se daban dos casos muy distintos: aunque ambas mesas (por supuesto redondas como gusta a los chinos) estaban ocupadas por sendas familias chinas, cada uno de los seis miembros de una de ellas, dos jóvenes padres con sus hijos, contemplaba ensimismado la pantalla de su teléfono sin que entre ellos hubiese la menor comunicación; mientras que en la otra mesa, por el contrario, nadie usaba su teléfono y no dejaban de charlar, bromear y reír.

PASO A PASO – Udaipur, Rajastán, India. Otoño de 1987. Continúa de la crónica anterior. Al descender con mis dos compañeros del tren en Udaipur descubrimos que la estación ferroviaria se hallaba en las llanuras y apartada del centro antiguo de la ciudad.

Sin embargo, cuando esperábamos tener que hacer los habituales regateos con los conductores de los triciclos “auto-ricchó”, éstos nos sorprendieron agradablemente peleándose por tener el derecho de llevarnos gratuitamente. Tan insólito hecho no se aclaró hasta que llegamos a nuestro destino y nos enteramos de que, debido a la competencia, los directores los hoteles daban buenas comisiones a los taxistas por cada cliente que les llevaran.

En nuestro caso no nos pudimos quejar porque el oculto hotel Badi Haveli, al que de ninguna manera hubiésemos encontrado sin ayuda, era una preciosidad que en la antigüedad había sido el palacio de un rajá.

Cada una de sus habitaciones disponía de una terraza y de diversas ventanillas que dejaban correr el aire, y su interior, en cuyos muros lucían frescos pintados sin duda por buenos artistas, estaba a diferentes niveles y había rincones que daban a cada cama su propio ambiente. Además, los propietarios, una respetable familia de brahmanes, organizaban conciertos de música clásica india durante los atardeceres. Tanta perfección logró que no nos asustara pagar las cuarenta rupias que costaba la habitación.

Cuando salimos a la calle comprobamos que aquella antigua ciudad estaba llena de monumentos y palacios, a cual más impresionante, de los que destacaba el palacio del maharajá, desde donde se obtenía una vista preciosa del lago y del palacio convertido en hotel que había en medio de aquél. Mi favorable opinión de aquel nuevo y atractivo lugar subió de tono cuando entablé relación con el primer udaipurense: un joven que me invitó a fumar en un chílom (pipa) de exquisito diseño, que se empeñó en regalarme en el cuanto le comenté que me gustaba.

Mientras visitábamos la ciudad invertí sesenta rupias en cinco metros de tela de algodón azul, así como veinticinco rupias en una sastrería donde me confeccionaron mi nueva indumentaria.

Mis pies descalzos se estaban quejando por primera vez desde que, dieciocho meses antes, tirara los zapatos. Sin el menor problema había andado descalzo por la India, Italia, Francia, Cataluña, Canarias, Gambia y por Andalucía, pero ahora, uno de los cientos de pinchos que pisara en el desierto de Pushkar era un puntito negro instalado en medio de la planta de mi pie izquierdo que, molestando cada día un poco más, parecía empeñado en permanecer allí.

No obstante, decidí sobrevivir sin la ayuda de los profesionales de la medicina y ataqué el mal con emplastos de arcilla, esperando que lograran extraer al intruso además de sanar la herida. “No me puedo imaginar usando zapatos de nuevo”, comenté al grupo con el que me había reunido en la terraza superior de nuestro hotel para ver la puesta de Sol mientras fumábamos los obligados chíloms”. Todavía no sospechaba que cuando abandonara Udaipur lo haría calzando unas sandalias.

MIRA LO QUE PIENSO

  • Los que defienden el uso de las armas de fuego deben seguir creyendo que se hallan en el Salvaje Oeste y que manda el que dispara más rápido.
  • ¿Te puedes fiar de alguien que es desconfiado?
  • Me gusta la cerveza muy fría, el té muy caliente, la comida muy picante y la vida muy apasionante.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

Artículos por : Nando Baba

Dejar una Respuesta

Start Typing

Preferencias de privacidad

Cuando visitas nuestro sitio web, éste puede almacenar información a través de tu navegador de servicios específicos, generalmente en forma de cookies. Aquí puedes cambiar tus preferencias de privacidad. Vale la pena señalar que el bloqueo de algunos tipos de cookies puede afectar tu experiencia en nuestro sitio web y los servicios que podemos ofrecer.

Por razones de rendimiento y seguridad usamos Cloudflare.
required





Utilizamos cookies propias y de terceros para mejorar nuestros servicios y mostrarte publicidad relacionada con tus preferencias mediante el análisis de tus hábitos de navegación. Si continuas navegando, consideramos que aceptas su uso. Puedes cambiar la configuración u obtener más información aquí