La crónica cósmica. ¿Son los besos y las caricias la sofisticación del deseo?

EL TURISTA ACCIDENTAL Y OCCIDENTAL ATACA DE NUEVO. De forma parecida a los beduinos del Sinaí, que afirman categóricamente no tener el menor parentesco con los árabes, “Esos comerciantes que viven apelotonados en las ciudades”, el amigo marroquí me aclaró, “Yo no soy árabe, sino beréber, y, aunque usamos la misma escritura, nuestra lengua no se parece en nada a la de ellos”. Él, que reside en Lanzarote desde hace treinta años, fue el “culpable” de que yo, en esta tercera visita a Luang Prabang, en Laos, echase al fin un vistazo a dos de los sitios emblemáticos de los alrededores, éxito que logró al obligarme a montar en la motocicleta que había alquilado.

Me alegré de haber aceptado en cuanto nos pusimos en marcha por una tranquila carretera de montaña desde la que se veían unos paisajes que ya daban de por sí valor a la excursión; además podía gozarlos debidamente gracias a que él conducía con calma. Lo único que no fue de mi gusto era el casco que me habían dado, que tenía un destellante y horroroso color rosa.

La pura verdad es que, cuando llegamos a nuestro destino, las famosas “Cascadas de Kuang Si”, que se hallaban a treinta kilómetros, yo continuaba haciéndome el remolón porque, aparte de haber visto anteriormente más cascadas de las que pudiese recordar, sabía que aquel sitio estaría lleno de turistas, ya fuesen laosianos u occidentales. Pero empecé a cambiar de opinión desde el momento en que nos adentramos en el bosque y puse los ojos en el transparente cauce de un pequeño río que descendía de la montaña formando saltos de agua y charcas.

De todos modos, esto se quedó en nada cuando, tras trepar un poco, llegamos frente a la mayor de las cascadas, pues me dejó admirado, y no precisamente por su fuerza como sucede, pongamos por caso, con las del Mekong en un sitio junto a la frontera camboyana llamado “Las Cuatro Mil Islas”, sino por lo que podría denominar cómo la perfección plástica de todo lo que veía, sobre todo las rocas que habían sido cinceladas durante milenios por el agua (a veces parecida a leche) que corría sobre ellas. Ésta terminaba en parte pulverizándose y, al alcanzarnos, conseguía refrescar el inevitable bochorno tropical.

Tan idílico lugar tenía un toque de tristeza porque, entre unos árboles centenarios y unas matas de preciosas flores, incluía también una veintena de “Osos Asiáticos Negros” a los que tenían encerrados en un cercado, amplio pero cercado al fin y al cabo, en el que languidecían soñando con la libertad que habían perdido.

La segunda excursión nos llevó a las “Cuevas de Pak Ou” que se hallaban a una distancia parecida, pero en esta ocasión nos vimos obligados a preguntar repetidamente porque, primero en la carretera y después en una pista forestal, no había la menor indicación; afortunadamente yo había tenido el acierto de pedir a la chica que nos alquiló la moto que me apuntase el nombre en la escritura laosiana, porque, de otra manera, al pronunciarlo hubiese sido difícil que nos entendiesen.

Aunque mientras pegábamos saltos por la solitaria pista de tierra supusimos que tales cuevas recibirían pocas visitas, al llegar allí descubrimos que se hallaban junto a la orilla contraria del Mekong y los turistas subían en barca desde Luang Prabang. Tras cruzar el río en un bote comprobamos que ambas cuevas eran en realidad unos santuarios en los que los devotos habían ido trayendo a través de los años cientos de esculturas de Buda. Tal como sucede siempre con los templos budistas, para llegar a ellos tenías que trepar por unas empinadas escalinatas, y terminamos sudando a mares.

Estoy de nuevo a solas porque el amigo beréber ha ido a pasar unos días en Vietnam y ahora mismo estará navegando por la “Bahía de Ha Long”; espero que el tifón “Son-Tinh” no le haya jodido el programa, porque, tras arrasar las Islas Filipinas, ayer llegó a las costas septentrionales vietnamitas.

Sorpresas te da la vida. Hará un par de días, mientras tomaba la obligada cerveza del atardecer viendo la puesta de sol con el Mekong corriendo por debajo, recordé a los dos jóvenes valencianos que hace tres años me reconocieron aquí en Luang Prabang porque habían visto la primera edición de “Una cerveza con…” que el amigo valenciano grabó conmigo. En ese momento, y como si hubiese sido una premonición, allí, en aquella terraza que es mi predilecta precisamente porque no va nadie y soy siempre el único cliente, se plantó frente a mí un tipo alto, barbudo y cachas, de unos treinta y pico años, que me saludó diciendo en valenciano, “Xe, ¿cóm anem?”. Debido a mi senilidad, me pregunté si acaso le conocía, pero que, como tantas otras veces, no le recordaba. Por suerte, no era así; y él me lo aclaró explicándome que me había reconocido precisamente porque no se perdía ninguno de los reportajes que aparecían en <conmochila> y había visto las cinco ediciones de “Una cerveza con…” en las que aparecía yo. Desde ese día nos juntamos todas las tardes para compartir una “Beerlao” y contarnos un poco la vida.

POBLACIONES CIVILIZADAS. Antes de partir de Vietnam, y al comentarle al dueño del “North Hostel” que me gustaba Hanoi, él me dijo que no se podía comparar en manera alguna con una perla como Luang Prabang, pues ésta era una ciudad sin la mínima mácula que estaba protegida por la Unesco. Yo estoy totalmente de acuerdo, y a pesar de que vine pensando en pasar solamente unos pocos días en ella, al fin he decidido quedarme durante todo el mes de visado laosiano que tengo porque, al haber de por medio los monzones que dificultan la movilidad y embarran las junglas por las que me gustaría perderme, aquí puedo pasear tranquilamente sin el menor contratiempo.

Si Luang Prabang se hallase en Francia, le otorgarían cinco flores en la clasificación de “Ville Floride”, pues es difícil imaginar una población que, vista desde el aire, pueda ser más verde.

¿Unas imágenes? Las orillas de sus dos ríos, el Mekong y el Nam Khan, están bordeadas de árboles entre los que hay bastantes realmente gigantescos. Los grandes templos y el Palacio Real se encuentran rodeados de jardines en los que también hay muchos árboles. Dándole el toque definitivo, en medio de la ciudad (que sólo tiene censados cincuenta y cinco mil habitantes) se levanta la “Phousi Hill”, una colina completamente cubierta de jungla con un templo en la cumbre. Por si le faltara algo, las docenas de pequeñas pensiones ajardinadas que acogen a los turistas se hallan en un barrio de silenciosos callejones peatonales. Desde mi habitación en la “Thephavong Guest House” veo precisamente el manto verde de la “Phousi Hill”.

Si Luang Prabang tuviese autobuses y “tuk-tuks” eléctricos y usase mayoritariamente energía solar, podría entrar a formar parte del selecto grupo de veintiuna ciudades de todo el mundo que han recibido el certificado de la “World Wide Fun For Nature One Planet City Challenge”, como la vietnamita Dà Nâng.

Ya que he hablado de la “Pensión Tephavong” (donde por cierto aceptaron hacernos a mí y al amigo beréber un buen descuento en cuanto les dije que me quedaría todo un mes), quiero mencionar que lo de decidir dónde te alojarás a través de internet nunca te puede aportar la información que te dan los ojos y el instinto del trotamundos. Quizás lo comprenderéis mejor si os cuento la película, érase una vez: Aunque yo le había pedido al chófer del minibús que me trajo desde el aeropuerto que me llevase a la oficina de correos, tras la que se extiende este barrio de casitas, al pasar ante el edificio de la “Lao Telecom” (o sea la telefónica) y ver el callejón que nacía junto a éste, le dije sin darle un pensamiento: “Para aquí”. Ya con el equipaje a cuestas, y tras andar una treintena de metros, vi el jardín de la “Thephavong”, con un par de cocoteros, un mango, un chirimoyo, una palmera de betel y muchas matas de flores. No había un solo turista, pero sí mucho silencio, y el Río Mekong se encontraba a corta distancia. No lo dudé, era la conexión cósmica, y me instalé con la seguridad de haber acertado.

MIRA LO QUE PIENSO

  • ¿Sabíais que los sordomudos “cantan” igual que “hablan”?
  • ¿Sabíais que ya hay muchos suecos que llevan un chip debajo de la piel que les sirve para identificarse (club privado) y pagar las facturas (tiendas y restaurantes)?
  • Terminé con mis tres meses de abstinencia mariana, y ahora, como diría un amigo mío, siempre voy colocado perdido, pero con los sentidos abiertos.
  • Hay preguntas que te condenan a no recibir una respuesta.
  • ¿Son los besos y las caricias la sofisticación del deseo?

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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1700 848 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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