La crónica cósmica. Un lugar que ni tan siquiera aparece en las guías turísticas

ABRE LOS OJOS. El buen amigo con el que parimos a dúo el programa radiofónico “Xocolata Express” hace ya la friolera de treinta y seis años (y que él ha continuado emitiendo ininterrumpidamente), me aclaró que el título de la canción del grupo “Radio Futura” que yo mencionaba al principio de la última crónica era “Dance Usted”, y no “Estoy Cansado de Placer”. A pesar de seguir estando “cansado de placer” (¡Ja!), hoy he decidido plagiar al genial Amenábar dando a esta crónica el título de su película “Abre los Ojos”, porque esa es la sensación que también tengo al poder recorrer Vietnam siguiendo los dictados del amigo valenciano sin haber dado una mirada al mapa del país, o tener la menor información acerca de los sitios que visitamos, hasta que él me ordena, “Abre los Ojos”.

Quienes me conocen desde hace tiempo ya saben que, debido a mi desmadrada imaginación, en el caso de querer recomendarme una novela o una película será mejor no aportarme la mínima información para evitar que cree una inmensa acuarela ficticia que al fin no se parecerá en nada a la realidad; y aunque así lo ha estado haciendo el amigo valenciano en este periplo vietnamita, de vez en cuando se le ha escapado algún que otro comentario, por ejemplo que lo más interesante de la ciudad de Huê (antigua capital de Vietnam) a la que llegamos hace un par de días era su famosa ciudadela.

De todos modos, y quizás para despistarme, también añadió que por lo demás no hallaría en ella el atractivo de una población protegida por la Unesco como Hôi An; y yo tuve de nuevo la sensación de que me hubiese quitado una venda de los ojos cuando, al salir del hotel, y con tan sólo cruzar la calle, me hallé frente a un río que, aparte de ser ancho, plácido y precioso, tenía el insólito pero acertado nombre de Perfume, sí, así, Río Perfume, porque en sus orillas, igual que en sus limpias aguas, predominaba el color verde de los jardines y los parques con árboles centenarios que las enmarcaban mientras recorría la población, y el de las plantaciones y la jungla que lo hacían tras salir de ella. ¡Gustazo, oiga!

Al contrario que en Hanoi y Sapa, donde el Sol se escondía frecuentemente tras algunas nubes compasivas, en esta parte central del país el cielo se viste continuamente de azul; al juntarse con ello que nos encontramos a muchos más kilómetros hacia el sur, a las ocho de la mañana ya hace un calor que te cagas, y nosotros, para poder filmar los monumentos históricos sin sudar la gota gorda, optamos por lanzarnos a la calle de mañanita.

A quien madruga, Dios le ayuda (se entiende que es el dios de los madrugadores, y no el de los noctámbulos), y con ello también conseguimos recorrer prácticamente a solas unos sitios tan célebres cómo “La Ciudadela Kinh Thanh” (algo parecido a la “Ciudad Prohibida” de Pekín) o las tumbas de diferentes emperadores; podréis comprobarlo cuando el amigo valenciano publique el reportaje en la web, y quizás también veréis que yo iba de un lado a otro literalmente boquiabierto porque todos los ingrediente que incluía el “cóctel” eran de mi gusto, como los amplios jardines decorados con bonsáis gigantes (es la única manera de definir esos arbolitos que residen en grandes tiestos y parecen una parcela de la jungla en miniatura a la que sólo le faltarían unos monos diminutos saltando por las ramas), los estanques llenos de grandes peces de colores, la delicada arquitectura de unos edificios en los que prima la madera cincelada y la cerámica, y por supuesto las pinturas, las esculturas y las fotos que me trasladaban en el tiempo.

Tras esta tanda de piropos añadiré que, sin embargo, lo que me dejó más embelesado de Huê no fue uno de esos sitios históricos, ni el Río Perfume o los jardines de la ciudad, sino un lugar que ni tan siquiera aparece en las guías turísticas al que llegamos de pura carambola, aunque quizás fuese el instinto del viajero nato lo que atrajo nuestra atención mientras paseábamos al atardecer por un parque con la mala intención de tomarnos unas cervezas de la afamada marca local “Huda”. Era un edificio aislado de una sola planta que pasaba desapercibido entre los troncos de los árboles que lo cubrían; había sido construido con madera, y no tenía las habituales formas armoniosas, sino que había en él un cierto caos como si se hubiesen juntado distintos estilos y tendencias.

Completando su extrañeza, no era antiguo, sino de reciente construcción. Me pregunté si se trataría de un club o un restaurante en el que se hubiesen gastado un pastón en el diseño y la decoración; pero luego, al acercarme más, pensé que sería un museo o una galería de arte. Después, ya, al entrar, descubrí que, a pesar de podérselo denominar de ambas maneras, pues estaba lleno de utensilios, cuadros, y tallas de increíble belleza que se hallaban en distintas y pequeñas estancias, era también un centro de brocado en el que unas mujeres vestidas con los elegantes vestidos tradicionales creaban unas auténticas obras de arte en las que, por poner un ejemplo, podían representar unas junglas tropicales hasta el más mínimo detalle.

El nombre de aquella perla era “Báo Tang Nghé Thuât Thêu XQ”, o “XQ Hand Embroidery Art Museum”. Si en otras ocasiones ya me resultó difícil o imposible definir lo que veía, en este caso sería absurdo que tratase de hacerlo. Me quedé tan maravillado como para que el amigo valenciano exclamase riendo, “¡Baba, me parece que sufres el Síndrome de Stendhal!”.

EN LA TABERNA GALÁCTICA. Acerté al suponer que aquel japonés solitario de unos cuarenta años me contaría cosas interesantes, y así fue desde el momento en que se presentó diciendo: “Me llamo Moku, que en mi lengua significa silencio. En mi juventud estuve trabajando algún tiempo de albañil reparando las calles de mi ciudad hasta que decidí cambiar de vida y, tras ahorrar metódicamente cada yen, al fin, hará cosa de unos dieciocho años, pude ir a la India sin imaginar que acababa de tomar un cruce de caminos muy determinante. Con tan sólo permanecer allí un par de semanas terminé desconfiando de todo el mundo porque los indios me engañaban continuamente con los precios y el dinero se me iba a raudales.

En vez de la típica cámara fotográfica, yo tenía una filmadora; y en Diu conocí a un croata que, después de darle un vistazo a lo que yo hacía, me aconsejó dedicarme profesionalmente a ello; cuando le repliqué que no sabría por dónde empezar, me apuntó la dirección de un compatriota suyo que residía en Noruega desde “La Guerra de los Balcanes”, y me explicó: “Ahora planea regresar a nuestro país y quiere que alguien le acompañe con una cámara para grabar un documental que él financiaría”. Fue así como empecé a realizar reportajes que filmaba y editaba yo mismo. Durante mis viajes hubo mucha gente que me echase una mano, y al volver al Japón quise hacer lo mismo. Entonces conocí y rescaté a una chica israelita a la que la mafia tenía prácticamente esclavizada; ella estuvo viviendo unos meses en mi piso, y antes de regresar a su país me presentó a un director de cine japonés que me dio la alternativa para que llegase a ser un cineasta profesional.

También me gusta pintar, y una vez proporcioné asilo a un par de bretones que me lo agradecieron consiguiendo que, cuando el gobierno bretón organizó unos ciclos culturales, escogiese empezar por el Japón y yo fuese seleccionado para hacer una exposición de mis cuadros en su tierra. Un caso similar me sucedió con una trotamundos norteamericana que años más tarde se convirtió en directora de una importante galería de arte neoyorquina en la que montó una muestra de mis obras. Umm, ahora vivo generalmente en el campo porque me harté de Tokio y de las ciudades en general. ¡Ah, sí, también toco la guitarra y compongo mis propias canciones!”. Tras terminar de decir esto, aquel sencillo japonés sacó una guitarra malagueña de su funda, y me emocionó interpretando una pieza de Paco de Lucía.

MIRA LO QUE PIENSO

  • Si yo tuviese alguna duda de que soy un tipo exagerado sólo tendría que comprobar que me resulta imposible escribir, pongamos por caso, “guapo”, “alto”, “lejos” o “caluroso”, sin poner delante “muy”; y, claro, cualquier velada (o la vida…) me parecerá muy divertida o muy aburrida, muy interesante o muy insípida.
  • Me molesta tener que decir sí, y no soporto que me digan que no: ¡Ja!
  • Os recomiendo el libro de mi admirado John Steinbeck “Viajes con Charley”: “La gente no hace viajes, son los viajes que hacen a la gente”.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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