El panfleto en inglés más desternillante del sureste asiático es sin duda la global nueva luz de Myanmar, el periódico bilingüe más distribuido en Birmania y financiado por la Junta militar que dirige el país. Y fue allí donde se anunció a bombo y platillo que el 17 de abril, curiosamente hace justo una semana, el país más oculto del sureste asiático abría definitivamente sus fronteras y permitiría la entrada de viajeros. Como si allí no hubiera una guerra civil, silenciada por la dictadura que tomó el poder hace un año y olvidada por el resto del mundo.
El asunto birmano tiene su aquel y su realidad nada que ver con lo que explica la nueva luz, que si tiene buena distribución es porque los militares han aniquilado a la prensa libre. Sin embargo, la falta de miras de los sanguinarios golpistas es para hacérsela mirar. El pasado mes, por ejemplo, hubo una huelga de repartidores de comida en las filas de la compañía Food Panda porque les habían bajado los salarios. Y decían que llevar comida a diez centavos el pedido en Rangún no compensaba por la peligrosidad: a veces tienen que esquivar bombas para llevarle un plato de arroz al gandul que no quiere bajar a la calle.
No recomendaría yo a nadie que se planteara lo de viajar a Birmania para fotografiar pagodas o buscar idílicas playas, menos aún para pasear por Rangún. Quienes entran al país vecino de Tailandia lo hacen destrangis y para echar un cable al pueblo, pero lo del turismo allí no es menester. Tanto por lo peligroso como para no entregarle divisas al Tatmadaw, la Junta militar que esclaviza a su pueblo y masacra a los contrarios. Pero que el golpista Min Aung Hlaing haya abierto el país a su manera ya es mucho. Es una señal más luminosa que la panfletaria nueva luz de su prensa apresada de libertades.
Porque el Sureste Asiático ha dado un volantazo y se han dejado de lado las restricciones para entrar a una de las zonas más bellas y visitadas del planeta. A finales del pasado año solo Tailandia ofrecía una opción algo compleja para entrar en sus tierras y parecía que Filipinas, Vietnam o Malasia jamás volverían a dejar entrar a viajeros. Ahora, afortunadamente, todo eso ha quedado en agua de borrajas.
El sureste asiático está necesitado. De divisas y de gente que llene sus playas y montañas. También millones de personas que vivían al calor de la globalización, desde aquellos con un puestecito de fruta frente a un hotel hasta los propietarios de los más apabullantes resorts de lujo asiático, necesitan volver a ver caras extranjeras con ganas de gastarse los ahorros.
La careta se ha caído y los gobiernos del sureste ya no pueden tirar de nacionalismo para decir a los suyos que hacen lo correcto aislando sus territorios. Y es que la pandemia ha dejado claro que el turismo era clave en Tailandia, Filipinas o Camboya, y muy necesario en Malasia y Vietnam.
Por eso esta es la primavera del turismo en el sureste. Asia ha puesto en marcha la llamada y quiere que este verano los extranjeros vuelvan a viajar por sus países.
De Malasia a Vietnam pasando por Camboya
El verano pasado, Tailandia se la jugó. Abrió el país de aquella manera permitiendo a los vacunados contra el Covid entrar en la isla de Phuket para pasar 14 días antes de ser libres para viajar sin ataduras por todo el país. El papeleo era de órdago y había que pagar más de 200 euros en pruebas PCR, pero sirvió para comprobar que permitir la entrada a extranjeros no era el fin del mundo. Más bien al contrario.
El país más popular del Sureste Asiático fue facilitando la entrada al país, primero recortando la estancia en Phuket a siete días y luego permitiendo entrar en la capital y otras ciudades para pasar una única noche de hotel, pero los viajeros llegaron con cuentagotas. Porque, al fin y al cabo, a la mayoría no le gustan las restricciones ni los planes tan cerrados.
A Tailandia con todo esto de retomar el turismo le ha pasado como a esos maratonianos que empiezan muy fuerte y, tras ponerse en cabeza a mucha distancia del segundo, pierden fuelle a media carrera y acaban en la cola. Porque mientras el anteriormente conocido como reino de Siam pedía papeleo, pruebas PCR y noches de cuarentena al llegar, durante lo que llevamos de año el resto de países le pasaron la mano por la cara.
Filipinas y Camboya fueron los primeros países en eliminar (casi) toda restricción para entrar a sus países. El primero se conforma con que los vacunados presenten una prueba PCR previa a volar y un seguro médico, y el heredero de Angkor simplemente hace un test de antígenos al pisar al país. Obviamente, son las dos naciones de la zona más dependientes del turismo.
Vietnam y Malasia fueron un horror durante la pandemia. Fronteras cerradas, entrada casi prohibida incluso para los nacionales y, en el caso del país del Mekong, hasta finales de 2021 había una cuarentena obligatoria en casas similar a la que se vive estos días en Shanghái.
A día de hoy, entrar en Malasia y Vietnam es más o menos tan fácil para los vacunados como viajar por Europa. Su requisito más importante es un test de antígenos al llegar o antes de volar. Sin excesivos papeleos. El asunto ha dejado a los tailandeses tan boquiabiertos que han tenido que acelerar su apertura (casi) total: a partir de mayo no se requerirá ninguna PCR ni cuarentena para entrar a Siam, bastará con estar vacunado, rellenar un formulario y hacerse un test de antígenos al llegar al país.
Dejando a un lado el caso birmano por su guerra encubierta y el de Indonesia, que con facilidad solo deja entrar a turistas en Bali y con bastantes restricciones, el sureste de Asia quiere camelarse a quienes antaño pasearon por sus centros históricos y mantuvieron vibrantes sus estaciones de transporte.
Sin embargo, ¿volverá a ser todo como antes?
¿El mejor momento para viajar al sureste asiático?
Los gobiernos autoritarios con militares al frente, como es el caso de Tailandia, normalmente suelen regalar comentarios que logran que sus líderes luzcan cuando menos como unos obtusos. Y por eso el Ejecutivo siamés cada día regala perlas en relación a su atropellada reapertura turística. Todas ellas pueden resumirse en que no entienden cómo el país no está lleno de turistas, si según ellos lo han puesto muy fácil.
Por supuesto, a los generales se les escapan dos detalles importantes. El primero es que el papeleo, que ellos creen que es coser y cantar, suele ser un dolor de muelas para la mayoría del personal y desde la lejanía muchos lo ven tan complejo que prefieren buscar otro destino. Y luego está el asunto de que los turistas asiáticos -y sobre todo los chinos- aún no pueden viajar.
“Esperamos un aluvión de turistas chinos en la celebración de su año nuevo”, dijeron las autoridades siamesas sin muchas luces frente al mayor periodo vacacional de todo el año para el país más grande del mundo, en febrero. No tuvieron en cuenta que quienes salen de China luego requieren de un encierro de 28 días, lo que imposibilita cualquier oleada de viajeros procedentes de la nación del dragón.
Ese asunto es clave. En estas tierras ahora mismo no hay turistas japoneses, muy pocos coreanos y solo empiezan a verse algunos singapurenses, que nunca fueron muy numerosos. Y, ante todo, no hay visitantes chinos en Tailandia. Antes de la pandemia suponían el 60% de todo el turismo en Siam y eran mayoritarios en el sureste.
Es por ello que, pese a todo, el momento ideal para visitar Tailandia -y casi que cualquier país de la zona- es ahora.
Postureo descarado en la quizás mejor Tailandia de los últimos años
Entre líneas he aprovechado para colar algunas surrealistas fotografías de lo que se vive en Bangkok estos días. Y la estampa de ver a policías y militares haciendo de las suyas en el centro mochilero de la capital siamesa quizás no anime demasiado a venirse aquí con lo puesto. Pero en este país todo es de cara a la galería, y si bien sigue habiendo un buen número de restricciones, la realidad a pie de calle es otra.
En Bangkok uno puede irse de copas hasta bien entrada la mañana si sabe dónde. Sin mascarilla en las discotecas y con las aglomeraciones de toda la vida. Al caer el sol, Khaosan deja de ser un distrito fantasma debido a la escasez de turistas para ser uno de los lugares más animados de la ciudad, y buena prueba de ello es este vídeo. Pero lo más importante es que el país carece del incordio del turismo masivo.
Como he comentado en numerosas ocasiones por aquí, Phuket dejó de ser un destino caro con un demacrado centro turístico para convertirse en una isla fantástica, limpia y hasta barata. Es posible visitar Koh Phi Phi, Lipe y otros destinos de playa como si fueran casi vírgenes. Sin las hordas de turistas ni los ruidosos barcos de los touroperadores, y con el coral más bello que nunca.
Chiang Mai, la joya del norte, nunca estuvo tan preciosa. El tráfico ha desaparecido y perderse por sus parajes es más reconfortante que nunca. Pero hay que tener en cuenta que cada día que pasa vienen más viajeros. Eso es bueno -en realidad muy bueno- pero poder vivir un país como Tailandia en plena escasez turística es una experiencia que merece la pena.
Algunos de los recién llegados no pueden creerse lo que ha cambiado Tailandia en estos años. Y miran con tristeza cómo los lugares más turísticos están devastados, con restaurantes cerrados y tiendas abandonadas.
Sin embargo, la mejor manera de ayudar a las gentes del sureste que más han sufrido es volviendo a vistar estos lares. Además, ya hemos comentado que Tailandia se ha dado cuenta del problema de forzar a los viajeros a una primera noche de cuarentena y ya ha enmendado el error. Ahora es posible plantear un viaje visitando varios países del lugar.
Los pasos fronterizos, no obstante, aún no están abiertos del todo y tardarán en ser opción. Pero esta primavera es la de la reapertura del sureste asiático. Y por eso yo he empezado a comprar billetes para volar a Camboya y a Filipinas tras dos años sin haber pisado otro país asiático que no fuera Tailandia. Porque si la pandemia ha enseñado algo al mundo es que todo puede cambiar a peor y muy pronto. Asi que, mientras sea posible, tendremos que seguir haciendo lo que más nos gusta.
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