El jardín de la guesthouse Jolly frog en Kanchanaburi fue el escenario de la velada que puso fin a la primera etapa en Tailandia dando la bienvenida a la que estaba a punto de empezar: el viaje. Sentados a escasos metros del río Khwae, Pasquale hacía sonar su guitarra rodeado de un grupo de gente que, fascinados, vibrábamos con la magia que transmitía a través de cada acorde que tocaba. Junto a Toni estaba Marcos, el sevillano con quien había pasado los mejores momentos de su estancia en Kanchanaburi y a quien tendría que decir adiós un par de días más tarde. Ambos conocían el repertorio del músico italiano y le animaban a tocar alguna canción suya.
El destino quiso que aquella noche estuviesen allí también Liesbeth y María, dos de las voluntarias de Elephant’s World con las que había compartido la experiencia de mi vida las últimas semanas. Seguía triste tras haber dicho adiós aquella misma tarde a los elefantes, al resto de voluntarios y a los mahouts. La mañana siguiente ya no despertaría más en mi casa “Songkran”, al lado del río, viendo a los majestuosos animales subiendo a por el desayuno. En un día en el que la melancolía se había hecho dueña de mi estado de ánimo, la juerga que nos habíamos montado en el jardín, y a la que más tarde se unieron unos jóvenes tailandeses, me recordó que aquello no era un final, era un punto y aparte. Había llegado el momento de descubrir el resto del país, pues estábamos a punto de explorar todos los templos, playas y pueblos maravillosos de los que habíamos estado leyendo. Tailandia nos estaba esperando con los brazos abiertos.
La primera mañana de nuestro viaje nos levantamos tarde. Tras el espectáculo nocturno estábamos agotados y necesitábamos descansar, pero las ganas de empezar a ver cosas nos sacaron de la cama de un salto y nos llevaron al comedor a tomar un granizado mientras decidíamos por dónde empezar. El puente sobre el río Khwae, el Wat Tham Seua (un buda de 14 metros) y el cementerio de guerra, principales puntos de interés, ya los habíamos visitado el día que llegamos a Kanchanaburi antes de que yo empezase el voluntariado, y a las cascadas Erawan me habían invitado los veterinarios un día que fui con ellos a hacer castraciones de perros y gatos a un pueblo cercano, así que lo dejábamos aparcado.
Entonces Toni me habló de un templo que había en las afueras de Kanchanaburi al que había ido con Marcos y pensó que quizás me gustaría verlo. Me pareció buena idea, así que fuimos al local de alquiler de motos, cogimos la que ya era “suya”, y cámaras en mano nos fuimos a verlo. Esta vez no nos perdimos como nos suele ocurrir ya que Toni se acordaba del camino y en unos minutos llegamos, pues tan solo está a unos 10 kilómetros.
Wat Ban Thum es un templo escondido en una cueva a cierta altura en una montaña y al que se accede por unas larguísimas escalinatas introduciéndote literalmente por la boca de un dragón. Desde abajo la distancia hasta la parte más alta parecía considerable quedándome sin aliento solamente de pensar que íbamos a subir .
Como teníamos que hacerlo sí o sí me mentalicé, di un gran trago a la botella de agua que aún no había empezado a hervir y empecé a subir escalones: 1, 2, 3, 4, 5, 6, ,7 ,8… y así hasta infinito, porque aquello nunca terminaba. Suerte que cuando entramos a la boca del dragón la sombra hizo la subida un poco más agradable y una vez dentro de la cueva donde estaba el altar la temperatura bajó bruscamente. Debía haber unos 10 grados de diferencia entre el exterior y el interior y después del sofoco de la subida se agradecía. Allí dentro, a parte de las figuras, sólo había un monje y una mujer que guardaban el templo protegidos del feroz sol de afuera. Tras echar un vistazo y hacer unas cuantas fotos encontramos una escalera de caracol desde la que se podía ir todavía más arriba, y ya que habíamos llegado hasta allí seguimos subiendo más y más hasta el mirador. Desde allí podíamos ver los pueblos y campos de alrededor, así que tras la gran subida nos sentamos a descansar y a disfrutar de las vistas.
Pero mi alegría duró muy poco pues un rato más tarde Toni pensó que sería interesante seguir subiendo por una escalera medio sin acabar y, algo en contra de mi voluntad, terminamos yendo a ver que había más arriba. Fue el peor tramo de todos porque era largo, los peldaños no eran uniformes y en ocasiones incluso desaparecían, y encima después de hacer el esfuerzo al llegar al final no había nada. Parecía que estaban construyendo otra parte del templo, pero de momento aquello solo era un montón de rocas levantadas y cemento mal puesto. ¡Con lo que me había costado subir hasta allí! En media hora me había destrozado las piernas…
Una vez abajo y tras refrescarnos con agua y helados que nos vendió el señor del carrito nos marchamos a ver la acacia gigante de la que también me había hablado Toni. Subimos a la moto, pasamos por delante de un cementerio chino, atravesamos una extensa granja de caballos y llegamos hasta donde está el enorme árbol. Nunca en mi vida hubiese imaginado que cuando Toni dijo gigante se estaba refiriendo a tal magnitud ¡Qué barbaridad! Jamás había visto semejante ejemplar. A la sombra de aquella acacia podían echarse la siesta un centenar de personas o un par de rebaños de ovejas. Es más, si a alguien se le hubiese ocurrido montar ahí una “casa del árbol” podría haber construido un “edificio del árbol” de varios bloques con piscina incluida. Al hacerme una foto abrazando su tronco me sentí microscópica.
Cuando volvimos a la guesthouse nos relajamos con una ducha, un descanso en el jardín y una buena cena, estábamos hambrientos. Pero todavía nos quedaba una tarea pendiente, encontrar el dibujo de un elefante que me pudiese tatuar, pues no podía marcharme de Kanchanaburi sin un recuerdo de los enormes mamíferos que me habían hecho ser la persona más feliz del mundo durante un mes entero. Ya me había parado alguna vez a buscar alguno sin mucho éxito, pues no quería una foto, un dibujo con demasiados detalles o uno demasiado simple y tras un rato buscando en internet por fin lo encontré. Las orejas del animal, que me parecían demasiado pequeñas para ser africanas pero demasiado redondas para ser asiáticas, me hicieron dudar, aunque a Toni le pareció absurdo que estuviese 10 minutos observando el elefante intentando averiguar de qué continente venía así que cuando iba a empezar otro debate sobre de dónde le salían los colmillos me cogió del brazo obligándome a caminar. El tatuador que hay en la entrada del Jolly Frog fue el encargado de imprimir el recuerdo en mi pierna, y aunque verlo acabado no resolvió mi duda lo tuve claro, era el elefante perfecto, viniese de donde viniese.
Salí del local en dirección al 10 bath bar donde Marcos y Toni se hacían una copa, dispuesta a presumir de mi nuevo amigo y una vez allí pedimos una cachimba del bar de enfrente. Aunque un tiempo más tarde terminaría reuniéndose con todos, hoy le tocaba el turno de las despedidas a Toni. Tras un mes en Kanchanaburi haciendo muchos amigos tenía que decir “hasta luego” a su amigo Marcos, a los ratos en el 10 bahts bar con Mini, a Pasquale y su música, a la comida y el jardín de Jolly Frog y a la gente y los conciertos del Blue Jeans. Lo teníamos claro, no nos quedaríamos más tiempo allí, el día siguiente saldríamos en dirección a Ayutthaya pues quedaba todo un país por descubrir.
Me voy a Tailandia dentro de un par de semanas y voy a pasar por Kanchanaburi así que me interesó y disfruté mucho del poste. Voy con una amiga y al principio no sabíamos si contratar un tour o armar el viaje nosotras mismas. Finalmente nos decidimos por la segunda opción y al principio nos parecía que se nos iba a complicar con el tema del alojamiento, pero para nuestra sorpresa todo lo contrario, hay hoteles, couchsurfing, guest house, hostels, de todo. Estamos muy contentas y entusiasmadas ya que todos los posteos y artículos que leemos hablan muy bien del lugar y no vemos la hora de playa para contrarrestrar el frio de la ciudad!