La crónica cósmica. El viaje de tu vida

ENÉSIMO REGRESO – Chennai, Tamil Nadu, India. Cuando decidí volver a la India desde Malasia, escogí venir a Tamil Nadu porque hacía ya mucho tiempo que no me dejaba caer por esta parte del país, una región que visité con frecuencia en los años ochenta y noventa. Aunque las diferencias culturales con el norte de la India no sean tan radicales como las que hay en Europa, por ejemplo entre los países escandinavos y los mediterráneos, el sur y el norte de la India son sutilmente distintos, como lo son las prendas que visten, la comida y, por supuesto, el aspecto físico de los dravidianos del sur.

Pero también lo son las condiciones atmosféricas, que aquí son más parecidas a las del Sudeste Asiático y, a pesar de que hace mucho calor durante los doce meses del año, nunca he oído que las temperaturas superaran los cuarenta grados, como ocurrió de largo en el centro del país hace un par de semanas, provocando muchas muertes.

De todos modos, creo que la mayor diferencia tiene que ver con las religiones, pues el cristianismo y el islam no llegaron al sur de la India por la fuerza de las armas, como sucedió en el norte, donde los indios no olvidan que los mogoles musulmanes destruyeron los templos hindúes y que el cristianismo apareció posteriormente junto con los ejércitos del Imperio Británico, sino que en Kerala y Tamil Nadu lo hicieron mucho antes, en los tiempos de Jesucristo y de Mahoma y de la mano de apóstoles suyos.

Desde entonces, ambos credos han convivido pacífica y respetuosamente con los hindúes. Un buen ejemplo de ello lo tuve cuando residí en un pueblo de Kerala en el que toda la población, fueses cuales fueses sus creencias, asistía a las celebraciones de las otras religiones.

Tras esta obligada e inevitable parrafada inicial, voy a centrarme en el viaje que me trajo hasta Chennai, ciudad que todo el mundo conoce por su anterior nombre, Madrás, aunque solo sea porque hasta el más lerdo ha oido hablar del curry de Madrás.

Empezaré mencionando el primer vuelo que hice este día (con la siempre eficaz y barata compañía Air Asia) saltando desde Kota Bharu a Kuala Lumpur, porque para un mirón compulsivo de paisajes como yo, que en los autobuses y los trenes siempre tiene la nariz pegada a la ventanilla, sobrevolar cualquiera de los países del Sudeste Asiático significa gozar contemplando las gordinflonas, solitarias y preciosas nubes que flotan en el espacio y son puro arte plástico.

Detalles asiáticos: mientras esperaba mi segundo vuelo en Kuala Lumpur, varios empleados de ambos sexos del aeropuerto organizaron un simpático espectáculo musical que incluyó cantos y danza.

El segundo vuelo de ese día fue nocturno. Aterricé en Chennai pasada la medianoche y, tal como me ocurre siempre, al poner los pies en la India sentí una gran alegría. El eficaz servicio de atención al cliente de conmochila.com me había reservado habitación en Broad Lands; emblemática pensión inaugurada en 1951, en la que ya me hospedase en el lejano 1986, que recomiendo a los viajeros románticos y amantes de la belleza.

La mayor virtud de este lugar es que puedes dormir plácidamente gracias a que se halla en una callejuela del barrio antiguo; el único que rompe el silencio durante la noche con sus salmodias es el imam de una cercana mezquita, donde estos días se ha celebrado en su extenso patio la gran fiesta del isla Ayd al-kabir, sacrificándose cientos de ovejas.

Al ser la Broad Lands una pensión antigua, no esperéis modernidades como el aire acondicionado, aunque, por supuesto, cada habitación tenga un buen ventilador en el techo. Asimismo, los colchones y las almohadas son puramente indios, o sea duros. En cuanto al cuarto de baño lo denominan “compartido” (me encanta esa definición).

Sus muchas habitaciones están desperdigadas por un laberinto de corredores abiertos a distintos patios y jardines; en uno de ellos reina un espectacular árbol neem (muy apreciado por la medicina ayurvédica) que da sombra a la terraza superior, la que hay encima de mi espaciosa habitación del segundo piso.

El techo de ésta se halla a buena altura, la parte superior del alféizar de la puerta y de las ventanas ovaladas que miran hacia el patio de la mezquita están coronadas con cristales verdes y rojos que relucen al recibir los rayos del sol.

Llego a mi habitación recorriendo una larga galería abierta al jardín, desde la que puedo recolectar las sanas hojas del neem o contemplar a las ardillas, los loros y los cuervos, que arman barullo entre sus ramas, y a los milanos que planean por encima de ellos.

En la Broad Lands también viven muchos gatos, algo insólito en la India donde sólo en contadas ocasiones ves a esos mininos.

Habiendo comprobado que, si al salir de la pensión, torcía a la izquierda llegaba a una ajetreada calle, donde constantemente hay un tráfico infernal que auspiciaba mis paranoias después del atropello que sufrí en Jerantut, tuerzo siempre a la derecha, adentrándome en un plácido barrio en el que las vacas y los perros dormitan en medio de la calzada.

Esta mañana me reí al ver una vaca que se rascaba placenteramente la vulva con el retrovisor de una moto.

En un cul-de-sac hay uno de los fantasiosos y coloridos templos hindúes típicos de Tamil Nadu, que tienen forma piramidal y están festoneados de docenas de esculturas que representan a diferentes dioses y santones.

Es en este barrio donde suelo tomar la sabrosa y sana comida vegetariana local. Paso de largo ante la tienda de licor y, aparte de muchos litros de agua, solamente bebo zumo de caña de azúcar, de uva o de sandía.

PASO A PASO – Udaipur, Rajastán, India. Otoño de 1987. Continúa de la crónica anterior. Una tarde, mientras contemplaba con otros huéspedes la puesta de sol desde la terraza del encantador hotel Babi Haveli, un japonés nos contó esta curiosa anécdota: “Habréis escuchado más de una vez a los asnos rebuznar, pero seguramente no conoceréis a ningún hombre que lo haga, ¿verdad? Bien, el otro día, me hallaba tomando un chai en una aldea cercana a Jaipur, cuando vi a un burrero que estaba cargando a media docena de asnos con sacos de arena; entonces uno de los animales, decidiendo quizás que ya llevaba bastantes kilos, echó a andar, y el burrero empezó realmente a rebuznar, logrando que el asno regresara inmediatamente junto a él”.

El inglés Aarón intervino para comentar: “En la feria de Pushkar vi las vacas, los camellos y los caballos más hermosos que pueda recordar; además de destacar por su elegancia, llevaban tatuajes, collares, muñequeras y collares”.

Quien intervino a continuación fue el irlandés Norman: “Gracias a los espectáculos callejeros, el otro día viví una experiencia que de otra manera hubiese sido imposible: la de tener a una cobra erecta a pocos centímetros de mi nariz. Ambos nos hallábamos a nivel del suelo y, además, muy colocados, aunque ella quizás los estuviese más que yo, ya que sus ojos parecían ver cuatro Norman”.

“Antes de venir a la India estuve en Pakistán”, contó un griego. “En aquel país hay ciertas zonas que, como sucede en el Triángulo del Opio o, incluso, en algunas partes de la India, no se hallan bajo el control del gobierno y, a partir de sus fronteras invisibles, imperan antiguas leyes locales.

Dos ejemplos serían las ciudades de Darra y Peshawar, cercanas a la frontera de Afganistán, en cuyos bazares se vende cualquier clase de droga a kilos, así como todo tipo de armas.

Para probar una pistola que estén comprando, ellos saldrán tranquilamente a la calle y empezarán a pegar tiros al aire sin que nadie les preste la mínima atención. Otra de sus costumbres es que si la esposa de alguien tuviese la osadía de quitarse el velo, o simplemente saludar a un hombre, el marido sacaría su arma y la dejaría seca sin más contemplaciones.

Advertido de tal plan de vida, antes de ir hasta allí me dejé crecer el bigote y la barba y me vestí con las ropas tradicionales de la comarca. Conmigo venía otro occidental, rubio y de ojos azules, que llevaba vaqueros y una camiseta rosada. El pobre, una noche que salió a cenar solo, desapareció sin dejar rastro.

Sólo conozco a una tía europea que haya viajado por aquellas tierras, y también lo hizo vestida de musulmana. Gracias a ello, cuando en determinado lugar un hombre se metió con ella, la gente se puso de su parte y le pegaron una cara de hostias al tío. Esta historia habría tenido un final muy distinto si ella hubiese vestido una camiseta u otras inmoralidades occidentales, pues entonces quizás la habrían lapidado.

Creo que en esto la cagan muchas chicas occidentales que se pasean por la India mostrando las piernas y demás partes de sus cuerpos, porque esta gente no está acostumbrada a ello y ni tan siquiera llegan a ver desnudas a las putas. O sea que ellas, al mostrarse de más, están comprando números de la lotería de los líos y las violaciones. El mismo ejemplo serviría para los turistas que van por ahí mostrando sus carteras llenas de dólares, gente que no debería sorprenderse cuando les roban”.

En aquel cóctel de anécdotas sin la mínima relación entre ellas, intervino a continuación una mujer tibetana: “En mi tierra se asegura que, si quieres lograr que tus planes y deseos se realicen, debes pensar en ellos sin contárselos a los demás”.

“¿Podríais adivinar por qué llevo ya tres semanas viviendo en Udaipur?”, nos preguntó entonces un muchacho de Uruguay. Ante el silencio general, se respondió: “Debido a que los turistas que vienen aquí son gente rica que sale poco de sus lujosos hoteles, los precios del bazar resultan por lo general muy asequibles y puedo comerme un delicioso “thali” gujarati por cinco rupias o ligar diez gramos de maría por solo dos. Además no tendré problemas en fumar esta hierba en medio de la calle porque, por ahora, no han llegado hasta aquí las paranoias de la Casa Blanca sobre las drogas”. Continuará

MIRA LO QUE MIRO. Os recomiendo estas tres películas que vale la pena ver porque son distintas a la mayoría de las que emiten por el mundo. Una es sueca y se titula Un hombre llamado Ove, del director Hanne Holm. La segunda, que es noruega y del director Hallvar Witzo, se llama Todos odian a Johan. La última es australiana y está basada en la historia real de una joven que iba sobrada de coraje: El viaje de tu vida (Tracks), del director John Curran.

OBITUARIO. Mi viejo amigo y antiguo colega radiofónico Pere Massagué, que por cierto sigue felizmente vivo, emitió por última vez Xocolata Express, el anárquico programa de radio que parimos juntos hace cuarenta y cinco años y que él ha mantenido con vida hasta ahora alegrando a los amantes de la buena música. Que Xocolata Express descanse en paz.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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1400 934 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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