La crónica cósmica. La evidente importancia de vivir el presente

COMPARANDO – Kanchanaburi, Tailandia. Cuando me voy de un sitio lo hago mirando al frente y, además de centrarme en el viaje, pienso en mi nuevo destino. Casi siempre tengo la sensación de que, en cuanto me pongo en marcha con el equipaje al hombro, mi volátil memoria cambia de chip e introduce todos los hechos anteriores en el polvoriento archivo en que se van acumulando los recuerdos. De esa forma, los hechos de ayer mismo parecen provenir de un lejano pasado.

Al funcionar de esa manera, y tener la suerte de partir de un lugar que me gusta, y por lo general dirigirme a otro que también es de mi gusto, raro es que los compare y me plantee si las cosas han ido a peor, porque me adapto a lo que hay y punto.

Un ejemplo: al instalarme en la diminuta habitación de la Labanya Lodge de Konark, en el estado indio de Odisha, no la comparé a la cabaña de treinta metros cuadrados en que me había hospedado durante los últimos tres meses en la Tharu Lodge de Sauraha, en el Nepal. Sin embargo, al venir a Kanchanaburi desde Konark no he podido evitar contrastar dos cosas que aquí han mejorado mucho y que en Konark estaban indirectamente relacionadas.

La primera es la conexión de internet, que en toda la población de Konark era de una calidad miserable y se desconectaba frecuentemente. La segunda fueron los mosquitos, los malditos mosquitos con los que tenía que lidiar al verme obligado a buscar al dios Google fuera de mi habitación. Mientras que en Kanchanaburi sólo hay algún mosquito despistado y la calidad 5G de internet es una maravilla.

Otra gran disparidad entre ambas poblaciones está en las temperaturas, que ayer por la tarde alcanzaron aquí los cuarenta grados y, a la misma hora, en Konark se mantenían en unos civilizados veintinueve grados.

También vale la pena comentar que en los restaurantes de Konark siguen envolviendo la comida para llevar en hojas secas, mientras que los supermercados de Kanchanaburi, sobre todo los 7-Eleven, empaquetan una sola banana en dos bolsas de plástico.

Puestos a comparar, comentaré asimismo que, como mencioné hace un par de semanas en la sección de Paso a Paso, cuando descubrí Kanchanaburi a finales de 1987, esta población estaba formada por varias plácidas aldeas diseminadas entre campos y arrozales y no existían los barrios modernos que han brotado por doquier.

También deseo comparar la inmensa, estresante y bulliciosa Oficina de Inmigración de Bangkok con la de Kanchanaburi, a la que fui ayer para extender mi visado, donde, como en otras ocasiones, no tuve que hacer cola y me trataron de maravilla.

Una novedad: la foto que se debe adjuntar a la documentación del visado ha de haber sido hecha como máximo seis meses antes; al no ser este mi caso, pues mis fotos ya tenían varios años, una simpática funcionaria, dando una nueva muestra de la eficacia organizativa tailandesa, se encargó de fotografiarme y, previo pago, me hizo varias copias.

En lo que sí se parecen Konark y Kanchanaburi es que ambas se encuentran situadas en llanuras donde prima el verde. Igual que en Konark podía relajarme en los bosques de la reserva natural Balukhand-Konark Wildlife, aquí logro el mismo sosiego cruzando el puente nuevo sobre el río Kwai y pateándome un par de kilómetros hasta un idílico y solitario lago que se halla cerca de la orilla contraria.

Por lo demás, Kanchanaburi continúa inalterable. En la pensión Sugar Cane me recibieron con los brazos abiertos y casi me pidieron perdón por subirme un poquito el precio de la cabaña, que no había variado desde hacía varios años. Los restaurantes callejeros en que almuerzo y ceno siguen teniendo los mismos precios. ¡Qué sabrosas son la ensalada de papaya verde y la sopa tailandesa!

Tailandia es el país de la fruta y, día a día, varío entre la piña, la sandía, el rambután y el chambu, también llamado manzana de agua a pesar de no tener el menor parecido con esa fruta. Ahora ha empezado la temporada de los mangos y los lichis: mejor, imposible.

En cuanto a la Calle del Pecado, continúa llena de occidentales de edad avanzada acompañados de prostitutas tailandesas cuyas obligaciones son, en muchos casos y debido al estado de sus clientes, las de unas enfermeras. El mejor ejemplo es el de un parapléjico que tiene contratada a una chica preciosa para que empuje su silla de ruedas y le sirva las cervezas que bebe durante todo el día.

PASO A PASO – Koh Sichang, Tailandia, invierno de 1988. Al ser los tailandeses unos grandes patriotas que amaban a su rey con locura, se ponían en pie y guardaban silencio cuando, en las salas de cine, y antes de que empezase la proyección de la película, aparecía una imagen del monarca en la pantalla y sonaba el himno nacional.

En Koh Sichang, a falta de teatros, aquella tradición se había trasladado a la única calle del pueblo, y cada mañana a las ocho y por la tarde a las seis, sonaba el himno nacional en los altavoces instalados a lo largo de la calzada. Entonces se detenía toda la actividad y, al mismo tiempo, la población se ponía en posición de firmes y guardaba silencio.

Tal costumbre me llevó a contarle a mi amigo holandés Ulmo: “Según decía mi padre, en mi país sucedía lo mismo durante los primeros años después de la Guerra Civil. Cuando en los cines aparecía el careto del dictador fascista del Prado, todo dios se levantaba y ponía el brazo en alto, pero lo hacían por temor, y no por amor”.

Y llegó el momento de la despedida: Ulmo regresó a Bangkok para volar dos días más tarde hacia Ámsterdam. Le acompañé hasta el muelle y, antes de subir al transbordador, él me comentó: “Después de pasar estas semanas acompañado de dos locos trotamundos como tú y Hans creo que voy a plantearme la vida de otra manera, porque los estudios y el futuro han dejado de interesarme ante la evidente importancia de vivir el presente.

Además, gracias a este viaje he descubierto quién soy realmente, y no creo que pudiese limitarme a correr con el rol del buen vecino sabiendo que, con un par de meses dedicado a hacer suplencias nocturnas en la telefónica holandesa, ganaré suficiente dinero para viajar el resto del año por países baratos”.

Mientras yo veía alejarse el transbordador no imaginé en manera alguna que en el futuro volvería ver a ver a Ulmo, a pesar de los encuentros fortuitos que se daban frecuentemente entre los trotamundos, ni que me llevaría un buena sorpresa cuando, viente años más tarde, en la oficina de correos de mi pueblo, él aparecería ante mí y me contaría que había estado viajando continuamente, que había escrito un par de libros acerca de Tailandia y que, en el lago Titicaca de Perú, se había enamorado de una chica de mi pueblo con la que se había casado y tenido un hijo. ¡La vida te da sorpresas!
Continuará.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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