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La crónica cósmica. Las hembras que trataban de alcanzarme

UN POCO… DE LO MISMO – Kanchanaburi, Tailandia. Recientemente mencionaba en otra crónica que me sentía muy a gusto en la plácida atmósfera de los países tropicales del Sudeste Asiático. Sin embargo, el mismo confort que gozo yo podría convertirse en un martirio para personas que no soporten estoicamente el habitual bochorno de Kanchanaburi, que es uno de los sitios más calurosos de Tailandia, obligándome a adaptar mis horarios a los del sol.

Al contrario de lo que haría en un país frío, donde esperaría los rayos solares para calentarme, aquí madrugo para adelantarme a la canícula y pasear antes de que empiece a calentar de valiente. De todas maneras, mi precaución no evita que, alrededor de las ocho, de regreso a mi cabaña, ya esté sudando y tome inmediatamente mi segunda ducha del día.

Es un proceder similar al que seguía en una aldea vietnamita donde me hospedé un par de meses, en la que por la mañana iba hasta un pueblo cercano a tomar el té del desayuno y, justo antes de que el sol asomara tras las colinas de levante, regresaba a mi cabaña a pasar el día encerrado mientras el calor superaba todo lo imaginable, hasta que el sol se escondiese tras las colinas de poniente.

Aquí en la Sugar Cane Guest House de Kanchanaburi, aparte de los cortos ratos que salgo a comer y regreso completamente sudado a pesar de que el restaurante se halla a menos de cinco minutos, paso casi todo el tiempo en mi cabaña, escribiendo o leyendo, con los dos ventiladores funcionando a toda marcha.

Sólo salgo cuando empieza el atardecer y se avecina la puesta de sol, que es el mejor momento de cada jornada, y todo el mundo se ducha y emperifolla disponiéndose a ir de fiesta.

Mi ritual de atardecida incluye sentarme en un banco del jardín que queda por encima del río Kwai, liarme un porrito de maría legal (importada ilegalmente de Laos) y beber una cerveza Leo muy fría (¡qué sabrosos me parecen los tres primeros tragos!), de la que podría decir que la comparto con un gecko, lagarto que aparece encima de la mesa en cuanto me traen la botella y se dedica a lamer el agua que se condensa en el cristal.

Me emociona la confianza que me demuestra, pues llega a mantener contacto físico conmigo apoyando su cabecita sobre mis dedos; lo hace clavando su mirada en la mía y manteniéndola así hasta que giro la cabeza; momento en que, como si le hubiese hecho un desaire, da media vuelta y desaparece.

En algunas ocasiones mi relación con esos pequeños lagartos resulta cómica cuando alguno de ellos pierde pie durante sus correrías por el techo de mi cabaña y cae sobre mi cabeza; entonces, antes de salir por piernas, me observa sin saber qué cara poner como si le hubiese atrapado haciendo una travesura.

Mientras el majestuoso río Kwai enrojece copiando los espectaculares colores del ocaso que cubren el cielo de luces destellantes, me entretengo contemplando ahora un monitor de dos metros de largo que nada con delicada elegancia, después varios murciélagos que rasan sobre el cauce tomando tragos de agua, y, levantando la mirada, las ardillas peludas y rubias que galopan por las ramas del gran árbol que da sombra al jardín.

PASO A PASO – Omkareshwar, Madhya Pradesh, India. Invierno de 1988. Continúa de la crónica anterior. Dos años antes yo había vivido superficialmente las celebraciones del Holi (Joli), una locura festiva y anárquica comparable a un carnaval. En la mayor parte del país duraba una sola mañana, pero en Omkareshwar se alargaba cinco días sin decaer.

Al acercarse la fecha señalada, el grupo de mi amigo, el santón Ram Das, juntó dinero suficiente para adquirir grandes cantidades de maría con la que preparar bhang: crema capaz de producir euforia y alegría incluso a la persona más amargada. También se hizo con kilos de polvos rosados, que mezclarían con agua con la intención de lograr colorear tanto a la población como a los animales y los templos.

Llegado el día, a las seis de la mañana, cada uno de mis amigos desayunó con un gran vaso de bhang.

Gracias a que este mismo ritual se estaba llevando a cabo en cada templo y domicilio de Omkareshwar, un par de horas más tarde la totalidad de la población se encontraba tan colocada como pintada.

El color rosado escogido por Ram Das se mezcló con agua dentro de una gran cacerola metálica, que mediría como una bañera pequeña, y cuando hizo acto de presencia el director de cierta dharamsala, hombre elegante que iba completamente vestido de blanco y tenía el plumero más exagerado del lugar, le obligaron a meterse de cuerpo entero en la cacerola, logrando un perfecto tintado con el que, aparte de cambiar de color, no perdió mínimamente su porte.

Al contrario que los demás, que para entonces íbamos cubiertos de pies a cabeza con los más diversos tonos y colores.

A media mañana continuaban sirviéndose raciones de bhang, mientras los chíloms (pipas) no dejaban de humear, e incluso los uniformes de los policías lucían todos los colores del arco iris.

Yo, que llevaba en la mano una de las pistolas de plástico usadas para rociar, me fijé que Ram Das, quizás por respeto, se había salvado hasta aquel momento de ser coloreado. Cósmicamente, entonces, al buen santón se le ocurrió comentarme: “Pintamos a los demás para demostrarles nuestro amor”. Sus palabras se vieron interrumpidas por la ducha de pintura rosada con la que le rocié. Ram Das, sorprendido, permaneció unos instantes boquiabierto, pero enseguida reaccionó aceptando la broma con grandes carcajadas.

Desde las vacas hasta los monos, desde los muros hasta los árboles, todo el mundo lucía colores distintos entre los que predominaba el rosado.

Alrededor de Ram Das estaban reunidos una treintena de vociferantes bromistas que descubrían continuamente nuevas razones para reír. Las largas melenas y barbas del respetado santón Kailan Puri habían cambiado el color blanco por el rosado.

Yo había dejado de ser el único occidental de Omkareshwar, pues junto mí estaba el marsellés Marcel, que vestía solamente una toalla india y tañía arrítmicamente un bombo. También había dos austríacos a los que en Bombay se lo habían robado todo, y ahora vivían gratuitamente gracias a la hospitalidad de Ram Das, quienes danzaban alrededor de un desorientado asno rosado. El cuarto europeo era un italiano de Parma llamado Mario, que repartía entre los invitados unos dulces que había traído del bazar.

Cuando la fiesta se hallaba en su apogeo, llegó Gopal, el fotógrafo del pueblo al que yo había contratado para dejar constancia de tan gloriosa fraternidad. El pobre hombre solamente logró sus propósitos después de grandes esfuerzos, pues fue una proeza conseguir que aquel grupo de locos dejara por unos momentos de ir de un lado a otro.

Por la tarde subió tanto el bochorno como el colocón y la comitiva se desplazó hasta el río Narmada para meterse en sus refrescantes aguas tiñéndolas de diferentes colores.

La juerga del Holi siguió más o menos con el mismo disparatado ritmo durante los días siguientes, pero tomó un cariz distinto al llegar a su última jornada, cuando las mujeres, por una vez al año, se convertían en dueñas y señoras de aquella sociedad machista. Después de consumir buenas cantidades de bhang salían en grupos a la calle, armadas con palos, para dedicarse a perseguir, pintar y apalear suavemente a los hombres que tuviesen la temeridad de cruzarse en su camino.

Yo, a pesar de haber sido advertido por mis amigos, tuve que hacer algunas carreras para salvar mi dignidad mientras oía a mis espaldas los gritos excitados de las hembras que trataban de alcanzarme. Continuará.

MIRA LO QUE PIENSO

Extracto de La utilidad de lo inútil, de Nuccio Ordine, libro que me ha mandado mi buen amigo Llorenç, alias Lawrence de Xauen: “Situado entre los dioses (que no buscan la sabiduría porque ya la poseen) y los ignorantes (que no la buscan porque creen poseerla), el filósofo verdadero, amante de la sabiduría, intentará acercarse a ella persiguiéndola durante toda la vida.

Echad una mirada a las correrías de este trotamundos.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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