La crónica cósmica. Un vetusto tren con asientos de madera

ACERCA DE LA DIETÉTICA – Konark, Bahía de Bengala, India. Los restaurantes de la India y el Nepal que se precian de su limpieza e higiene acostumbran a tener la cocina a la vista de los clientes, ya sea junto a la entrada o tras cristaleras que permitan al público ver el tejemaneje de los cocineros.

Si no es así, te puedes llevar una desagradable sorpresa como me sucedió a mí cuando, tras comer en varias ocasiones en un restaurante, al salir la última vez me adentré por un callejón que había junto al edificio y, al pasar frente a una ventana que daba a la cocina, descubrí atónito la suciedad que reinaba en ella.

De todos modos, al llevar tanto tiempo yendo de un lado a otro comiendo en sitios desconocidos, procuro no plantearme este particular: ojos que no ven, corazón que no siente. Además, a través de los años, y gracias a no tomar fármacos, mi sistema inmunológico se ha vacunado de forma natural contra todo tipo de bacterias.

Una costumbre muy extendida entre los restaurantes de estos países es tener varios empleados continuamente en la calle con la exclusiva tarea de perseguir a los transeúntes como harían unos mendigos, sólo que en vez de pedir limosna les detallan los platos del menú para que entren a comerlos. Incluso lo hacen gesticulando con los vehículos que pasan. A mí me parece ridículo, pero, por lo que veo, a los indios les gusta y se dejan convencer.

Los empleados del restaurante al que voy con más frecuencia porque está a corta distancia de mi aislada pensión y me hacen buenos descuentos, también se montan ese número conmigo al verme venir, a pesar de saber que me dirijo hacia allí. Lo más patético es que incluso el jefe llama a gritos a la gente desde su puesto, tras el mostrador de recepción.

A pesar de la cantidad de restaurantes que tiene actualmente Konark, y a excepción de uno llamado Kamat que pertenece a una compañía de hoteles de lujo, todos sirven los mismos platos de la cocina tradicional india y, en consecuencia, hay poca diversidad. Habitualmente opto por la comida vegetariana; por ejemplo arroz frito con verduras variadas, crema de berenjenas o curry de un queso fresco llamado “paneer”. De vez en cuando también incluyo pescado en el menú: gracias a la cercanía de la costa, Konark es tierra de pescado, cangrejos y gambas.

Curiosamente, al estar acostumbrado a la comida casera que me sirven en las Colinas Kumaon o en Sauraha sin tener que escoger del menú, ahora, en los restaurantes, me agobio al verme obligado a elegir.

En cuanto a la fruta, que me gusta mucho si es sabrosa y me asquea si no lo es, tanto como para que la tire tras dar el primer bocado, voy comiendo a media mañana y a media tarde la que encuentro en cada lugar, dependiendo de la temporada.

El pasado verano me puse a gusto de mangos en Malasia, luego, en Chitwán y durante el otoño, no paré de comer sandía, y aquí en Konark, tras haber comido plátanos y mandarinas, descubrí unas deliciosas uvas verdes de las que me he convertido en adicto.

Por cierto, sigo pesando cincuenta y dos kilos.

LA TABERNA GALÁCTICA – Érase una noche en mi antro predilecto en que los únicos clientes eran tres mujeres que me narraron unas anécdotas insólitas. La primera en hablar para mi grabadora era india, y dijo: “Cuando mi tía abuela era una niña, un tipo le pegó un susto y, desde entonces, se quedó tartamuda. Poco después sufrió meningitis y el médico le dio solamente cinco meses de vida; pero un chamán le recetó beber todas las mañanas un vaso de orina de niño y vivió hasta los ochenta y un años”.

La siguiente, una malaya musulmana, me contó: “En una celebración familiar, mi hija de diecisiete años se quedó accidentalmente a solas en una habitación con un pariente; aunque sólo fueron unos momentos, las autoridades religiosas locales les forzaron a contraer matrimonio. Pero también le prohibieron tomar la píldora o usar cualquier otro tipo de anticonceptivo. Por el contrario, después de parir a su primer hijo la obligaron a tomar precauciones para no quedar preñada de nuevo hasta que hubieron transcurrido tres años.

La tercera mujer era suiza y me detalló parte de su vida: “Hará cosa de veinticinco años que fui a Malasia de vacaciones. Aunque sólo había planeado permanecer en aquel país unas semanas, al llegar a Kuala Tahan me enamoré de las junglas de Taman Negara y también de un joven malayo con el que me casé tras convertirme al islam. Desde entonces tuve un hijo y una hija que me han dado varios nietos. Ahora dirijo mi propio supermercado”.

PASO A PASO – Kanchanaburi, Tailandia, invierno de 1988. Continúa de la crónica anterior. Un vetusto tren con asientos de madera nos llevó al holandés Ulmo y a mí a Kanchanaburi. Esta población se había convertido en un centro de atracción turística debido al famoso puente sobre el Río Kwai.

Nadie advertía a los turistas que aquella estructura metálica sin el mínimo atractivo no era la que el ejército japonés levantara durante la Segunda Guerra mundial usando la mano de obra de prisioneros aliados y asiáticos, porque la original, que era de madera, voló por los aires cuando un comando de soldados norteamericanos hicieron estallar un montón de dinamita colocada debajo.

Los trabajos forzados en tan caluroso clima, junto con la malaria y otras enfermedades, había matado a cientos de miles de aquellos esclavos, algunos de los cuales descansaban en el cementerio adyacente.

Yo, que conocía esa historia gracias a mi afición cinéfila, no sentía el mínimo interés por dar una mirada a otro monumento dedicado a la estupidez humana. Sin embargo había aceptado acompañar a Ulmo porque Hans, antes de partir hacia Filipinas, nos había recomendado que le echáramos un vistazo.

De entrada, al descender del tren, me sorprendió agradablemente encontrarme frente a un entorno maravilloso iluminado con los tonos dorados del atardecer. La tranquila ciudad estaba diseminada de tal forma que en todas partes daba la sensación de ser una aldea ajardinada. El plácido y amplio río de aguas verdosas no parecía tan siquiera avanzar, y donde terminaban las edificaciones, empezaba inmediatamente una jungla exuberante. Eso sí, el bochorno era agobiante, e incluso superaba al de Bangkok.

En la pequeña estación ferroviaria alquilamos los servicios de los primeros ciclo-ricchó que veíamos en el país y aceptamos su propuesta para llevarnos a una pensión barata que se hallaba junto al río.

Mientras transitábamos lentamente por unas amplias y limpias calles sin el mínimo tráfico en las que sólo de vez en cuando había algún pequeño edificio, me alegré de haber seguido una vez más los consejos de Hans: “Los turistas van desde Bangkok a Kanchanaburi, toman cuatro fotos, beben unas cervezas en alguno de los chiringuitos que hay junto al puente y regresan el mismo día a la capital. Con ello, la supuestamente turística Kanchanaburi ha logrado sobrevivir al paso del tiempo”. Continuará.

MIRA LO QUE PIENSO – Un detonante de la felicidad es despertar por la mañana sabiendo que cuánto harás ese día será de tu gusto.
Entre las cosas que hago para cuidar de mi salud está la de no preocuparme por mi salud.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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