Tras muchos días de descanso entre las turísticas Hué y Hoi An, sentimos que había llegado el momento de volver a subir el ritmo de la ruta y empezar a acercarnos al sur de Vietnam. El siguiente sitio en el que nos apetecía parar era Quy Nhon, ciudad desde la que podríamos hacer excursiones para ver ruinas cham, pero quedaba a más de 300 km de Hoi An y teníamos que buscar algún pueblo en mitad de ese largo camino en el que parar a hacer noche. Es así como encontramos My Khe, un pueblo costero que bien hubiese sido un destino atractivo en el que parar en verano, pero que a mediados de enero se mostró más bien como un pueblo abandonado y nada acogedor.
Tardamos cinco horas en recorrer los 137 km que nos separaban de esta localidad. No llovía, pero estaba parcialmente nublado y todavía hacía frío. Al menos el paisaje animaba. El color verde de los campos de arroz y la gente que los trabajaba daba vida a aquel paisaje que se repetía kilómetro tras kilómetro, y a las 11 como siempre los niños que salían del colegio inundaban la carretera con sus bicicletas.
Llegamos a My Khe tras parar a comer en Quang Ngai, la ciudad más cercana, pero entrar por la zona de la playa fue de lo más triste y desolador. Nadie parecía habitar ninguno de los centenares de alojamientos del paseo marítimo.
A izquierda y derecha, decenas de carteles parecían anunciar ofertas y días increíbles de sol y mar, pero allí no había ni un alma y atravesar aquella zona y a esas horas con los últimos rayos resultaba sobrecogedor . Cuando estábamos a punto de dar la vuelta y buscar el centro del pueblo apareció de una de las casas una mujer de mediana edad que levantaba las manos en un gesto de invitación a su hostal. Nos acercamos hasta ella más por curiosidad que por ganas de quedarnos allí, aunque teniendo en cuenta que no sabíamos apenas nada de aquel pueblo ni de los sitios en los que dormir, más nos valía escucharla. La mujer se expresaba con gestos y palabras incomprensibles para nuestros oídos, pero supimos lo que quería decir: ella disponía de alojamiento y comida. Y para confirmarlo señalaba de manera repetida la ventana más alta de una casa descolorida y una pecera sucia en la que más que nadar, parecía que agonizaba un solitario pez.
El plan era muy poco tentador, aunque solo fuese para una sola noche. Aquella zona, al menos en aquella época del año, causaba escalofríos y pese a que las alternativas fuesen escasas, preferimos acercarnos al pueblo a ver si encontrábamos algo un poco más acogedor. Intentamos explicarle a la mujer que buscábamos algo más cálido, algo que tuviese cerca algún sitio en el que comer o en el que pudiésemos ver a alguna otra persona por la calle, pero a la vista de que tanta información era imposible explicar con gestos le dimos a entender que daríamos una vuelta y si no teníamos éxito volveríamos allí. Pero la mujer, entendiese o no algo de lo que le estábamos diciendo se limitó a seguir haciendo el gesto repetitivo de sus brazos señalando cada vez con más ímpetu la pecera y la casa mientras nos veía desaparecer.
Unos minutos más tarde encontramos un lugar más alegre, Hy Suu Guest House, al menos no tan lúgubre, y tras confirmar que había una habitación libre empezamos a desatar las cuerdas en las que estaban enganchadas nuestras mochilas.
Aquella noche fue difícil encontrar un lugar en el que sirvieran algo para cenar, pero más lo fue todavía explicar que quería un plato que no llevase carne… Nos tuvimos que conformar con un plato de noodles al más puro estilo “plan rice”, que mezclamos con hojas para hacer un rollito y mojarlo en una salsa de cacahuete.
Unas horas más tarde nos fuimos a la cama, con el estómago medio vacío y con la sensación de estar a miles de km de un lugar en el que alguien entendieses algo de lo que decíamos. La cerveza fue la única que esa noche pudo consolarnos. Mañana será otro día, recuerdo que pensé…
Datos prácticos:
- 137km con algo de lluvia pero por buenas carreteras y buenas vistas
- Nos alojamos en el Hy Suu Guest House, 150.000 VND la habitación doble.
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