La crónica cósmica. Me divierte el caos y el bullicio

EL SONIDO DEL SILENCIO – Cuando yo vivía en la Selva Negra de Alemania vino a visitarme un amigo de Barcelona a quien, al estar acostumbrado al ruido perenne de la gran ciudad, le costó dormir en aquella aldea en la que reinaba un silencio absoluto que sólo de vez en cuando rompía el cencerro de alguna vaca pastando en uno de los prado.

Ateniendo a mis gustos personales, y cuidando también de mi salud, procuro alojarme siempre en ese tipo de plácidos lugares en los que incluso resulta agradable escuchar el ruido ocasional de un avión cruzando los cielos o el de los grillos y demás insectos que amenizan las noches tropicales con su barullo.

Un ejemplo de ello lo tuve en el precioso Valle Gran Rey de la isla canaria La Gomera, donde residí una temporada en la casita aislada de una familia, ubicada junto a la pequeña carretera que descendía hasta el pueblo. Las contadas ocasiones en que al día pasaba el autobús que venía de San Sebastián, la capital de la isla, el hijito de la familia y yo salíamos corriendo a la terraza para verlo y saludar a los pasajeros, como hacen habitualmente los críos indios o africanos.

A mí, después de permanecer unos meses en lugares tan tranquilos como la silenciosa granja de las Colinas Kumaon en los que el silencio nos permite hablar a distancias considerables, me divierte el caos y el bullicio que hallo en Paharganj, el barrio de Nueva Delhi en el que gozo gratuitamente de un estruendoso concierto de cláxones, timbres, motores, ladridos y griterío.

De todos modos, como ya sabréis, me limito a pasar un par de días allí, antes de retornar a mi usual hábitat natural, y siempre pido en los hoteles que me den una habitación con ventanas interiores. Al contrario de lo que me sucede en Paharganj, en cuanto abandono sus callejones y me adentro en la parte moderna de la población me siento perdido como le sucedería a un ciudadano urbano en una jungla tropical.

Y no exagero al llamar a esas grandes metrópolis, como Bangkok, Kuala Lumpur o Chennai, selvas de cemento: para hacer unas compras en Nueva Delhi, concretamente en Nehru Bazar, tuve que recorrer parte de ciudad en un tuktuk durante más de media hora.

Por cierto, este apelativo del Sudeste asiático para denominar a los taxi-triciclos está imponiéndose por momentos en la India al de auto-ricchó.

A los tuktuk eléctricos y a los clásicos ciclo ricchó no les está permitido circular en muchas avenidas de Nueva Delhi, donde se organizan unos atascos monumentales y los semáforos pueden permanecer rojos más de dos minutos sin que nadie apague el motor de su vehículo.

OBITUARIOS INDIOS – Lectores sensibles abstenerse.

  • Un guarda de seguridad de los ferrocarriles acribilló a balazos a un colega y a tres pasajeros en un tren que iba desde Jaipur a Mumbai.
  • Entre 2018 y 2022 se suicidaron 658 agentes de la Policía Armada, 51 militares en la frontera indo-tibetana y 47 en la de Assam.
  • Un chico de diez años se ahorcó porque su madre le recriminaba que se pasase el día pegado a su teléfono móvil.
  • Un tipo estranguló a su esposa de quince años porque ella tenía “demasiados” seguidores en Twiter y él se sentía inseguro.
  • Un chico asesinó a su hermana de quince años porque mantenía una relación telefónica con un hombre.

PASO A PASO – Calcuta, Bengala, India. Otoño de 1987. Continúa de la crónica anterior. Mientras me pateaba Calcuta comprobé otras peculiaridades de aquel monstruo urbano bengalí. Por ejemplo la evidencia arquitectónica de que había sido la capital india del Imperio Británico, ya que por doquier se levantaban monumentos, palacios y edificios gubernamentales que recordaban la presencia inglesa.

Otra curiosidad estaba en la diversidad de razas que se distinguían entre sus habitantes, hecho que, a pesar de ser normal en lugares como Londres o París, resultaba insólito en una ciudad india.

Pero allí estaban, unos al lado de otros, los comerciantes libaneses, los restaurantes vietnamitas, los estudiantes africanos, las prostitutas rusas, los refugiados afganos o los exiliados iraquíes, además de una multitud de chinos compartiendo calle con indostanos llegados desde todos los rincones del país.

Quizás se debiese a esa población tan cosmopolita que en Calcuta se pagara mucho más por los dólares que en el resto del país, exactamente, en aquellos momentos, a quince rupias por cada billete americano.

Otra hecho inusual en una ciudad india era que en los bazares de Calcuta se podían hallar productos de otros países, e incluso yo, poco adicto al vicio de las compras, pero estando famélico de lectura, pude gastar unas rupias cuando me fijé en la colección de tiendas de libros de ocasión que se encontraban en las aceras de la New School Street.

De todas maneras no vayáis a creer que fuese sencillo lograr mi propósito porque, a pesar de que cada uno de los comercios tendría secciones de libros en ruso, francés, italiano, alemán y, por supuesto, todo lo imaginable en inglés, el limitado turismo hispano comportaba que pocas veces hubiese un libro en castellano, y ya no digamos en catalán.

Dificultando más la tarea de un lector ansioso, y debido al total desconocimiento de los libreros indios sobre la existencia de tales lenguas, los títulos que yo buscaba se podrían encontrar entre los franceses o los italianos.

No obstante, y confirmando la afirmación de que querer es poder, después de pasar varias horas recorriendo con la mirada las estanterías de los diferentes tenderetes hasta terminar casi mareado de leer lomos, conseguí el premio a la perseverancia en la forma de la mejor novela de uno de los escritores más geniales del Siglo XX, Louis Ferdinand Celine.

De todas formas, y debido a mi poca cultura, cuando regateé el precio y acabé pagando unas pocas rupias por aquella edición de “Viaje al Fin de la Noche” encuadernada en piel, ni tan siquiera imaginaba que estuviese adquiriendo una obra que se convertiría en mi predilecta.

Mis dos personalidades se encontraban de nuevo en las caras opuestas de la moneda, y mientras una vagaba encantada por aquella decadente metrópoli dejándose seducir por su peculiar atmósfera, la otra se encargaba de ultimar a marchas forzadas la partida que la encaminara hacia remansos más pacíficos.

Guiado por la primera me perdía por los bazares y los mercados, probaba comidas exóticas, visitaba el museo de los juguetes y un planetario que hubiese podido formar parte del aquél, e iba hasta Howrah para vivir la locura del puente más transitado del mundo; puente por el que cruzaba diariamente más de un millón de personas.

Visto que esa parte de mi personalidad profundizaba en el conocimiento comprendido de Calcuta, cosa que lograba mientras descubría que estaba residiendo en la parte de la ciudad que más me gustaba, quizás os preguntaréis a qué movidas se dedicaba la otra personalidad. Muy sencillo: estaba consiguiendo un visado tailandés y un pasaje de avión de la compañía Thai Airways hasta Bangkok. “Tendrá que esperar al vuelo del lunes”.

Además repetí el inútil trámite de visitar la Delegación de Hacienda para pedir el documento que certificara la procedencia bancaria, o sea legal, de la compra de rupias: “La barca en que yo navegaba volcó y perdí los impresos bancarios de todos los cambios”, alegué sin la mínima vergüenza logrando hacer sonreír al funcionario, quien sabía de sobra que yo habría cambiado mis dólares en el lucrativo mercado negro, y se limitó a sellar el documento para perderme de vista. Continuará.

MIRA LO QUE PIENSO

  • En la película Klute, Jane Fonda dice: “Volver a la placidez de ser insensible”.
  • Cuando me cruzo con un viejo viajero adivino que somos del mismo gremio.
  • No temes, por ejemplo, a un cojo o un sordo, pero sí a un loco; y lo mismo sucede personalmente pues, aunque te preocupa perder la vista o que tu próstata se monte el número, esto se queda en nada si descubres que tu mente se está desmadrando y no eres dueño de ti mismo. La mente continua siendo una Tierra Incógnita, ¿verdad?

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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