El mal tiempo, gran protagonista de nuestro viaje a Camboya, hizo que llegásemos a Phnom Penh antes de lo previsto, así que teníamos casi una semana para recorrer la cuidad y hacer el reportaje de la ONG. Por esta razón creímos que adelantando el vuelo para visitar Bangkok, aprovecharíamos más el tiempo. Cogimos un tuk-tuk por la mañana en dirección al aeropuerto y fue entonces cuando conocimos a Jack, nuestro conductor en Phnom Penh.
La distancia en tuk tuk se hacía eterna, y más aún con el tráfico y el bullicio que reinaba las calles. Los centenares de motos y tuk-tuks levantaban nubes de polvo que nos hacían envidiar a la gente que llevaba mascarillas, casi imprescindibles para no respirar tanta polución.
Una vez en el aeropuerto internacional de Phnom Penh nos dirigimos a las oficinas de la compañía aérea Air Asia para informarnos de lo que nos podía costar adelantar el billete un par de días. Nada rentable; la verdad es que no nos valía la pena porque subía casi 100 euros el billete, así que decidimos que nos quedaríamos por Camboya hasta el final y ya disfrutaríamos de Bangkok el último día.
Fuimos a buscar a Jack donde habíamos quedado y volvimos a Ok guesthouse. Allí aprovechamos para hacer una llamada telefónica al director de la ONG “Por la sonrisa de un niño”, quien nos indicó amablemente cómo llegar donde tenían las oficinas. Sorprendentemente y sin demasiado esfuerzo Toni y él se entendieron bien en inglés y quedaron para el día siguiente, aunque tuvo que pasarle el teléfono a Jack para que le indicara el camino puesto que estaba en las afueras de Phnom Penh. Ahora teníamos el día libre para ver más cosas de la capital y lo que se nos ocurrió fue ir a ver los dos mercados: el central y el ruso. Hicimos un trato con Jack y nos fuimos con él.
El primero que visitamos fue el mercado central de Phnom Penh o Psar Thmei. Cubierto por una enorme cúpula, el mercado tiene decenas de puestos en un pasillo que rodea el perímetro del edificio, los cuales tienen mercancía tan variada como la de un hipermercado. Los primeros puestos que vimos eran de telas y ropa, donde vendían también kramas y pañuelos de casi todos los colores. Seguimos y entramos a la zona que quedaba justo debajo de la cúpula, la de las tiendas de joyas. Sin duda la zona más vigilada, tanto que incluso había agentes con metralletas. Sí sí, nada de porras o pistolas: metralletas y ante el empeño de Toni pasé por detrás grabando. Muy a mi pesar, no conseguí enfocar el objetivo deseado y las metralletas no salieron en la imagen.
Sin la más mínima intención de comprar una joya pasamos de sección y llegamos a la de comida. Como siempre, con la justa higiene, se mostraban trozos de carne y de pescado que perfumaban con un olor casi pútrido el ambiente. Aguantando la respiración y maldiciendo las ganas de Toni de pararse justo ahí a hacer fotos, recorrí el interminable pasillo y suspiré aliviada al salir de aquel sector.
Terminaba el circuito y volvíamos al mismo sitio, o al menos eso parecía, porque nada más salir nos dimos cuenta de que no estábamos en el mismo lugar donde nos había dejado Jack, y la estructura redonda del edificio no ayudaba en la orientación. Elegimos la dirección errónea y dimos una vuelta de 270 grados para terminar encontrando al conductor que reposaba en el tuk-tuk como quien está tumbado en el sofá.
La siguiente parada fue el conocido mercado ruso de Phnom Penh, Psar Tuol Tom Pong, no porque sea ruso sino porque era donde compraban éstos durante la década de los 80. Mucho más bonito que el otro, en este también puedes encontrar ropa de algunas marcas mucho más baratas que en nuestro país. Aunque la zona más hermosa era la de artesanía donde pudimos ver cuantiosas estatuillas de Buda y otras esculturas, así como una gran cantidad de souvenirs. Aquí terminamos comprando llaveros, lápices, un pañuelo, incluso palilleros… Salimos de lo mas contentos por haber conseguido todo casi a mitad de precio gracias a la habilidad de regatear adquirida y perfeccionada de Toni.
En el centro del mercado había algunos puestos de comida donde nos hicimos una cerveza. El calor del ambiente resultaba abrumador cuando llevabas varios minutos recorriendo sus pasillos, que en algunos tramos no sobrepasaban el medio metro de anchura. Salimos, esta vez mas orientados, y fuimos con Jack a la guesthouse.
Esa tarde dimos otra vuelta por el paseo fluvial hasta que se hizo de noche, para terminar cenando en la guesthouse con el resto de turistas y viendo una película tan buena que ni me acuerdo de cual era. Por allí estaba Jack, donde trabajaba también de camarero. Aprovechamos y quedamos con él para el día siguiente de madrugada ir a la ONG y empezar con el reportaje fotográfico.
Si que eren xules de veres. A vore si al proper viatge en comprem.