No podía ser, debían haberse equivocado y nos habían dado un billete para parar en el siguiente pueblo. Teníamos en la mano los diminutos cartoncitos que se asemejaban más a un ticket de feria que a un billete de tren y comprobamos que estaba bien: “Orchha-Khajuraho”, no había habido error, el trayecto valía solo 27 rupias por persona. Saludamos al vendedor de la estación de trenes de Orchha con un gesto y nos alejamos de aquella ventanilla invadida en cuestión de segundos por gente fisgona que, con todo el descaro del mundo como ya empezaba a ser habitual, se había acercado para saber donde nos dirigíamos. Así que salimos de allí y fuimos a tomarnos un chai mientras esperábamos que llegase el tren en dirección a nuestro próximo destino a descubrir: Khajuraho.
Solamente estuvimos esperando unos 20 minutos hasta que por fin llegó el tren, y después de tener que escalar literalmente para poder subir al vagón que dedujimos que era el nuestro buscamos un sitio donde acomodarnos.
Al lado de una ventana, donde había dos mujeres con sus hijos, vimos un hueco donde sentarnos, y allí nos quedamos las 4 horas y media que duró el viaje. Cuando por fin encontramos sitio para todas las mochilas y nos relajamos en el asiento nos dimos cuenta de que las dos familias nos miraban con curiosidad y timidez.
La primera de las mujeres, más joven y guapa, viajaba con sus tres hijos a Khajuraho de vacaciones. Su hija mayor, quién dominaba un poquito más el inglés me contó que acababa de empezar enfermería y tenía curiosidad por saber cómo vivía una enfermera en Europa. Ella tenía muchas ganas de terminar la carrera para poder llegar a cobrar algún día un sueldo de 20000 rupias, unos 350 euros al mes. La otra mujer, más mayor y corpulenta, y a la que según Toni solo le daba dos vueltas el sari, se encargó de mantenernos alimentados con cacahuetes y castañas durante todo el trayecto.
Cuando quedaban pocos minutos por llegar, un joven que viajaba en el mismo vagón se acercó y nos dijo que si íbamos a bajar en Khajuraho. A nuestra respuesta afirmativa nos indicó que no pagásemos más de 40 rupias por llegar en rickshaw desde la estación a la ciudad. El chiquillo, que no tenía más de 20 años, era Sheikh, propietario de una tienda de souvenirs enfrente de los templos y que después de estar un rato charlando nos dijo que podíamos ir con él y pagaríamos aun menos. El tramo desde la estación hasta la zona turística era un poco más largo de lo que pensábamos, tiempo que aprovechó Sheikh para hacernos un poco de propaganda de su tienda e invitarnos a tomar un té para que la viésemos.
En un cuarto de hora llegamos al centro de la ciudad, justo enfrente del grupo oeste de los famosos templos, los mejor conservados y únicos de pago. En esta zona abundan los hostales, restaurantes y tiendas, razón por la que no tardamos más de 5 minutos en encontrar la guesthouse que habíamos elegido: Yogi Lodge, por su proximidad a la zona con más movimiento y porque habíamos leído que allí podríamos hacer alguna clase de yoga. En la entrada nos recibió Anand, un joven que hablaba muy bien el español y quería practicar un poco, así que nos dijo que nos esperaría en la puerta hasta que saliéramos a comer.
La guesthouse era muy grande, más de lo que estábamos habituados a ver. Tenía dos plantas y muchas habitaciones asemejándose a un albergue juvenil y en la parte superior había un restaurante. Después de hacer una ojeada muy por encima salimos a comer y en la puerta, como nos había dicho, seguía Anand esperando. Queríamos ir a comer a Raja’s Café desde cuya terraza se podían ver los templos. No estaba muy lejos, solo a unos cuantos metros, pero al chico le sobró tiempo para contarnos que tenía un tienda llamada “La puerta del sol” y que se alegraría mucho si fuésemos a visitarla.
Le dijimos hasta luego y subimos a la terraza del restaurante por una escalera de caracol que había en una esquina del patio pensando que íbamos a tener que luchar mucho contra los vendedores en esta ciudad pues en la media hora que llevábamos allí ya nos habíamos dado cuenta de que iban a la caza y captura del turista.
Las vistas desde la azotea eran preciosas, desde la mesa en la que nos habíamos sentado podíamos ver a lo lejos parte de los templos que dan la fama a esta ciudad, característicos por sus esculturas eróticas. No en vano Khajurao se conoce como la ciudad del kamasutra. Comimos sin prisa alguna y disfrutando del sol pues allí arriba el barullo de las calles apenas llegaba a nuestros oídos y los vendedores no podían marearnos, así que alargamos el momento de bajar a enfrentarnos otra vez con la realidad.
Decidimos que el día siguiente alquilaríamos unas bicicletas para ir a ver los templos, así que esa tarde la íbamos a dedicar a pasear por las calles de la ciudad, simplemente. El problema fue que cada 10 pasos aparecía un vendedor y terminamos comprando de todo: pendientes, farolillos, chai, incienso… y como no podía ser de otra manera todo tipo de objetos con motivos relacionadas con el kamasutra. Cada vez que salíamos de una tienda nos decíamos “ya no nos van a enredar más”, pero a la vuelta de la esquina ya había otro vendedor invitándote a un chai o pidiéndonos que entrásemos solo a mirar, y claro, entrábamos, mirábamos, ai que mono, que colorido, que barato y cuando nos dimos cuenta habíamos llenado media mochila. Pensamos en volver a la guesthouse como único tratamiento a nuestro ataque de compras compulsivas y subimos al bar de la terraza a bebernos una cerveza, momento que aprovechamos para apuntarnos a una clase de yoga para la mañana siguiente.
Cuando nos dimos cuenta ya era hora de cenar, así que sin muchas ganas de movernos a otro sitio nos pedimos algo para cenar allí mismo. Mientras esperábamos los platos llegó una pareja y se sentó en la mesa de al lado. Recuerdo que Toni me dijo “creo que están hablando en castellano” y yo contesté, “no creo, él no tiene cara de español”. Eran Dilek y Jaume, quienes llevaban también unos días de viaje y con quien terminaríamos pasando la Nochevieja en Varanasi. Y si, lejos de mi predicción, Jaume no solo era de un pueblo cerca del nuestro sino que además hablaba valenciano. Con ellos estuvimos charlando hasta que terminamos de cenar. Y exhaustos de tanta compra nos fuimos a dormir impacientes por ver los famosos templos del kamasutra de Khajuraho.
Hola i gracias!!
es verdad, he tenido uno días libres y he aprovechado para adelantar el diario. Estoy ya escribiendo el día de la visita a los templos de Khajuraho, en un par de días lo tenemos!!!