Empezaba a salir el sol en Khajuraho y nosotros ya nos encontrábamos desayunando en la terraza más alta de la guesthouse donde habíamos quedado con un profesor de yoga para que viniese a darnos una clase. Los primeros rayos no quemaban y desde allí arriba podíamos ver prácticamente toda la ciudad. De repente, mientras nos comíamos los bocadillos hizo su aparición estelar un hombre con un atuendo blanco impecable cuyo gesto sonriente pretendía emanar serenidad, pasó por delante de nosotros, saludó y seguidamente se dirigió a un lateral de la terraza donde empezó a desdoblar una manta y a hacer estiramientos. Cuando terminamos hicimos lo mismo que él, cogimos un par de mantas, las pusimos en el suelo y nos sentamos encima. Entonces subió también Dilek y se apuntó con nosotros a hacer un poco de ejercicio.
Ghanshyam, que así se llamaba el profesor, hizo una breve introducción acerca de los beneficios de practicar yoga con un inglés difícil de escuchar y seguidamente empezó con los ejercicios. Empezó con los más sencillos de hacer y poco a poco fue aumentando la complejidad. Mientras, el sol se iba acercando y se empezaba a sentir el calor que, si al principio era agradable, terminó siendo sofocante cuando ya llevábamos casi dos horas de clase.
Dilek hacia un rato que se había ido, pero Ghanshyam parecía no tener intención de terminar nunca; Toni le había caído muy bien y le explicaba cada ejercicio con demasiada paciencia. Y cuando ni mi cuerpo (ni mi cara seguramente) aguantaban más entonces se decidió a hacer lo últimos ejercicios y terminar con aquello que empezaba a ser una tortura.
Después de empezar la mañana con ejercicio matutino había llegado la hora de la bicicleta. En la entrada de la guesthouse tenían unas bicicletas para alquilar que estaban solamente un poco mejor que las de Orchha, pero era lo que había, así que cogimos dos y salimos en dirección a la ciudad vieja. La ciudad no estaba muy lejos, pero la carretera no era precisamente segura. Por allí además de vacas, perros, rickshaws, gallinas y niños en dirección al colegio también pasaban camiones muy poco considerados con los ciclistas que no conocíamos el camino. Pero con mucha precaución y paciencia conseguimos llegar sanos y salvos.
Cerca de los templos un niño avispado se percató de nuestra presencia y vino corriendo a guiarnos. Nuestra negación, que preferíamos ir a nuestra bola, no sirvió de nada, ni siquiera el “no Money” para ver si así desistía sirvió de nada e ignorando lo que le decíamos se puso a nuestro lado con su bicicleta y empezó a hablar sobre los templos. En un momento llegamos al primer templo y pudimos empezar a saborear la belleza de éstos. Digo empezar porque este grupo de templos no esta tan bien conservado como el grupo oeste, además estos están aislados y el impacto visual es diferente. Aun así nos entretuvimos mucho rato mirando las figuras esculpidas en las paredes y evitando a los que pretendían hacernos de guías, pues cualquiera que te decía dos frases para explicar algo consideraba que ya tenía derecho de pedir dinero a cambio.
Después de este templo otro, y después otro más de lo mismo. El niño que nos acompañaba que se dio cuenta de que no teníamos ganas de seguir viendo más piedras decidió que había llegado la hora de la segunda parte de la visita, ver la parte antigua del pueblo. Ésta consistía en un grupo de casas pequeñas y calles estrechas en la que los únicos vehículos que pasaban eran bicicletas y motos.
El chaval nos hizo pasar a una de ellas que resultó ser un colegio en el que se encontraban niños dando clase. Cuando nos vieron aparecer se levantaron todos muy respetuosamente y nos saludaron inclinando ligeramente la cabeza al tiempo que gritaban ¡hello!. El aula no era otra cosa más que una habitación de la casa sin ni siquiera muebles en la que los alumnos estaban sentados en el suelo mientras atendían al profesor que explicaba la materia en una pequeña pizarra en la pared.
La visita siguió por las otras aulas y terminó en el despacho del director que nos mostró una libreta en la que la gente escribía acerca del gran trabajo de esta gente para poder mantener un colegio. Lo que en un principio parecía una visita casual terminó siendo una manera más de sacarnos dinero, aunque de manera más sutil. Solo espero que ese dinero quedara dentro del colegio… Sabiendo ya de qué pié cojeaba el niño ya no nos fiamos de nadie, pues empezábamos a sentirnos como un dólar andante.
Aun así aun terminamos haciendo otra visita a la casa de un hombre que decía ser el alcalde. Entramos con la cabeza agachada y ya no la pudimos levantar prácticamente en toda la visita, pues los techos allí dentro eran muy bajos. La madre del señor, que estaba en el patio, cocinaba unos chapatis en el suelo que posteriormente sacó la hija en una bandeja. Como no podía ser de otra manera la visita terminó en la parte de arriba de la casa donde el hombre tenía casualmente toda una colección de antigüedades y pinturas que decía haber hecho él. Pero todo eran cosas que ya habíamos visto en algún sitio o que estaban tan mal conservadas que era imposible comprarlas. Además, ya habíamos tenido bastantes engatusamientos en una mañana, así que dijimos adiós educadamente y nos fuimos.
Cuando otra persona nos invitó a pasar a su casa directamente le dijimos que no podíamos, pues ya sabíamos interpretar esa sonrisa simpática que lo único que pretendía era sacarnos alguna rupia. Para el rato que habíamos estado allí ya teníamos bastante… ¡otro día más! Por si no hubiésemos tenido bastante, a la salida del pueblo el niño al que le habíamos dicho que no queríamos guía desde un principio y nos enredó lo que quiso, exigió más dinero cuando Toni le dio la propina que consideraba oportuna.
Ya cuando nos íbamos vimos a un grupo de niños jugando a badminton y como no podía ser de otra forma, Toni les retó a una partida en plena calle. Nos quedamos un rato jugando con ellos y les hicimos algunas fotos, olvidando por un momento las anécdotas anteriores en las que solo querían sacarnos las rupias.
Era mediodía y yo empezaba a notar el cansancio después de la eterna sesión de yoga y tanta bicicleta, necesitaba reponer energía. Decidimos comer otra vez en el Raju’s Café pues nos gustó la comida y sus vistas, además así estábamos cerca de los templos de Khajuraho para ir a visitarlos después. Después de beber dos refrescos seguidos para rehidratarme pude pensar con claridad y elegir el plato de la carta.
Tras dos horas de comilona y reposo nos levantamos renovados decididos a explorar el otro grupo de templos, los de pago, estos no nos podían defraudar. Así que con un poco más de ilusión que por la mañana nos dirigimos a la entrada. Pagamos las 250 rupias cada uno más el plus por la cámara de video, pasamos un control de seguridad y entramos en el recinto de los templos. A primera vista se podía apreciar la diferencia entre los otros. La abundancia de templos y el hecho de estar rodeados de zonas verdes le daban un aspecto encantador y atractivo, así que seducidos por el templo más cercano empezamos con la visita.
La parte exterior de cada templo estaba completamente abarrotada de figuras talladas en la piedra y todas y cada una de ellas rebosaba erotismo: mujeres semidesnudas posando de manera sensual o infinitas parejas en posturas sexuales ; representaciones que entretenían a uno durante horas y horas mirando aquellas paredes.
Centenares de personas paseábamos por los templos contemplando lo que según algunos sirvió hace mucho años para educar a los futuros amantes, una auténtica representación del kamasutra que sigue siendo admirada mil años después de su creación. Elevados sobre una plataforma de piedra que les proporciona mayor majestuosidad, los templos tienen unas escaleras para subir y entrar en su interior.
Uno por uno fuimos visitandolos todos hasta que llegó un momento que ya no distinguíamos unos de otros y nos despedimos del lugar. Volvimos a la guesthouse decididos a darnos una buena ducha, ya que aunque habíamos hecho el check out por la mañana nos habían prometido que nos dejarian un baño si lo necesitábamos.
Entramos a una habitación donde tenían las mochilas guardadas, sacamos lo necesario y nos dirigimos al baño, que resulto ser un espacio reducido de poco más de 1 metro cuadrado, cochambroso y en el que se encontraban en el mismo lugar la ducha, el wc y el lavabo, espejo incluido. Tuve que dejar la ropa fuera, pues allí dentro no cabíamos más que yo y mis botellas de gel y champú. Intente no tocar nada de lo que había allí dentro ya que hubiese salido de allí con más suciedad de la que llevaba, pero la escasa dimensión de aquello lo hacía imposible, no podías mover un brazo sin rozar la pared. Recé para que no saliese ninguna cucaracha de algún agujeroy pensé: “al menos tengo agua caliente” . Creo que Dilek ya no corrió la misma suerte.
Después de nuestra experiencia con el baño salimos a cenar a Ganesh restaurant, donde pasamos nuestras últimas horas en Khajuraho. A las 11 salía el tren nocturno en dirección a Varanasi y cuando volvimos a la guesthouse a por las mochilas vimos a Jaume y Dilek que seguían pensando si ir directamente a Varanasi o parar en Alahabad. Eligiesen lo que eligiesen era el mismo tren, así que salimos los 4 con el mismo rickshaw hacia la estación, y casualidades de la vida cuando llegamos allí nos dimos cuenta de que teníamos las literas juntas.
Esta vez nos habíamos permitido el lujo de no ir en sleeper class, yo todavía seguía traumatizada del último viaje así que habíamos elegido 3ª clase con aire acondicionado. Ni punto de comparación: había sábanas en las camas, no hacía frío y no entraba viento, eso si, aquí éramos todo turistas. De las cucarachas no nos pudimos salvar… Cuando nos entró el sueño montamos las camas y nos distribuimos cada uno en nuestro sitio.
Intenté no pensar en la fauna del tren y cerré los ojos, estaba contenta porque íbamos camino de Varanasi, al fin conocería el Ganges…
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