A las 8 sonó el despertador, debió de sonar porque yo lo había puesto pero nos quedamos fritos. El jet lag nos dejó pegados a las sábanas y a las 9:30 abrí los ojos y miré el reloj cruzando los dedos para que no fuese demasiado tarde, teníamos que coger otro vuelo que nos llevase a Chiang Rai (norte de Tailandia), y teniendo en cuenta lo que tarda el taxi en llegar al aeropuerto no teníamos tiempo que perder. Justo para recoger todo y salir a buscar el taxi y como en casi todos los sitios donde hay turistas están todos al acecho fue cuestión de minutos (ver video del taxi). Ese día pude contemplar la majestuosidad del aeropuerto, los extensos pasillos que te llevan de una terminal a otra y los techos elevados que lo convierten en un monumental aeropuerto. Nada, un vuelo nacional y en alrededor de 1 hora llegamos a Chiang Rai otro sitio de paso del que no podemos contar nada.
Cuando llegamos queríamos coger un autobús que nos llevase a la estación de autobuses, pero preguntamos a una chica que también iba hacia esa zona y fuimos los 3 en taxi. Mizue es japonesa e iba a aprovechar sus solo 10 días de vacaciones por Tailandia. Nos lo contó mientras nos tomábamos algo esperando a que saliese el otro autobús en dirección a Chiang Khon (pueblo fronterizo con Laos). Cuando nos dimos cuenta faltaban solo 5 minutos y al llegar a la estación vimos a la chica que nos vendió los billetes alzándonos los brazos y dándonos prisa porque el autobús ya estaba saliendo. Evidentemente ya estaba lleno así que nos tuvimos que conformar con lo que quedaba, un asiento en la última fila para mí y el suelo para Toni que consiguió hacerse hueco entre las bolsas de la compra de un matrimonio que parece ser había hecho la compra del mes.
Aunque no se estaba mal, teníamos aire acondicionado: estábamos al lado de una puerta que no se cerró en ningún momento, lástima no llegar a ver enchufados los divertidos ventiladores que colgaban del techo. Los dos chicos que viajaban a mi lado se entretenían mirándonos mientras grabábamos para el blog. Se estaba bien, la verdad, la ilusión de los primeros días eclipsa la incomodidad y el cansancio.
Cogí la cámara de fotos para hacer una foto a Toni mientras dormía camuflado entre bolsas y mochilas cuando de repente se fue el sol y empezó a caer agua sin previo aviso. Durante el viaje me acostumbré a ver chaparrones así, que tal cual vienen se van, sin más. Aunque ya no es época de grandes lluvias de vez en cuando hacia su aparición una nube pasajera que simplemente nos hacia dudar de nuestros planes, pero nunca los llegaba a estropear.
En un par de horas llegamos a Chiang Khon. No paramos muy lejos del río, de hecho vimos a gente que iba andando, pero nosotros cogimos un tuk-tuk (ver video del tuk-tuk). Me hacía ilusión, aunque si hubiese sabido la de veces que iba a subir en ellos ¡me hubiese dado igual! Así que fuimos a una pequeña embarcación que había donde comprando unos billetes te cruzaban el río. Nos encontrábamos en Tailandia y al otro lado estaba Laos.
El Mekong, al que tantas visitas íbamos a hacerle, con su característico y nada apetecible color marrón, es la frontera entre ambos países en el norte, y hacia el sur se adentra en el país, itinerario que días más tarde seguiríamos. Así que nada más que un viajecito en una barquita un par de minutos ¡¡¡y ya habíamos llegado a Laos!!!!
El pueblo fronterizo es Huay Xai, en la misma embarcación hay un sitio donde hacerte el visado. Me acuerdo que era mediodía y pasamos un tremendo calor al lado del río con todo el sol que caía, así que nada más terminar fuimos al mismo sitio que una pareja de holandeses que vimos en el autobús: la BAP guesthouse, donde hicimos noche por 300 baths (aun no teníamos kips). Necesitábamos una ducha antes de salir a ver cosas y no nos paramos a buscar otra cosa.
Huay Xai no es muy grande, de hecho como dice Toni en otro post, es conocido por ser una de las vías de entrada al país y porque desde allí se cogen los barcos para ir a Luang Prabang, así que la mayoría de gente esta de paso.
Cogimos las cámaras y fuimos a dar una vuelta, siguiendo lo que es la avenida principal vimos unas escalinatas bastante altas, decoradas con un dragón, acceso al Wat Jom Khao Manilat. Casi arriba del todo fue cuando empezamos a oír los cantos de los monjes. Seguro que alguna vez lo habéis oído pero no hay nada como oírlos en directo.
Me puse a grabar (en el vídeo se oye como cantan) y Toni a hacer fotos y cuando terminaron con sus rezos salieron del templo y pudimos ver a las monjas haciendo ofrendas. Puede que al final te parezcan todos los templos iguales, incluso llega un momento en el que pasas por el lado de algunos y ya casi ni los miras, pero me gustó mucho aquella primera impresión que me dio ver a los monjes paseando con esa serenidad tan peculiar y la receptividad con la que te atienden. Si saben inglés siempre están dispuestos a intercambiar algunas palabras con los extranjeros.
Dejando a un lado el turismo cultural optamos por otras tradiciones, ya era hora de probar la BeerLao! Esa con la que te encuentras en cada esquina de Laos y con sus banderitas con las que decoran todos y cada uno de los restaurantes. Nos sentamos en uno y nos bebimos la cervecita. No suelen tener otra, pero la verdad, esta buena, ¿eh Toni?
Más tarde fuimos a cenar al lado del río (en realidad no era tan tarde, las 8 o algo así, pero nos acostumbramos enseguida al horario de Laos), en el Riverside Houay Restaurant, en compañía de las hormigas, arañas y mosquitos. En la cena empecé a probar la típica comida laosiana, lo que comíamos casi siempre: nuddles y arroz frito con verduras, pollo o cerdo, rollitos de primavera o pescado y ni que decir cabe que siempre iba acompañado de BeerLao. No le dejamos nada a la araña, con tanto viajecito no habíamos comido y de postre aun nos hicimos pankake, ¡de chocolate por supuesto! Es un típico postre que sirven en varios países de Asia que en algunos sitios los hacen igual que los kreppes y en otros más esponjosos, pero ambos están riquísimos.
Ya teníamos claro a que hora íbamos a salir el día siguiente porque habíamos quedado con la dueña de la guesthouse para que viniesen a recogernos para ir a Vieng Phoukha, así que nos fuimos a dormir, sin imaginar donde iba a estar durmiendo el día siguiente…
Ah, i el gos tambe canta o tan sols medita.