La crónica cósmica. La principal razón de este viaje

BARCOS, TRENES Y AUTOCARES – Con los amigos valencianos permanecimos sólo unos pocos días en la isla tailandesa de Koh Phangan porque la principal razón de este viaje era reunirnos con María Marcos y Luís Garrido-Julve, los otros colaboradores de Conmochila.

Después de navegar dos horas y media de vuelta a Surat Thani fuimos en tren hasta la frontera de Malasia, donde ya nos esperaba Luís, que había venido en avión desde Bangkok, su domicilio habitual.

Tras conseguir un visado gratuito de tres meses por parte del gobierno malayo, fuimos en un nuevo tren hasta el puerto de Butterworth e hicimos el corto trayecto de diez minutos en un ferry hasta Georgetown, en la isla de Pinang, donde disfruté otra muestra de la buena organización de los amigos valencianos: nos habían alquilado una encantadora casita en China Town, con su propio nombre pintado sobre el muro exterior, «Chung Hun», situada a corta distancia de Little India.

Valga aclarar que un setenta por ciento de los habitantes de Georgetown son chinos-malayos y que el número de indios tamiles que residen en ella tampoco se queda corto. 

Georgetown tiene dos facetas tan distintas como lo son las caras de una moneda. La parte antigua en que se hallan el barrio chino y el indio fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, mientras a su alrededor brotaban rascacielos a mansalva.

Cuando visité Georgetown por primera vez, hará unos treinta y pico años, esta muestra del mundo “modelno” todavía no existía y tenía el aspecto de una polvorienta ciudad asiática perdida en el tiempo. Al regresar en el 2015 y ver únicamente las zonas nuevas, creí hallarme en otra población, una a la que hubiesen arrasado sus barrios históricos. La crucé sin descender del autobús para dirigirme a un pueblo de pescadores llamado Tanjong Bungah, que se encuentra en la parte septentrional de la isla, junto al Parque Nacional de Pinang.

Tras aclarar todo lo anterior se comprenderá mejor que valorase más si cabe que los amigos valencianos nos guiaran por los rincones más emblemáticos de Georgetown, sin olvidar un recorrido cultural por los callejones en que algunos artistas muy dotados habían pintado grafitis que merecerían ser protegidos. También nos llevaron de la mano a una mezquita que tenía el curioso nombre de Kapitan Kling y al templo chino de Tokong Han Jiang.

Después de permanecer un par de días en Georgetown, partimos hacia el sur de camino a la histórica ciudad de Malacca, donde nos reuniríamos con María, que reside allí desde hace ocho años. Hicimos el viaje de siete horas en uno de los autocares malayos cuyos asientos y amplitud superan en confort a los de cualquier otro país que yo haya visitado; sirva de ejemplo que solamente hay tres asientos en cada fila.

El recorrido no tuvo desperdicio para un mirón de paisajes como yo, pues la autopista estuvo encerrada entre el constante verdor de unas empinadas y tupidas junglas. Tristemente, algunas partes de ellas habían sido taladas para plantar palmeras, que me hubiesen parecido bonitas de no haber sabido que eran de palma aceitera, planta que extenúa el subsuelo cuatro veces más que cualquier otro cultivo, eso sin mencionar que las grandes empresas, al acabar con la jungla, también expulsaron a las tribus que residían allí desde hacía miles de años.

Chocándome en plan apocalíptico para dejarme boquiabierto, aquel mundo verde dejó paso de pronto a Kuala Lumpur: la ciudad de los rascacielos más altos de la Tierra que se extendían hasta donde alcanzaba la vista. ¡Boom!

CURIOSIDADES – Entre las jóvenes chinas-malayas se ha puesto de moda decolorar su precioso pelo azabache y teñirlo de color rubio, como también lo hacen muchas tailandesas.

Si planeáis dejaros caer por el Sudeste Asiático no olvidéis el calor y el bochorno que reinan constantemente, consiguiendo incluso que yo me sienta a gusto con el a/c, que generalmente evito.

El precio de un litro de gasolina en Malasia tiene el simpático precio de 2’05 ringgits, aproximadamente unos cuarenta céntimos de euro.

En todas las carreteras malayas hay, de vez en cuando, refugios para que los motociclistas se protejan de las frecuentes tormentas. 

Al viajar con el hijito de nueve meses de los amigos valencianos, estoy valorando más los esfuerzos que requiere la maternidad. A pesar de ser un crío que se pasa el día sonriendo y que se siente de maravilla en brazos de cualquier desconocido, incluidos los camareros de bares o restaurantes a los que les encantan los niños como a todos los asiáticos, no deja de requerir una atención constante que a mí me dejaría agotado.

PASO A PASO – Lago Manásbal, Cachemira, norte de la India, verano de 1987. Continúa de la crónica anterior. Casi diariamente, como también sucediera en Srinagar, en algún momento el cielo se cubría de nubes y estallaba una tormenta acompañada de rayos y truenos a montones, para solamente caer cuatro gotas. Una de nuestras actividades físicas era encontrar alguna excusa para ir en bicicleta hasta Safapura: un trayecto de quince minutos escasos que, al recorrer terrenos llanos, era un gustazo que requería poco esfuerzo.

También, día a día, me fui convirtiendo en un maestro del remo gracias a la pokhara (piragua) de la casa, al ir en ella hasta el centro del lago para tomar un baño y tostarme bajo el sol con la simple compañía de un libro y, por supuesto, de algún porro.

Desde el agua podía contemplar, pongamos por caso, como un par de toros, deseosos de fardar de su fuerza ante las indiferentes vacas, se embestían de forma espectacular hasta que uno de ellos terminase hundido entre los nenúfares del lago con el agua hasta el cuello; lograda la victoria, tanto el vencedor como el derrotado olvidarían su antagonismo para seguir pastando tranquilamente por el prado.

En el jardín acuático de Manásbal brotaban unas frutas tan únicas como deliciosas que formaban parte de la dieta cotidiana de cuantos residíamos allí. Las llamaban castañas de agua y tal nombre era de lo más apropiado: una vez descascarilladas su aspecto y sabor resultaban muy parecidos al de las castañas. También se cocinaba y comía el tallo y la flor de los lotos.

El edificio de la Zahoor Guest House no disponía de un comedor: las comidas, con sus interminables sobremesas, se hacían en una larga mesa instalada en el patio, bajo una parra tan grande que debía apoyarse en cinco manzanos, encargados de completar la sombra. Unos pájaros formaban parte habitual de las tertulias: eran los desvergonzados bulbul que, además de esparcir por doquier pedazos de las jugosas uvas que picoteaban, se paseaban por la mesa probando cuanto hubiese en ella.

Aparte de los residentes de la casa, o sea de la familia italiana, del argentino Juan, el uruguayo Gerardo, las hermanas suizas Caroline y Catherine, Olivia, la hijita de ésta, y dos mujeres holandesas llamadas Glenda y Klaske, se juntaba frecuentemente con nosotros el notario local.

Tal caballero era un hombre rico y educado que, con vocación de quiromántico, en más de una ocasión se dedicó a leer las líneas de las manos de los extranjeros. En mi caso acertó plenamente detallando tanto el número de mis hermanos y hermanas como sobre mi pasado, mi carácter y lo que denominó mis poderes natos; pero cuando pareció llegar a cierto tema delicado se cortó avergonzado y tuve que ser yo quien le animara a continuar.

“Tu parte negativa”, dijo después de reflexionar por unos momentos buscando las palabras adecuadas, “está en la afición al alcohol y otras drogas”.

Le confesé riendo que así era, pero lo hice tranquilamente porque sabía que no representaba ningún problema entre aquellos cachemires que, a pesar de ser buenos musulmanes, tanto los hombres como las mujeres gozaban abiertamente de la bebida y las ukas (pipas de agua locales). Continuará.

ASÍ HABLÓ MI AMIGO RUSO EL SEÑOR TOLSTOI

  • “La economía rusa se halla por los suelos y cuando el año pasado trabajé de taxista, cobraba diez dólares por currar toda la noche”.
  • “En los cementerios ortodoxos de mi país no está permitido enterrar en suelo sagrado a los suicidas, a las putas, a los escritores y a los actores”.
  • “Mi padrastro y mi hermanastra aprovecharon que yo estaba en el Nepal para vender ilegalmente mi casa y me pagaron solamente diez mil dólares. Pero cuando los cobré, me compré una casita de madera en una zona rústica por solamente mil quinientos dólares”.
  • “Lenin mató a un millón de popes (curas ortodoxos). Stalin legalizó de nuevo la ortodoxia cristiana, pero colocó en su cúpula a oficiales de la KGB, y el patriarca actual había trabajado también para la KGB”.
  • “Ayer me telefoneó un amigo que vive en una ciudad siberiana llamada Yacutia y me dijo que ya llegaba la primavera, pues solamente estaban a diecisiete grados bajo cero, pero que este invierno alcanzaron a los setenta y un grados bajo cero”.

MIRA LO QUE PIENSO

  • Si escribiese pensando en sacar provecho económico (algo bastante improbable: ¡JA!), sería como si jugase a backgammon por dinero y le perdería el gusto.
  • ¿Visteis al inventor del móvil despotricando contra el excesivo uso que se hace de él? Es el determinante tema del qué y el cómo.
  • El patriota que todos llevamos dentro desearía que ganase las competiciones deportivas un compatriota, un paisano, un vecino, un primo, un hermano o, mejor todavía, uno mismo, aunque se pase el día tumbado en el sofá.
  • La corrupción provoca unos resultados mediocres porque se escoge al enchufado antes que al más apto; como sucede en la India y el Nepal con los deportes, las empresas, etc.
  • Quise dárselo todo, pero prefirió quitármelo todo.
  • El desvergonzado espectáculo que se montó recientemente Putin en un estadio de fútbol fue parecido a los que organizaba Hitler: pura lavada de coco patriótica. ¿Sabíais que pagaron diez dólares a cada asistente?

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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