Hubiese sido mejor para todos que yo durmiese esa noche del tirón, sobre todo para Toni, pero mi fisiología hiperactiva me lo impidió. Cada vez que me levantaba desmontaba el lecho que tanto costaba volver a montar y el inconsciente de Toni que sentía el frío en la nuca soltaba un gruñido. El tramo entre el campamento y la primera palmera visible era de apenas veinte pasos, pero recorrer esa reducida distancia era suficiente para advertir que esa noche el desierto del Thar albergaba el más absoluto silencio. Cada paso retumbaba en el ambiente, así que tan sigilosa como podía me volvía a meter entre las sabanas rezando para no volver a despertarme, en vano…
Empezaba a salir el sol y los guías terminaban de preparar el desayuno. Los chasquidos de la hoguera y el sonido de la cuchara removiendo el chai comenzaron a despertar al grupo, que atrapados debajo de las mantas prorrogábamos el momento de levantarnos.
Las botellas de agua y las mantas servían para improvisar un baño donde poder acicalarnos y en pocos minutos volvíamos a estar todos rodeando la hoguera con la taza de té. Mientras nosotros saboreábamos el desayuno disfrutando de los últimos segundos del amanecer, los guías habían salido en busca de los camellos. Con las extremidades anteriores atadas una con la otra no podían haber ido demasiado lejos, o eso pensábamos… porque los chavales estuvieron un buen rato rastreando la zona y cuando ya creíamos que se habían ido a Pakistán, les vimos aparecer.
Recibimos a los animales con más desazón que alivio, pues las agujetas habían empezado a aparecer y la idea de volver a subir a esas incómodas jorobas y pasear durante otras largas horas empezaba a ser más fastidioso que emocionante. Volvimos a montar y a formar las filas.
Esta vez durante el trayecto nos acompañaron un par de perros que se habían unido al grupo durante la noche anterior, triunfantes por haber encontrado comida en medio del desierto. El dolor en las piernas impedía que pudiese disfrutar otra vez del paisaje del desierto e hizo que estuviese todo el rato moviéndome encima del camello. Además esa mañana no me encontraba del todo bien y mientras los demás empezaban a quitarse la ropa de abrigo porque calentaba el sol, yo me iba tapando más.
Afortunadamente el final del tour ya no estaba lejos. En algo más de dos horas volvimos a parar a descansar y nos dimos cuenta de que finalmente era la última parada.
A la sombra de los árboles, que en esa zona ya empezaban a visualizarse en cantidad, volvimos a poner las mantas y allí los chicos prepararon un almuerzo-comida con el que recobrar fuerzas. Otra vez hacían acto de presencia los chapatis que tanto disfrutamos en India.
Aproveché después para pegar una cabezadita y recuperarme un poco, pues el trayecto se me había hecho muy pesado y Toni se quedó practicando sus aptitudes como guía aprendiendo a hacer sentarse a los animales.
El deleitoso calor de mediodía nos iba dejando más y más postrados. Los camellos entretanto iban buscando comida en árboles cada vez más y más lejanos, pero ya no importaba. Ya no iba a tener que volver a sufrir esas irritantes jorobas , así que por mí podían escapar cruzando la frontera.
En un par de horas llegó el jeep a recogernos. El polvoriento automóvil en el que viajaban tres jóvenes se convirtió para mí en una limusina. Dijimos adiós a los guías y a las chicas israelíes que se iban a quedar un día más, y su cara viendo como nosotros subíamos al coche delató sus pocas ganas de prolongar el viaje. Durante el camino de vuelta a Jaisalmer reparé en la cantidad de roña que llevábamos encima. Estaba deseando darme una ducha aunque fuese con un cubo de agua fría. Dejamos A Salima en su guesthouse y luego fuimos a Shiva Palace junto a Fabien.
Cuando llegamos a la guesthouse aprovechamos para hacer el cambio de habitación. La de la azotea no estaba mal, pero se oía demasiado a la gente en la terraza por las mañanas, así que nos pusimos en otra que había en la planta baja más grande, más silencios pero más fría.
Una vez limpios y acomodados en nuestra nueva estancia nos duchamos con tranquilidad y salimos a disfrutar del día: ¡¡era mi 25 aniversario!! Dimos unas cuantas vueltas por las tiendas de Jaisalmer, queríamos comprar telas y saris. Hicimos tantas compras en uno de los establecimientos que el propietario me regaló un pañuelo: ¡¡mi primer regalo de cumpleaños!!
Cuando nos hartamos de comprar volvimos al ciber de Om pues tenía ganas de mirar el facebook a ver quien se acordaba de mí ese día.
La sorpresa me la llevé cuando vi que mi madre me había “regalado” un álbum con fotos mías desde que era pequeña. Me alegró tanto que Om mostró curiosidad, fue entonces cuando se enteró que era mi cumpleaños y nos invitó a ir a comernos la tarta y beber unas cervezas a casa de un amigo suyo después de cenar. Estuvimos aun un rato con él tomando unas birras y nos grabó un par de CDs de música India. Tambíen aprovechó para que, presumido como era, Toni le hiciese algunas fotos posando para su perfil de facebook.
Cenando en la terraza vimos a Fabien, momento que aprovechamos para invitarlo a venir con nosotros después de cenar, así que cuando Mira nos dio mi tarta marchamos al ciber en busca de Om que nos esperaba en compañía de otro amigo. Fuimos en coche porque la casa a la que íbamos estaba en las afueras, pero no sin antes parar en una tienda a comprar cervezas y ron. Cuando llegamos al chalet nos recibió Rajiv, que según nos contaron era hijo de gente adinerada, el barrio en el que vivía daba fe de ello.
Entramos en el salón donde tenían un portátil conectado a un equipo de música, una mesa, un colchón y unas cuantas sillas de plástico como mobiliario y abrimos la caja de las cervezas.
Antes de sentarme fui al baño y si nada más entrar a la casa ya me había sorprendido el estado en el que la tenía, cuando vi el resto quedé perpleja. El contraste entre el exterior y el interior era abismal. Me desconcertaba ver como teniendo dinero y una casa más grande que cualquiera de las que había por el centro de Jaisalmer, no se preocuparan por ella y la tuviesen desastrada e incluso sucia. La pintura de las paredes caía a pedazos, los muebles amontonados por todos los sitios y el baño que no era mejor que el de cualquier modesta guesthose me hicieron llegar a la conclusión de que ahí no podía vivir ese chaval.
Cuando volví al salón vi que encima de la mesa estaba ya preparada la tarta de chocolate con su vela, su cartel de happy bithday y mi nombre (Toni consiguió que un pastelero indio escribiera bien mi nombre y yo a veces no lo consigo aquí ni en la universidad…).
Me senté en la mesa y soplé la vela. No recuerdo el deseo, pero ¿qué más podía pedir? No era la “Big big big party” que aseguraba Om pues Fabien terminó durmiéndose en el colchón unas horas más tarde, pero había celebrado mi 25 aniversario en la India, despertado en el desierto, viajado en camello y compartido el día con franceses, israelís, ingleses e indios. Si no era la mejor forma de cumplir un cuarto de siglo, al menos si era original y la recordaré para siempre.
Cuando volvimos a casa Toni aun tenía una sorpresa guardada: decenas de pulseritas de colores como las que llevan allí las chicas. Sabía que me iban a encantar, así que con mi mejor sonrisa me acosté y me dormí en cuestión de segundos. Udaipur era quien nos esperaba ahora.
muy buenas imagenes.. q lindo viaje!