La idea de viajar a India en Navidad rondaba en nuestra cabeza desde hacía varios meses. El poder de seducción del subcontinente alimentado con música, libros y películas me hacía soñar a diario con él. Antigua tierra de opulentos maharajas, poblada por una multitud desbordante, India y todo lo relacionado con ella me cautivaba: su enorme extensión y la variedad de paisajes, la convivencia entre religiones, la cantidad de idiomas, Gandi, el karma, espiritualidad, Varanasi, el Ganges, el masala, bollywood, el yoga, las castas, los saris, las pujas, el cricket, el Taj Mahal… palabras que hacían volar mi imaginación. Estaba dispuesta a conocer cada una de ellas y a ponerles un color, una forma, un olor y un recuerdo.
El 14 de diciembre, mientras la gente empezaba a montar sus árboles de Navidad y a decorar sus casas con luces y figuras, Toni y yo volábamos hacia Delhi olvidándonos de Papa Noel y reyes magos porque, ¿qué regalo podía superar visitar por fin mi ansiada India? ¿Qué impresión me llevaría?, ¿Sería tan emocionante y sensacional como decían algunos? ¿O sería solo otro país pobre difícil de mirar a la cara?
Una vez más, dentro de mi mochila, una libreta en blanco esperaba volver a convertirse en la narración de nuestra nueva aventura.
A las 9 llegábamos a Delhi. Después de un viaje no demasiado largo y durmiendo lo justo, la niebla no se opuso y el avión aterrizó puntual en el aeropuerto internacional Indira Gandhi. Salí emocionada del avión pensando que estaba a punto de pisar tierra india y sin embargo lo único que sentí debajo de mis pies fueron los pelos de la moqueta que recubre todo el suelo de los pasillos del recinto.
Una vez recogidas las mochilas y después de cambiar los primeros euros a rupias nos dirigimos directos a la oficina de taxis de pre-paid para evitar que nos enredasen los taxistas ya de buena mañana, así que por 320 rupias nos llevaban a la zona de Connaught Place. Un conductor que no podía pasar desapercibido por su atuendo nos indicó que subiésemos en su taxi y, mientras el hombre intentaba salir del atolladero que era la puerta del aeropuerto, yo no podía dejar de mirar ese chaleco dorado que llevaba. Si lo que pretendía ese uniforme era llamar la atención, conmigo lo había conseguido.
Cuando salimos de aquel tapón que habían formado los coches, noté que me llegaba el aire y empecé a respirar. En ese momento giré la vista hacia la ventana y vi por fin las primeras imágenes en directo de India: en el arcén, dos mujeres vestidas con saris de colores y un par de sacos en la cabeza reñían a los niños que correteaban demasiado cerca de los coches y al lado del taxi, cuando paramos en un semáforo, otra mujer con la cara sucia, el sari desteñido y un bebé en brazos daba golpes al cristal y hacía señales pidiendo limosna para alimentar a su niño.
Finalmente llegamos a la zona y tras intentar ser engañados por un par de personas que insistían en que fuésemos a uno de tantos “tourist info” que había en pocos metros cuadrados, encontramos la Ringo Guesthouse. Aunque esa misma noche íbamos a salir en dirección Bikaner necesitábamos un sitio donde darnos una ducha y dejar las mochilas mientras visitábamos Delhi. En la lonely planet no ponía nada de ésta, supongo que no tenían nada bonito que escribir y lo dejaron en blanco, pero estoy segura que mi cara, cuando nos acompañó a la parte de arriba un señor con el pelo medio rojo medio blanco, describía perfectamente el estado del hostal. Aunque con el tiempo me fui curando de espanto y ahora veo las fotos y no me parece tan espantosa ese día solo podía fijarme en la austeridad, el olor del baño y el mal estado de cada mueble que había en el edificio.
Dejamos las mochilas y salimos de allí corriendo, pues la cama de la habitación no era para nada apetecible y no quisimos descansar y después de la primera lucha con los conductores de rickshaw conseguimos que por 70 rupias nos acercasen a Old Delhi, justo delante del Fuerte Rojo.
Una vez compradas las entradas en la parte exterior del Fuerte por 250 rupias tuvimos que pasar un control completo con cacheo incluido. Allí descubrí el desconcierto que provocaba el micrófono de la cámara entre el personal de seguridad que miraban la esponja con desconfianza y se hacían comentarios entre ellos como si se preguntasen si podía haber dentro algo escondido…
Conocido también como Lal Quila, el fuerte de piedra de arenisca se empezó a construir en 1638 por el emperador mogol Shah Jahan. Hoy por su extenso jardín pasean turistas extranjeros como nacionales y allí estábamos nosotros mirando sin saber bien que era lo que había que ver. Coincidió que ese día había excursiones escolares y mientras Toni hacía fotos yo me entretenía con las niñas que venían a saludarme y me daban la mano.
Sabía que en India la discreción es mínima, que sus miradas son fijas e intimidantes, y que la gente mira descaradamente aunque esté a punto de torcerse el cuello, así que tuvimos que aprender a ignorar miradas penetrantes que en nuestro país llegarían a ser molestas y allí son de lo más normal. Al principio pensé que era porque era temporada de pocos turistas extranjeros y les extrañaba vernos, luego pensé que a lo mejor les llamaba la atención que fuese tan alta, pero pronto me di cuenta que no, que ellos son así… Pero lo que me dejó perpleja es que viniese gente a pedirnos que nos hiciésemos una foto con ellos.
Salimos de allí hambrientos con la intención de ir directos a Karim’s a comer cuando de repente un hombre nos cortó el paso y empezó a hacernos propuestas para guiarnos por old Delhi. Le dijimos que no, que muchas gracias pero que necesitábamos comer, y aun así insistió y vino detrás de nosotros. Incluso habiéndole dicho que no nos hacía falta un guía el hombre se empeñó en hacer el papel, así que durante todo el trayecto nos estuvo haciendo explicaciones de lo que íbamos viendo. Que si esto es una mezquita, que si esto es un mercado, que si esto es muy típico, que si hay que ver lo otro… Cuando llegamos al restaurante pensé, ¡buf, por fin!, pero Taslim no se iba a conformar con tan poco y nos dijo que nos esperaba a la salida.
Comimos en la parte de arriba del restaurante. Chiken masala y nan de ajo era lo único que conocíamos de la carta, pero nos hicimos la promesa de pedir cada día un plato diferente aunque no supiésemos lo que era y así ir degustando la cocina india. Aunque el nan no era como lo recordaba y todo picaba al límite de lo que mi lengua podía soportar, me relamí de lo que me había gustado la comida y salimos del restaurante.
Taslim fiel a su promesa y para mi desgracia seguía esperando a la puerta. En realidad hacía guardia para evitar que nos escapásemos sin él, así que ya resignados le seguimos durante un rato. Nos llevó por callejones de Old Delhi excesivamente transitados por personas y animales y en los que la mayoría del tiempo teníamos que estar mirándonos para ver si seguíamos aun los dos juntos sin perdernos. Todo estaba plagado de tiendas, la mayoría de ellas con estantes llenos de telas que seducían con sus colores vivos. Los pañuelos, saris y pashminas con estampados preciosos me conquistaron y mis ojos miraban a un lado y a otro buscando más y más cosas bonitas sin escuchar ya a Taslim que seguía recitando nombres y fechas. Entonces decidí que compraría todo lo que cupiese en mi mochila.
Cuando giramos en una de las esquinas nos metimos en la calle de las tiendas con cosas para bodas. En estas se podía encontrar desde la ropa para los novios hasta obsequios para regalar y desear un feliz matrimonio a la pareja como figuras, flores y collares. Vimos también tiendas de antigüedades, de especias, de complementos y de zapatos y en los callejones, hombres y mujeres con carros de madera vendían fruta y verdura a la muchedumbre. Por el contrario, las calles me sorprendían de otra manera, el suelo allá donde mirase estaba sucio, descuidado, como si nadie se molestara nunca en limpiarlo ni les incordiase la roña. Las vacas, que iban rebuscando en la basura algo que meterse en la boca, evacuaban por doquier y los pobres perros, la mayoría con alopecias y enfermedades en la piel vagabundeaban o huían presos del pánico cuando alguien hacía un gesto brusco, temiendo que fuese otra piedra en dirección hacia ellos. En un momento alcé la vista y vi como una familia entera de macacos saltaba de una fachada a la de enfrente.
Tantos estímulos visuales nos empezaban a saturar, así que cuando llevábamos un par de horas andando le pedimos a Taslim que nos acercase a una zona donde coger un rickshaw y fue entonces cuando salió el tema del dinero. Para empezar, nosotros habíamos insistido en que no queríamos guía, pero la realidad es que al final como el hombre estuvo varias horas con nosotros decidimos que le teníamos que pagar… El precio que dijo él de entrada hizo que a Toni se le escapase un ¿Qué? tan fuerte que en fracciones de segundo se formó un corro de personas alrededor de ambos que se dedicaron a seguir en primera fila todo el proceso de regateo con los ojos clavados en Toni. Al final Taslim se fue contento con sus 200 rupias y la promesa de que cuando volviésemos a Delhi si necesitábamos algo lo llamaríamos a él. Aunque nunca más lo volvimos a ver.
Volvimos a la guesthouse y muy a mi pesar me tuve que meter en la cochambrosa ducha dudando si después de ese baño iba a salir más limpia. La puerta parecía que caería en cualquier momento y dejaba entrar todo el aire del patio, pero por lo menos el agua estaba caliente…
Aun teníamos que averiguar si íbamos a poder subir al tren esa noche pues habíamos comprado el billete 10 días antes y nos encontrábamos los primeros en waiting list. Fuimos a un punto de información a ver si sabían decirnos algo y al decirles que no teníamos ningún billete más comprado para el resto del viaje y que el resto teníamos pensado hacerlo sobre la marcha en tren o en bus. Lo más suave que nos dijeron fue inconscientes. ¿Cómo se nos ocurría viajar por India si tener los billetes ya? ¿Qué no sabíamos que cientos de miles de personas viajan a diario en ferrocarril y se agotaban los billetes? ¿Estábamos locos o que? ¿No sabíamos lo incómodo y peligroso que podía llegar a ser los autobuses en Rajastán? Para terminar de dramatizar la escena y que no se nos ocurriese que el autobús iba a ser una buena alternativa nos mostró una foto de un bus a reventar de gente con un montón de personas y sacos en el techo, nos miró y nos dijo: ¡esto son los autobuses de la India!
Algo perplejos salimos en busca de otro punto de información que aparentemente pareciese más serio, a ver si lo que nos decían nos gustaba más y tras hacer algo por Internet y confirmar nuestros billetes para esa noche nos dijo que para ese día nos habíamos salvado, pero que nos iba a ser imposible conseguir desplazarnos si no reservábamos con antelación, que la mejor solución era contratar un taxi que nos llevaría por donde quisiéramos por todo el Rajastan. Si no fuese porque ya habíamos leído por Internet que era mejor tener los billetes para asegurarse un sitio por la cantidad de gente que viaja, no le hubiésemos hecho tanto caso, pero siendo así yo ya me veía todo el viaje en compañía de un taxi que nos iba a costar una pasta y nos iba a privar de nuestra libertad. Con la mosca en la oreja le dijimos que nos diese la tarjeta y que si en Bikaner ya veíamos que era imposible le llamaríamos y contrataríamos el servicio. Volvimos entonces a la guesthouse mientras pensábamos en cómo solucionar el tema del transporte en nuestro viaje.
A día de hoy aun suspiro aliviada de no haberle hecho caso en ese mismo momento, tras 22 días viajando por el norte de India puedo decir que siempre hemos encontrado algún medio, sea tren o bus, y el único día que pensábamos que no podríamos, que fue en año nuevo, fue tan fácil como acercarnos a la oficina de turismo de la estación para que nos sacaran un billete en sleeper class. Digo esto porque me enfurece que aparte de tratarnos como si estuviésemos tontos, nos mintieron para que le contratáramos un coche. Puede que esto suceda en temporada alta, no lo se, pero está claro que en diciembre no.
Llegó la hora y fuimos a la estación, el tren que empezaba el trayecto en Delhi esperaba ya a los pasajeros desde hacía un buen rato, y menos mal, porque era la primera vez que veíamos un tren como ese y nos costó lo suyo encontrar nuestro sitio. Nadie nos sabía confirmar nada porque solamente teníamos el papel que imprimimos en casa en el que figurábamos aun en waiting list. En las paredes del tren estaban colgadas las listas con los nombres de los viajeros pero ni aun así encontramos los nuestros. Fue el revisor que vimos al final y de casualidad quien finalmente nos confirmó que teníamos sitio, pero a cada uno nos había tocado en un vagón…
Finalmente y después de esperar un par de horas pudimos ocupar una litera vacía cerca de la que nos habíamos agenciado para los dos.
Me encanta este blog!! Felicidades!!!!
Creo que los post de india ya los he leído casi todos!!! Voy a india el mes de julio, del 1 al 31, no es la mejor época pero es cuando tenemos vacaciones!! Voy con un amigo, tmpoci es la primera vez que estamos en asia, también viaje en plan mochilero por Camboia y Thailandia y me encantó, pero India es un viaje pendiente, es algo que si o si ronsaba por mi cabeza desde hacía años ya! Y como has dicho CArme, el hinduismo, los saris, los paisajes, olores, el taj mahal… No me lo podía quitar de la cabeza!!
Nuestra ruta creo que se basarä en llegar a Delhi, estar un par de días y empezar ruta por el Rajastán, tampoco tenenos billetes de tren, la idea es coger o tren o autobús según la marcha y hacer ruta por, Udaipur, jaipur, pushkar,bundi y jodhpur! Creo que en bus sleepy class porque os he leído y creo que lo soporto casi todo menos las ratas… Nose que talcen los trenes! Jaajjaaj
De ahí la idea es bajar a mumbai, goa, hampi y parar en anantanpur 4 días para visitar la fundación VICENTE FERRER, en la que tengo una niña amadrinada, de ahí benarés el tah majal y vuelta a delhi!
Sabemos que será un mes duro, cansado, pero con ganas de ver mucho!!!
Algún consejo??? Muchas graciass por todo !
Pd: nuestro visado se sie tramitando! Que ganas de tenerlo ya en mano! Y qué lio de papeles!!
Un saludo enorme!!
NAMASTÉ :)