Desperté con la misma música con la que me había dormido, al son del tambor de un hombre que tuvo el detalle de amenizar la velada compartiendo con todo el vagón sus flatulencias. Giré la cabeza y vi que orgulloso como debía de estar de tal melodía y para que los presentes tuviésemos constancia de quien era el autor, el señor tenía las piernas levantadas con los pies apoyados en la pared, para que cogiésemos bien el tono… Intenté dormirme otra vez, a ver si conseguía evadirme de tal situación pero el cuello me lo impidió, la cámara de vídeo que había hecho de relleno de almohada dentro de la mochila me había dejado tortícolis de recuerdo.
Ya era de día y me asomé a la ventana. Estaba contenta, no faltaba mucho para llegar a Bikaner y la noche no había sido tan mala (aunque unos días más tarde me pareciese el mejor sitio del mundo para dormir). Tan solo la longitud de la cama que me impedía estirar las piernas y el ruido que provocaban los trenes al pasar por las vías contiguas, que cualquiera diría que atravesaban la barrera del sonido, fueron lo único que me despertó en un par de ocasiones. Debían ser alrededor de las 11 cuando por fin paró el tren, demasiado pronto aun para tener que luchar con guías, conductores o mareantes. Fue salir al andén y en cuestión de décimas de segundo nos asaltaron de la misma manera que lo hacía la gente en el sudeste asiático.
Intentamos salir de allí ignorando a todo el mundo e ir directamente a la ventanilla a comprar el billete del día siguiente, pero fue imposible ir solos. Tres de los chicos que se habían acercado a nosotros desde el principio nos acompañaron: uno quería que fuésemos a una guesthouse, otro, que hablaba español nos decía otro sitio, el otro, que no hablaba español decía que aunque no hablase nuestro idioma él podía acompañarnos a no se que otro sitio… Con la cabeza como un bombo nos pusimos a hacer cola para comprar el billete con la esperanza de que se cansaran de esperar y se marcharan, pero me costaba mucho esfuerzo no hacerles caso cuando me hablaban a tan solo un palmo de mi cara. Llegamos a la ventanilla y para nuestra sorpresa no hubo ningún problema en comprar un billete para la noche siguiente, nada de waiting list ni vagones ocupados… Cuando nos dimos la vuelta uno de los tres chicos se había cansado de esperar, “bien uno menos”, solo quedaban dos. No valía la pena seguir luchando, así que nos fuimos con ellos.
Hussein, y Raju, el conductor de rickshaw, nos daban dos opciones: ir al Hotel Harasar Haveli, mas grande, mas caro y del que me imagino cobraban comisión por llevarnos o ir a la Chander Niwas guesthouse, mas pequeña, mas acogedora y mas barata. Nuestra elección sin verlas era Chander Niwas, pero por motivos evidentes tuvimos que ir primero al hotel, ver la habitación, hacer el paripé y decir que preferíamos algo mas barato. Estuvimos tentados de quedarnos porque era muy bonito y al final nos dejaba la habitación por 400 rupias, 150 menos que el precio de entrada, pero cuando llegamos a la guesthouse supimos que no nos habíamos equivocado. Era perfecta. Una casa familiar tranquila, rodeada de jardín y dos habitaciones disponibles, ambas dobles, espaciosas, con ducha y sofá. La única diferencia era que una daba a la parte delantera y la otra detrás. Decidimos inmediatamente que nos quedábamos en la guesthouse, y además por solo 200 rupias. A esas alturas del viaje aun alucinaba pensando que teníamos una habitación enorme para los dos por solo 3 euros y pico.
Más relajados y sin las mochilas cargadas nos sentamos en el jardín, y Hussein, consciente de que se había asegurado trabajo para un par de días se presentó formalmente. Aunque al principio no nos hizo gracia que nos estuviesen mareando desde el momento en el que pusimos el pie en Bikaner, el buen trato y el empeño que ponía en hablar bien castellano nos hacía gracia y le empezamos a coger afecto.
Quedamos a las tres para que nos enseñase Bikaner; él se fue y nosotros nos quedamos en el jardín, mientras un joven nepalí que trabajaba en casa de la familia nos sirvió la comida allí mismo, disfrutando del solecito. En ese momento nos dimos cuenta que Bikaner ya nada tenía que ver con el follón de Delhi, y menos en esa zona de la ciudad algo alejada del centro, en la que lo único que se veía por la calle era alguna vaca desorientada que salía del pueblo en busca de comida y se tenía que conformar con la basura de un contenedor.
Después de disfrutar del calorcillo de mediodía con una cerveza fresca nos tumbamos en la cama mientras esperábamos que llegase la hora y sin querer nos quedamos fritos. Puntual a las tres llegó Hussein, que entró en la habitación casi al mismo tiempo que llamaba a la puerta, nos despertó y nos arrastró hacia el rickshaw donde ya esperaba Raju. Sin saber bien donde nos íbamos subimos al vehículo y pronto el viajecito se convirtió en toda una fiesta. El joven guía, sin ánimo de pasar desapercibido, puso un cd de Dabangg a un volumen considerable que hizo que no se escuchase otra cosa, y desde allí arriba del rickshaw tunning con sus altavoces todo era más divertido. Mirar lo que sucedía por las calles al ritmo del tere mast mast era como estar viendo un documental pero en vivo y en directo. Las mujeres, los niños, la fauna de las calles… todos parecían bailar al son de la música y nosotros, embriagados con las sensaciones que nos provocaba estar por primera vez en india, disfrutábamos del momento como unos niños, y ni la suciedad ni los hombres que meaban en las calles sin ningún pudor eran capaces de ensuciar la estampa.
De repente paramos, Raju desapareció y fuimos andando por una calle estrecha en la que una grandiosa haveli de arenisca roja eclipsaba el resto y convertía en invisibles las demás casas pequeñas y viejas de su alrededor. Hussein nos iba explicando todo, y aunque quería practicar castellano, lo iba alternando con el inglés cuando no sabía como decir algunas frases. Sinceramente no me acuerdo de nada de lo que dijo del edificio. Muy bonito, eso si, pero no me quedé con nada más.
Seguimos paseando y llegamos al hotel Bhanwar Niwas que ocupa la antigua Rampuri Haveli, y allí dentro solo había lujo: pasillos larguísimos, decenas de habitaciones can paredes altísimas, camas enormes, baños ostentosos y un comedor con una mesa kilométrica, todo ello decorado con antigüedades y retratos de los anteriores propietarios de la casa. Y en el centro un patio interior lleno de plantas que ahora usaban a modo de terraza del restaurante.
Tanto glamour en cada esquina de la mansión nos empezaba a indigestar, así que salimos de allí y en la puerta esperaba Raju que nos llevó a un sitio donde tomar un chai, una mezcla deliciosa de té con especias típica de India. Ignorantes aun del placer de tomar un sabroso chai rechazamos la oferta de beber uno, pues ya teníamos bastante entreteniendo a todos los niños de la zona que se habían acercado a curiosear, a ver esta vez de donde eran los visitantes y Hussein, creyendo que nos molestaba les echaba de allí a voces.
Después del descanso fuimos paseando hasta que llegamos al mercado de Bikaner. Durante el paseo por allí tuvimos que estar más pendientes de no ser atropellados por alguna moto o algún camello que de las tiendas que había. Después de preguntar el precio de algunas especias que queríamos comprar en un par de tiendas y no llegar a un acuerdo salimos y llegamos al templo Bhandasar. Allí, un brahma, un sacerdote perteneciente a la casta más alta, nos invitó a quitarnos los zapatos y pasar. Mientras Toni hacía fotos y yo miraba hipnotizada las pinturas de la cúpula, Hussein nos contaba como era la convivencia entre Hindús y musulmanes en Bikaner. Decía que el tenía amigos de ambas religiones y que no tenía ningún problema por eso, es más, así aprovechaba y celebraba todas las fiestas, las de unos y las de otros.
La siguiente visita fue otra haveli convertida en hotel, pero esta es una de esas cosas que con una que vemos nos hartamos, así que dimos una vueltecilla por el patio y ni si quiera llegamos a entrar. Subimos al rickshaw con la esperanza de que no nos llevase a otro sitio igual, y esta vez empezó a alejarse del centro de la ciudad. De camino por la carretera di un brinco cuando me di cuenta que estábamos pasando por el lado de la facultad de veterinaria de Bikaner. No me pude resistir y tuve que parar a grabar un poco antes de seguir con el viaje. Aunque dijimos que volveríamos, ya no nos dio tiempo otra vez y me quedé con ganas de verla por dentro.
Cinco minutos más tarde llegábamos a un almacén de telas al que nos invitaros a pasar mientras, imagino, se frotaban las manos sin que les viésemos. Subimos por unas escaleras cuyas paredes estaban ya forradas con telas, realmente bonitas. En la planta de arriba había un salón cubierto con centenares de telas que te hacía desearlas antes de que empezasen a mostrártelas. De repente vino el dueño de la tienda, nos saludó y empezó con la demostración de los productos. Había de diferentes precios y tamaños. Una a una fue sacando toda la variedad que tenía. Empezó con las más pequeñas y asequibles y terminó mostrando las de seda y contando historias de todos los famosos que teníamos que creernos que habían ido a comprar allí las telas. Sinceramente, eran preciosas y me las hubiese quedado todas, pero los precios eran desorbitados. Nos pareció raro que fuesen tan caras, así que regateamos por una de las pequeñas y contentos porque nos había rebajado 10 euros, pero inconscientes de que aun así pagando 40 euros nos estaban sableando le dimos el dinero y salimos. Cuantas veces me arrepentí de haber comprado allí esas telas cuando vi la deferencia de precios en otras ciudades. Queridos lectores, no diréis que no estáis avisados.
De vuelta a la guesthouse Hussein nos propuso ir a ver las celebraciones pues el pueblo durante esos días estaba de fiesta, así que nos dejó en la habitación para que nos duchásemos y dijo que nos vendría a recoger más tarde.
Terminamos un poco más pronto de lo previsto, así que nos fuimos mientras a buscar algún sitio para conectarnos a Internet. Por esa calle alejada del centro no pasaba nadie así que nos costó ver algún vehículo. Andamos un rato hasta que por fin paso un rickshaw que nos dejó cerca de la estación donde encontramos un ciber. El problema vino después cuando nos dimos cuenta de que ni Toni ni yo recordábamos el nombre de la guesthouse, no llevábamos la libreta ni la guía, y tampoco sabíamos como llegar hasta la casa. Lo único que se nos ocurría era preguntar a la gente si conocía a Hussein y que nos diese su número de teléfono. El dueño del ciber nos dijo que lo conocía y llamó por teléfono a alguien, pero visto que no nos entendíamos ni con el hombre, ni con quien fuese que había al otro lado del teléfono decidimos ir andando a ver si se nos ocurría que hacer.
Íbamos en dirección a la estación cuando de repente apareció Hussein con la moto y nos dio un grito para que le viésemos. Al final resultó que alguien lo había llamado y le había contado que nos habíamos extraviado e íbamos por ahí dando tumbos sin rumbo. Subimos a la moto y fuimos a otra parte del pueblo donde los musulmanes ya estaban reunidos y de fiesta. Toda la gente se concentraba alrededor de unos altares que habían sacado a la calle, aunque hubo un momento en que había más gente mirando a ver que hacíamos ahí nosotros que al monumento.
Tan solo estuvimos allí diez minutos, pues la fiesta tampoco era un jolgorio y no entendíamos bien que se estaba celebrando así que enseguida fuimos a cenar a la guesthouse. Y allí, sentados en la mesa del comedor y con la compañía de Hussein y del dueño de la casa, cenamos y charlamos hasta que maharajá y maharani, que así es como nos había bautizado el guía, no pudimos más y fuimos a dormir. Mañana vendrían a recogernos pronto para ver el templo de las ratas.
Hola ! Carme me encanta su blog! La proxima semana voy para khajurajo pero sólo me quedo 12 horas, crees que alcanzo a ver los templos?
Que cosas interesantes hay para comprar?