Encontramos el templo Wat Jet Lin por casualidad, mientras paseábamos con nuestro hijo una tarde cualquiera, cerca del hotel. Y lo curioso es que, pese a haber vivido casi un año en Chiang Mai, nunca habíamos oído hablar de él. Ni una sola mención, ni una foto, nada. Pero ahí estaba: tranquilo, silencioso, como esperando sin apuro a ser descubierto.
El Wat Jet Lin es uno de esos templos que no necesitan imponerse. Es pequeño, discreto, pero tiene algo especial. Está escondido en una callejuela del casco antiguo, a pocos pasos del canal que rodea la ciudad vieja, y la entrada no promete mucho. Pero basta cruzar el umbral para que el ruido desaparezca y empiece la sorpresa.
Lo que más llama la atención del Wat Jet Lin, y que fue lo que nos dejó boquiabiertos, fueron sin duda los pequeños estanques y las pasarelas de bambú que los cruzan. No paramos de hacer fotos.
También hay tiestos con flores, frases budistas escritas en pancartas de tela colgando de los árboles, un pozo decorado, un rincón lleno de figuras de gallos, un puente colgante casi infantil… todo tiene un aire desenfadado, como de templo-jardín hecho para pasear sin prisa.
Los monjes jóvenes lo cuidan con esmero. A veces se les ve recogiendo hojas, regando las plantas o charlando con algún visitante.
Es un templo vivo, acogedor, sin solemnidad forzada. La arquitectura es sencilla, con un ubosot modesto y estupas antiguas que parecen formar parte del paisaje desde hace siglos. Nada grandioso, pero lleno de pequeños detalles que se van descubriendo poco a poco.
El nombre del templo, “Jet Lin”, hace referencia a las siete zanjas de agua que lo rodeaban en tiempos antiguos, símbolo de pureza. Hoy, el agua sigue presente en forma de estanques, canales y fuentes que crean una atmósfera fresca y serena, muy agradecida si uno ha estado caminando bajo el sol del mediodía.
Lo mejor es que no hay multitudes. Ni guías, ni autobuses turísticos. Solo algún vecino, uno que otro viajero curioso, y el rumor suave del agua corriendo entre las piedras.
Fue uno de esos hallazgos inesperados que nos recuerdan que Chiang Mai, por mucho que creas conocerla, siempre guarda algo nuevo para quien se deja perder.
El Wat Jet Lin se encuentra en el suroeste del casco antiguo de Chiang Mai. Se puede llegar fácilmente caminando desde cualquier punto del centro. La entrada es gratuita, y aunque no es muy conocido, merece la pena pasar aunque sea media hora entre sus estanques y puentes.
No hay reglas estrictas más allá del respeto habitual en los templos budistas: ropa adecuada, silencio y calma. Si quieres, puedes dejar una pequeña donación o encender una varita de incienso en alguna de sus zonas de oración.
Si estás explorando los templos más conocidos —como el Wat Chedi Luang o el Wat Phra Singh— y te apetece una pausa más tranquila, este pequeño rincón es perfecto. Un lugar inesperado, fresco y lleno de encanto. Y si viajas con niños, como hicimos nosotros, es uno de esos espacios donde ellos también pueden curiosear sin demasiadas restricciones.