La segunda de las excursiones que hicimos por Singapur me hizo bastante más ilusión que la de Chinatown. Dos años después de nuestra primera visita al subcontinente asiático, Little India nos ofrecía la posibilidad de volver a disfrutar de este país aunque el barrio tan solo fuese un pequeño sucedáneo, como bien da a entender su nombre.
Llegamos al distrito tras una hora perdida en el metro, pues confundir las paradas del metro Farrer St con Farrer Pk nos hizo dar más vueltas de las necesarias.
Cuando por fin llegamos al lugar correcto no tuvimos ni por asomo la sensación de haber llegado al barrio que buscábamos, la poca gente presente y la limpieza absoluta de la calle nos hizo pensar que quizás nos habíamos vuelto a equivocar. Miramos el mapa y comprobamos que estábamos en el sitio correcto, una avenida en la que había un par de templos budistas que ver, el Sakya Muni Buddha Gaya Temple, de estilo tailandés en cuyo interior había una norme estatua de Buda y el San See Temple de origen chino en el que Toni se entretuvo haciendo fotos. Pero ni rastro de India…
Fue llegar a la gran avenida Serangoon Road y empezar a ver más movimiento y color, entonces la cosa cambió y nuestra cabeza por fin emprendió un viaje a tierras lejanas. En aquella zona ya vimos templos hindúes que aunque eran del estilo del sur de la india, zona en la que entonces todavía no habíamos estado, aquello ya realmente se empezó a parecer a los recuerdos que teníamos del país. Sus gopurams, enormes torres repletas de figuras humanas y de animales, se alzaban a la entrada dando la bienvenida a creyentes y turistas por igual.
Algunos de los templos que vimos fueron el Sri Srinivasa Perumal Temple y el Sri Veeramakaliamman Temple, en los que nos entretuvimos bastante y nos hicieron soñar durante un rato en como sería nuestro siguiente viaje al sur de India.
El barrio se animaba a medida que nos íbamos adentrando en él pues las tiendas de telas, especias, comida, cedés, los restaurantes y las mujeres con sus trajes típicos habían hecho que el ambiente cambiara y con él, poco a poco, nuestra percepción del distrito. Me gustó mucho pasear por sus calles, oler las especias, entretenerme con los coloridos escaparates y escuchar música al ritmo que recordaba nuestro viaje por India.
Pero en ningún momento pudimos olvidar que nos encontrábamos en Singapur. El olor no era suficientemente intenso, la multitud no era agobiante, no había shadus vagando ni gente escupiendo sentada en cualquier rincón de la calle, tampoco había vacas, perros o monos, ni mierdas de vaca, perros o monos, y estaba todo demasiado impoluto y ordenado. ¿Dónde estaban los indios de miradas penetrantes y escrutadoras? ¿Dónde esas manos descaradas que te tocan por detrás? ¿Y los rickshaws? ¿Y los incansables fotógrafos de turistas? “Eooo!! Que somos extranjeros, ¿nadie quiere una foto con nosotros?” Estábamos siendo completamente ignorados, definitivamente aquello no era India.
A pesar de la ausencia total de caos y de la esterilidad de la atmósfera, Little India me gustó con sus pros y sus contras, y si bien por una parte no encontramos ningún puestecillo modesto de vendedores de chai, tampoco tuvimos que temer por nuestra vida cada vez que cruzábamos la calle, pues aquí el tráfico seguía siendo tan ordenado como en el resto de Singapur.
A mediodía paramos a comer en el hawker del Tekka Centre de estilo muy parecido al que habíamos visitado el día anterior en Chinatown. Allí además de cocina india vimos puestos de comida china, malaya e indonesia, pero como no podía ser de otra forma, terminamos comiendo de la primera pues una todavía no ha aprendido a resistirse al masala o al exquisito naan de ajo… Nos abrimos paso entre la muchedumbre (cosa que si nos recordó verdaderamente a India), compramos la comida y nos sentamos en una mesa a lado de unos señores.
En nuestro paseo vespertino, ya con el estómago lleno y a paso menos ligero, pudimos comprobar que como no podía ser de otra forma, la variedad cultural de India también se reflejaba en su barrio de Singapur y un par de mezquitas eran prueba de ello, la de Abdul Gafoor y la de Masjid Angullio.
Una casa de lo más colorida llamada Tang Teng Niah, construida por un comerciante chino y convertida ahora en farmacia, nos despidió del barrio mientras nos hacíamos unas fotos ante tal explosión de color.
El final del recorrido por el barrio de Little India nos llevó hasta la parada de metro desde la que volvimos a la zona de nuestro hotel, del que no nos movimos ya hasta la hora de la cena.
Cuando el hambre hizo acto de presencia salimos a dar un paseo y atraídos por un pequeño escaparate de un bar en el que había variedades de tofu y tempeh que ni tan solo sabíamos que existían, nos quedamos allí a cenar. Otra zona de Singapur quedaría planeada para el día siguiente.
Me parece un viaje fascinante por el asia, mañana lo leeré. Felicitaciones y gracias por compartir.