Llovía a cántaros aquella mañana. Tras dos días de sol y calor el tiempo se ponía feo y retrasaba la tercera visita de nuestra estancia en Singapur. Casi a mediodía, cuando el temporal cedió y nos permitió salir de nuestro hotel, nos desplazamos en metro al distrito étnico que todavía no habíamos visitado y que nos quedaba por descubrir: Kampong Glam, el barrio árabe.
Alrededor de la enorme y suntuosa Mezquita del Sultán, el pequeño Arab Quarter ofrece al viajero un paseo no muy extenso pero entretenido y que no quisimos desaprovechar. De un extremo a otro recorrimos sus calles donde los ciudadanos nos recibían con atuendos más típicos de los países árabes. Recorrimos este pequeño enclave musulmán pasando por la Arab Street, llena de tiendas de telas y alfombras, y por la a estrechísima calle Haji Lane que alberga tiendas exclusivas.
Un montón de restaurantes turcos, egiptos, libaneses y de otras nacionalidades empezaron a abrir nuestro apetito, lástima que el precio de ninguno de ellos se ajustara a nuestro bolsillo porque tenían todos una pinta exquisita. Pero nuestra acertada elección fue el Lau Pa Sat, en pleno centro financiero, un hawker que al ser domingo albergaba menos gente de la que esperábamos. El diseño de este difería bastante de los dos últimos que habíamos visitado: los techos muy altos daban sensación de inmensidad y la estructura redonda me desorientaba. La cocina de los puestos era muy variada, con una zona central iluminada con neón que contrastaba agradablemente con la estructura del edificio, y la variedad de shakes que uno podía encontrarse allí era infinita. Después de inspeccionar los distintos puestos de comida nos decantamos por la cocina india (que raro) y nos dimos un buen atracón.
Arrastrando nuestras pesadas barrigas llenas de masala y biryani conseguimos salir de allí para dejamos engullir por una enorme avenida de colosales edificios que nos dejó boquiabiertos, ¡¡que barbaridad!! Desde allí abajo apenas podíamos ver el cielo que quedaba eclipsado por los monstruos. Parecíamos dos tontos mirando hacia arriba, pero es que su altura era increíble.
Seguimos andando y nos metimos de lleno en Marina Bay. ¡Uau! Si lo que acabábamos de ver ya nos había hecho sentir cual liliputienses ahora terminábamos de empequeñecer hasta el tamaño de dos pulgas. Alrededor de nosotros y rodeando un gran lago por el que pasaban barcos llenos de turistas se alzaban decenas de megacostrucciones faraónicas. Del impacto inicial que nos produjo aquella estampa pasamos a una fase de reconocimiento. A la otra orilla acariciaban el cielo tres enormes e infinitas torres coronadas por una plataforma con forma de barco: el Hotel Sands Sky Park. Delante de él, unos cuantos edificios bastante mas pequeños y de extrañas formas escudaban al gigante que les hacÍa parecer champiñones. Entre ellos, uno con forma de flor de loto abierta llamaba especial atención, se trataba del Artcience Museum, y si seguíamos girando la cabeza hacia la izquierda podíamos ver una noria del mismo estilo que el London Eye y las gradas del circuito de coches de Singapur, donde parecía que aquellos escalones estuviesen puestos ahí para subir y observar la inmensidad de la bahía.
Detrás de nosotros, un puñado de rascacielos plantaban cara descaradamente al majestuoso hotel y al final del paseo por donde estábamos andando vimos a una multitud que rodeaba al monumento más emblemático de la ciudad, el famoso león con cola de pez, el Merlion. Tomarse una foto con éste nos llevó nuestro tiempo pero finalmente lo conseguimos, aunque con tan mala suerte que la persona que nos la hizo nos sacó desenfocados.
Cerca de allí se encontraba el Gardens by the Bay, pero allí había demasiado que ver para hacerlo en un rato así que decidimos que volveríamos el día siguiente a verlo con más detenimiento. Para ese día ya teníamos bastante y nos volvimos al hotel sin ser conscientes que el próximo día quedaríamos encantados con lo que vimos…
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