Durante años yo siempre dije que no gozaba de eso de ser masajeado. Al menos en situaciones, digamos, profesionales. Lo de tumbarme en lugar ajeno y que unas manos desconocidas empiecen a presionar por ahí y a crujir huesos nunca me resultó atractivo. Y no porque me generase rechazo, ese no era el caso. Era simplemente que lo del masaje tailandés, o el de cualquier otro lugar, me parecía un ni fu ni fa.
Pero claro, lo de vivir en Bangkok y no entregarte al masaje en Tailandia es casi un pecado. Porque además de que este país se considera el mejor del mundo para ello –y que conste que no lo digo yo-, es sorprendentemente barato y en cada esquina tienes una casa de masajes. Por menos de diez dólares puede uno entregarse a una hora de bienestar… al menos donde lo hacen bien.
Y sin embargo durante mucho tiempo yo me resistía a ello. Siempre decía que me aburría o que no sentía nada. Una opinión muy poco informada, he de reconocer. Pero así fue, hasta que un domingo me levanté con una tortícolis horrible de esas que si mueves el cuello un centímetro te retuerces de dolor.
Como buen occidental falto de miras, pensé en ir a la farmacia a comprar esprays y pastillas. Pero un amigo tailandés reprochó mi provincianismo.
—¿Qué chorradas dices de echarte Reflex? Ve a hacerte un masaje.
—Eso a mí no me hace nada —recriminé yo en mi ignorancia—. Y no me la voy a jugar a que me desmonten el cuello.
—Eso no va a pasar si vas a un lugar bueno. Apunta esta dirección.
Insistió tanto el bueno de mi colega que tras comer unos fideos me presenté allí en la casa de masajes. Estaba en una calle céntrica lleno de locales que ofrecían lo mismo, todos con ejércitos de masajistas en la puerta diciéndome que entrara. Evité tentaciones y fui donde me habían recomendado.
Lo de las tentaciones estaba a flor de piel, ya que en algunos locales las empleadas eran sospechosamente jóvenes y atractivas, luciendo además unos atuendos más propios de una discoteca que de un lugar profesional. Unos vestidos de esos que te hacen desconfiar de la calidad del servicio, o más bien del tipo de servicio ofrecido. Me mantuve fiel y pasé olímpicamente de dichos lugares.
Al llegar al lugar que mi amigo me había recomendado nadie vino a ofrecerme nada. Había un grupo de masajistas tranquilamente acomodadas, todas en ropajes tradicionales. Y supe que era el lugar correcto porque no necesitaban llamar a gritos a los curiosos, sus clientes eran habituales que ya iban directamente allí.
El centro de masajes al que iba tenía un nombre de esos que ves mil veces en este tipo de sitios, con la habitual referencia a una flor de loto. Nada fuera de lugar. Al entrar les comenté la jugada recordando lo que me dijo mi amigo. «Ante todo déjales claro dónde te duele y diles que tienes tortícolis». Así que me dijeron que tenía que escoger el masaje tailandés, el clásico. Que además suele ser el barato y también el más duro.
Pagué mis ocho euros y me pidieron que les entregara mis zapatillas, ellas las guardarían. Me ofrecieron un té y lavaron mis pies, para luego llevarme a un cambiador donde me indicaron que me pusiera un pijama más o menos bonito. Luego subí las escaleras hasta la zona terapéutica.
Cuando eliges masaje tailandés pueden atenderte en una sala privada o en una compartida, ya que al vestir tu pijamita no se exhiben las partes menos nobles. Y como el masaje se entrega sin aceite, aquello no pringa, por lo que no importa que haya alguien cerca.
Aquel día, la sala a la que me subieron tenía capacidad para tratar a cinco personas, pero solo había una joven clienta y su masajista. Nada más entrar me recibió una profesional seria, de unos 30 años, que me indicó que me tumbara bocabajo en el colchón de al lado. Por deferencia a la chica que a mi lado estaba siendo masajeada, miré hacia el otro para darle intimidad.
La masajista inició el tratamiento con suaves movimientos por mi espalda, unos gestos iniciáticos que no me hicieron notar nada. Pero de pronto se subió en mis muslos como si montara a caballo, lo que a mí me hizo sentir terriblemente extraño, incluso acalorado. Y presionó más fuerte en mi espalda. Empezaba lo bueno.
Estaba yo ahí tratando de concentrarme en otra cosa que no fueran mis muslos apretados por los suyos, cuando súbitamente subió la camiseta del pijama que yo llevaba y dejó mi espalda al descubierto. Me quedé helado, pero solo por unos segundos, ya que cogió algo de una caja donde sonaba cloc, cloc y de repente un intenso calor en el coxis y en la parte más baja de mi espalda. Pero qué diablos estaba pasando.
Mientras me perdía en el calor aquel, la masajista bajó mi pantalón y me dejó con el culo al aire. Me quedé nuevamente helado pese al calor en la espalda, y de repente noto que me estaba masajeando los glúteos. ¿Pero qué clase de masaje había pedido yo? ¿Era ese lugar una broma de mi amigo?
Entonces reparé que a mi lado estaba aquella chica dándose un masaje y pensé qué opinaría de lo que allí pasaba. Giré el cuello hacia ella, notando el dolor de la tortícolis, y vi a aquella mujer ahí mirándome con los ojos como platos, más concentrada en mis penas que en sus placeres. Y nuevamente fui incapaz de entender qué diablos tenía que ver con mi dolor de cuello lo de estar ahí con las nalgas expuestas me iban frotando como si fuera mi culo una pelota desestresante.
He de decir que mientras me masajeaban ahí abajo estaba pensando que mi comunicación tuvo que ser muy pobre, ya que traté de insistir en que necesitaba ayuda en el cuello y no con el coxis. Y que nunca antes me había ocurrido algo similar en la docena de masajes que me habría dado antes.
Por supuesto mis dudas eran infundadas y sí que me habían entendido. A saber por qué aquella masajista decidió empezar por ahí sentándose encima mío y poniendo piedras calientes -me di cuenta después de qué era aquello que quemaba-, pero seguramente algún sentido tenía. Quizás hechizarme antes de retorcerme, no lo sé. Lo que no dudo es que funcionó.
Porque poco después empezó la fase terapéutica del masaje tailandés, en la que normalmente se trabajan la espalda, las extremidades y la cabeza. La profesional se centró mucho en mi cuello, y el resultado es que salí de ahí como nuevo. Sin dolores ni malestar, y sin tomar analgésicos u otros fármacos. Mi amigo tenía razón.
Porque realmente el masaje en Tailandia tiene mucho de bienestar y relajación, pero el tradicional es ante todo beneficioso para el cuerpo. Mejora la circulación, la elasticidad, ayuda a mejorar la postura e incluso se dice que da energía. Si se elige el masaje correcto, eso sí.
Tailandia es el mejor país del mundo en cuestión de masajes. Insisto, que no lo digo yo, que en esto soy solo un común mortal. Dicha afirmación es la resolución a la que llegan los expertos al poner en consideración todo lo relativo en salud y relax.
Porque en Tailandia la experiencia al ponerte en manos de los expertos es notable, pero es que es algo que está tan presente en el país como la gastronomía. Y es que en cualquier calle importante hay tantos locales de masaje como bares de tapas en Madrid, y luego especialidades y técnicas hay demasiadas. Además el masaje es muy barato porque la idea es que los tailandeses vayan de manera muy regular. Lo consideran imprescindible en sus vidas.
Hay que tener en cuenta, eso sí, que existen varios tipos de masaje en Tailandia, pero que en realidad es solo uno es el de toda la vida. Los demás, obviamente, no han de ser peores. Simplemente cuentan con orígenes diferentes y fusionan otras técnicas. Pero si no quieres fallar a la hora de darte un buen masaje, opta por el tradicional. Es el que llevan más de dos milenios perfeccionando.
El origen del masaje tailandés tradicional se encuentra hace más de 2.500 años, en relación con el nacimiento del budismo y antes de que existiera este país como tal. Cuando el imperio de Sukhothai se funda y crea el germen del reino siamés, aproximadamente en el siglo XIII, los nobles llevaron a lo que en un futuro sería Tailandia esas técnicas de masaje que estaban extendidas en lugares como Angkor.
Más allá de la lección histórica, el nuad boran -como se llama al masaje tradicional- estaba ligado a los templos y al budismo al buscar algo similar: la mejora del bienestar del cuerpo y del alma. Pero tiene mucho de ciencia al introducir ancestrales técnicas medicinales y estudiar durante siglos los puntos de flexibilidad, energía, estrés y mucho más.
Eso se nota en que el masaje tailandés es un festín de estiramientos y presión. El terapeuta usará sus manos y pulgares para apretar donde más te duele, que coincide donde realmente todo se cura. Pero para compensar moverá tu cuerpo con estiramientos más propios del yoga que harán que pienses que el dolor puede ser disfrutable. Y si la masajista ha de subirse en tu espalda lo hará, y tú solo podrás estar en sus manos.
Al estar tan dentro del budismo, la música y el ambiente cargado de incienso tendrán un papel fundamental. Igualmente, el masaje se dará en el suelo con unas colchonetas relativamente cómodas. Incluso el pijama que te dan en realidad es un ropaje inspirado en el que llevaban los estudiantes novicios en los templos. En cualquier caso, el atuendo es muy cómodo, y créeme que cuando acabes el masaje saldrás como nuevo… si es que elegiste un lugar adecuado.
El precio de estos masajes dependerá del centro donde decidas dártelo, y luego te damos unas recomendaciones. Pero sin contar propinas, es posible encontrarlo por unos seis euros si tienes suerte, y alrededor de 11 si es un lugar más costoso. Menos de eso desconfía de la calidad y más ten en cuenta que quizás estás en un lugar turístico.
Se le llama incorrectamente en inglés y en otras traducciones masaje de pies a la variante más extendida del masaje tradicional que se centra únicamente en el tren inferior de nuestros cuerpos. En realidad su nombre en tailandés es nuad kaa, que vendría a ser masaje de piernas.
Básicamente es el mismo masaje tailandés adaptado únicamente a las piernas. Se realiza en cómodos sillones o sofás, y es más relajante al centrarse únicamente en la zona inferior de tu cuerpo. Es ideal si quieres leer un libro o incluso hablar, y normalmente es para aquellas personas que tienen dolores en los pies y las piernas. El precio, obviamente, es más barato, pudiendo encontrarlo por cinco euros la hora.
Quienes no conocen el nuad boran tienen una idea del masaje tailandés más cercana al de aceite, que pone el bienestar en un estado menor y se centra plenamente en el relax. En este tipo de terapia, la masajista aplica aceites aromáticos y cálidos por todo tu cuerpo con diferentes puntos de presión para eliminar el estrés y relajarte.
Este tipo de masaje se hace sin ropa o en paños muy menores, según como te indiquen. Ojo. Eso no significa que hayas de mostrar tus vergüenzas a quien masajea, te dan una toalla para cubrir tus zonas menos nobles. En algunos centros incluso tienen prendas de usar y tirar para dichos efectos. No vayas a echarte ahí a la camilla como llegaste al mundo exhibiendo tus debilidades y esperando que te aplaudan. Mejor pregunta antes.
En cualquier caso, el masaje de aceite es una gozada. La música, el ambiente y el aroma del aceite crean un entorno único, y la presión suave de los terapistas logran que te olvides de todo. Sus beneficios están más centrados en la relajación de los músculos, en evadir el estrés e incluso en mejorar la salud de tu piel.
Necesitarás una ducha previa para no ofrecer tus hedores a quien te asista y otra a posteriori para eliminar los restos de aceite. Aunque si se han usado óleos de calidad, lo normal es que ni siquiera necesites dicha ducha, pero en los lugares mas económicos optan por aceites pegajosos.
Puedes contratar una hora o dos, y el precio de estos masajes empieza en lugares económicos en los ocho euros, aunque normalmente son algo más caros.
Además del nuad boran, el de piernas y el de aceite, existen muchos más tipos de masaje. Se pueden combinar técnicas balinesas o indias, también de medicina china, e incluso occidentales. Hay spas que realizan técnicas muy conocidas en otros lugares a precios desorbitantes. Pero en realidad, los tres masajes centrales son los aquí comentados.
Uno puede querer entregarse al placer y entrar como Pedro por su casa en el primer centro de masajes, pero nunca está de más informarse un poquito antes. Ya hemos comentado antes que lo de los desnudos es un asunto serio, pero lo que hagas con tus piececitos también tiene su aquel.
Lo primero sería escoger el centro de masajes. Porque no te creas eso que dicen por ahí de que en cualquier casa de masajeo tailandesa la experiencia va a ser buena. Eso es como pensar que en todos los restaurantes sirven comida buena.
La primera recomendación es tener cuidado si estás en un lugar turístico. Normalmente donde hay mucho viajero el masaje puede ser mediocre, y si por ejemplo quieres darte un homenaje en por ejemplo Khaosan, el barrio mochilero de Bangkok, seguramente no valga mucho la pena.
¿Significa eso que no puedes darte un masaje en un lugar turístico? Para nada. También hay buenos locales en lugares muy turísticos. Incluso a pie de playa en alguna isla hay algunos muy dignos. Solo que si preguntas un poco y no te metes en el primero que ves te irá mejor. Y luego te queda la regla no escrita de que, si ves a tailandeses entrando en el lugar, seguramente sea correcto.
Igualmente, hay calles enteras donde las casas de masajes están todas la una pegada a la otra. En dichos lugares, mejor dale un vistazo a Google Maps y busca comentarios de tailandeses alabando a un centro en concreto.
Y si no quieres complicarte la cabeza, puedes optar por las cadenas importantes Health Land y Let’s Relax. Son bastante más caras, sobre todo la segunda. Pero el servicio será de primera y el masaje increíble. Las tienes en infinidad de lugares en las ciudades turísticas del país.
¿Quieres la experiencia tradicional de toda la vida? Pues opta por ir a un templo donde realicen masajes. En algunos de ellos hasta enseñan y puedes dar cursos de masaje, suelen costar unos mil euros por un mes entero.
El más conocido es, cómo no, Wat Pho en Bangkok (mapa). Sin embargo es muy turístico y si optas por estudiantes quizás no sea tan allá, pero es un clásico que bien merece una visita. Más recomendable es Wat Maha That (mapa), menos masificado y más tradicional. Además están especializados en meditación, por lo que la tranquilidad está garantizada.
Te irá bien igualmente fijarte en qué tipo de gente está ahí ofreciendo masajes. Y si ves que hay mujeres muy arregladas y con ropajes poco tradicionales, puedes intuir que aquello no va de bienestares y más bien de otros asuntos terrenales.
Metidos en el lodo de dichos mundanos terrenos, la bromita fácil del final feliz mejor no hacérsela a tu masajista. Sobre todo si estás en un lugar que no se dedica a ello. El asunto es tan agobiante que hay muchos sitios que, aburridos de los turistas engreídos, han tenido que poner letreros de “no se realizan servicios sexuales”. Así que no metas la pata haciéndote el gracioso.
Es más, el sitio que se especializa en lo que cuelga no requiere especialidades en el arte de lo terapéutico, así que normalmente sus masajes son de pena porque al cliente la calidad le da igual. Y tranquilo, a simple vista es fácil saber quiénes a eso se dedican.
Atención igualmente con los lugares para hombres japoneses, hay mucho señor calenturiento venido del país del sol naciente con gustos extravagantes que el más común de los mortales no podrá entender.
Un buen amigo caminaba por Thong Lor, zona muy nipona, y vio un sitio de masajes donde se ofertaba terapia y se hablaba de los puntos de presión energéticos. Pensó que le iba a ir bien bajar la cena con algo de terapia y entró, sin reparar en todos los letreros en japonés. A mitad de masaje, tumbado bocabajo, le bajaron el calzón y notó una extraña humedad en su zona más impura. Algo ahí abajo estaba siendo violentado sin saber que el asunto iba de eso en dicho antro.
Así que lo dicho, mejor obviar los lugares muy nipones donde solo veáis hombres si no queréis sorpresas donde uno no las espera.
Otro asunto muy distinto es el del roce y el cariño. Algo ha de quedar claro: el oficio de masajista es muy duro. No solo se ha de estudiar y aprender, sino que hay que ponerle mucha pasión. Y luego está el periplo de que no todos los cuerpos son iguales. Hay mujeres de menos de 50 kilos que hacen maravillas en cuerpos enormes de personas que les doblan el peso. Y esa proeza ha de tenerse en cuenta: nunca está de más ir limpio y aseado, ser agradable y facilitar la tarea de quien masajea.
Hablando de dichos roces y cariños, siempre habrá algún cafre que diga “pues que conste que yo fui a un sitio de masajes y la chica se me insinuó”. Bueno, primero de todo, el toqueteo -y más aún si es aceite- lo puede confundir el más ingenuo con el cortejo. Pero las terapeutas normalmente están por hacer su trabajo y no por encandilar a nadie.
Eso no quita que los seres humanos somos lo que somos. Y no me refiero a que las masajistas normalmente vean a los clientes ponerse de tienda de campaña, ellas hacen caso omiso y entienden que es un acto reflejo. Sino a que a veces dos personas pueden conectar entre charlas. Sin embargo, un sitio de masajes es el lugar de trabajo de muchas personas, no un bar donde ligar. Si la chispa surge es otra cosa, pero es algo extraordinario y muy poco habitual.
Por cierto, la mayoría de terapeutas son mujeres en Tailandia. Hay muy pocos hombres. La elección va a tu gusto, y como dice un gran amigo que mide dos metros y está bien grande, en casos como el suyo lo ideal es un hombre. Por un asunto de fortaleza. Pero en cualquier caso las masajistas tailandesas están más que experimentadas.
El masaje en Tailandia es algo totalmente popular y para disfrute de cualquiera. No te vayas a pensar que es algo turístico, porque quienes van regularmente a disfrutar del nuad boran o de la versión de aceite son los propios siameses. Les encanta y acostumbran a ir regularmente.
Es por eso que los precios son tan asequibles: la idea es que todo el mundo pueda disfrutarlo y de manera más o menos seguida. Desgraciadamente, la contrapartida es que los salarios son muy bajos en un centro de masajes.
Primero de todo, por respeto, trata de ser amable y seguir el código de etiqueta. Lo primero es jamás pisar con zapatos un sitio de masajes, pensad que es un lugar sagrado. Luego, no levantes la voz, sobre todo si has ido con alguien y quieres hablar. Igualmente, trata de que tu cuerpo sea poco invasivo: evita perfumes y no vayas sucio o sudado.
El detalle final es dar propina. No es obligatoria, pero es necesaria. Es parte del código en un centro de masajes: el precio es muy barato y para compensar a quien te haya atendido necesitarás dar propina. Al menos 50 bahts, que en realidad es un euro y poco. Verás que al acabar tu masajista estará esperando para despedirte y para que le des la propina.
Un aviso: esto no es como en un restaurante, que tú decides si das propina o no en función del servicio o de la calidad. En un sitio de masajes siempre se da propina, y aunque no te la pidan la estarán esperando. Vale, están acostumbrados a que los turistas a veces se larguen sin dejar nada, pero no es correcto. Y si quieres disfrutar del masaje tailandés en Bangkok o en cualquier otro lugar, sé correcto. Y ante todo déjate llevar y disfruta.