Era ya última hora de la tarde cuando el vuelo procedente de Bangkok y con destino Singapur en el que viajábamos empezaba el aterrizar en el aeropuerto internacional de Changi. Los últimos rayos de sol habían desaparecido minutos antes mientras miraba, ya con melancolía, a través de la ventana por la que Tailandia se alejaba y se despedía de nosotros. Suerte que tan solo sería por unos días aunque a mi me parecían demasiados pues para ser sincera, después de la fantástica semana de relax en la paradisíaca Ko Phangan, adentrarme en las entrañas de una gran ciudad era algo que me apetecía mas bien poco.
Una vez en tierra, y concienciados de que nos íbamos a tener que poner en modo ahorro total si no queríamos terminar vendiendo nuestros órganos para sobrevivir una semana en Singapur, decidimos acercarnos en metro hasta la zona donde se encontraba el hostal que habíamos reservado para pasar la semana. Debido a las largas distancias que hay que recorrer para ver los distintos barrios de la ciudad, optamos nada más llegar por comprar la tarjeta EZ-LINK del SMRT (Singapore Mass Rapid Transit) que nos vendría de perlas los siguientes días.
Poco después parábamos en la estación de Aljunied y, tras casi media hora dando vueltas cargados con las mochilas, encontramos pegado a una discreta puerta un pequeño y casi invisible cartel hecho con un folio en el que se leía “Hotel WOW”. Aquel mísero papel era la única indicación del lugar.
Tras subir un par de pisos por una estrecha escalera y atravesar un rellano lleno de chanclas y deportivas que perfumaba todo el hall, llegamos por fin a nuestra habitación. El lugar, a pesar de recibir el nombre de hotel era poco más grande que una guesthouse con unas cuantas habitaciones, un baño compartido, un comedor y una cocina en la que podríamos prepararnos el desayuno cada mañana.
Aquella noche quisimos cenar en el hawker de Little India con tan mala suerte que cuando llegamos ya estaba cerrado. Nos quedamos con hambre y con cara de pena pues deseábamos una cena india, así que nos tuvimos que conformar con un par de sandwich sosos y caros del 7/11 y nos fuimos al hotel. Intentamos aprender algunas palabras del idioma de Singapur y al rato ya estábamos descansando.
La mañana siguiente nos despertamos temprano para empezar a descubrir la ciudad. Mientras desayunábamos en la cocina del hotel pensábamos a que zona nos podríamos acercar y tras dudar un poco optamos por el barrio de Chinatown, situado al sur del río Singapur.
Volvimos a subir al metro pero esta vez una multitud multirracial nos dio la bienvenida a un vagón que, gracias a un sistema de refrigeración extremadamente eficaz, no debía de superar los 15 grados a pesar del gentío. Hombres y mujeres de todas las edades, estaturas y colores ocupaban sus sitios en el metro siendo un fiel reflejo de la variedad cultural de la ciudad, eso sí, todos y cada uno de ellos pegados a sus teléfonos, tablets y demás tecnologías.
En la parada de metro “chinatown” cuya boca nos llevó directamente a la Pagoda street, empezó nuestra visita. Nos encontrábamos en Kreta Ayer, uno de los cinco distritos en los que está dividido el barrio junto a Twlok Ayer, Bukit Pasoh, Tanjong Pagar y Ann Siang Hill y empezamos a andar sin un rumbo fijo. Decenas de puestos que vendían miles de productos variados nos entretenían mientras intentábamos procesar toda la información que recibíamos a cada paso que dábamos. Estímulos visuales, auditivos e incluso olfativos invadían nuestros sentidos que se saturaron durante unos minutos hasta que nuestros cerebros se habituaron al lugar. Puede que para quién haya estado en China aquel barrio le parezca tan solo un intento de acercamiento al país, como nos pasaría a nosotros el día siguiente con Little India, pero para nosotros fue como si de repente nos hubiésemos teletransportado allí. Los farolillos típicos que vemos en los restaurantes, los carteles con letras chinas, la decoración… todo ello era tal y como nos podríamos haber imaginado China.
Durante el recorrido pudimos visitar un par de pagodas como la Thian Hock Keng Temple, en la que se puede rezar a la diosa del mar Ma Zu, y el Buddha Tooth Relic Temple cuyo nombre se debe al motivo de su construcción, pues alberga una reliquia en forma de diente de buda.
Algo que nos llamó la atención fue encontrar también un templo hindú, el Sri Mariamman Temple y un par de mezquitas dentro de chinatown como muestra de que la variedad cultural de la ciudad se produce incluso dentro del mismo barrio. Eso sí, todo ello con un telón de fondo peculiar e impactante: los monstruosos edificios del financial district.
Cuando pasamos por delante del edificio que contiene el Singapore City Gallery no pudimos resistirnos a entrar a ver la enorme maqueta de la ciudad. Observarla en miniatura, aunque fuese una miniatura enorme, nos ayudó a crear un esquema mental que nos vino muy bien a la hora de situar cada barrio durante las visitas de los próximos días. En las plantas de arriba había además una exposición interactiva con explicaciones interesantes acerca de su historia y su evolución. En ella vimos de una manera muy gráfica como Singapur ha ido ganando terreno al mar y como se las han ingeniado para distribuir el escaso espacio, construyendo edificios altos y siempre teniendo en cuenta el medio ambiente. Y todo ello gratis.
Llevábamos ya un buen rato andando cuando la llamada hambrienta de nuestros estómagos nos obligó a hacer un alto en el camino para llenarlos. Habíamos leído que la forma más barata de comer en Singapur es haciéndolo en los hawkers, centros llenos de puestos de comida a precios asequibles, así que fuimos en busca del Maxwell food center para comer. Nos impresionó la cantidad de puestos y la variedad de platos, pero sobretodo nos alegró ver que no tendríamos que dejarnos el presupuesto de todo un día en comida. No era de extrañar encontrar tal cantidad de gente allí reunida a mediodía, por lo que encontrar un par de sillas vacías a esas horas era toda una hazaña.
La tarde la dedicamos a pasear sin prisas por entre las calles en las que había mercadillo hasta que finalmente llegamos al punto de inicio, la parada de metro.
Aunque fuimos al hotel a descansar un rato porque la caminata fue larga, por la noche volvimos al mismo barrio pues la Smith Street se transformaba a partir de ciertas horas de la tarde en la Food Street. Los puestos de comida callejera invadían las aceras con mesas haciendo que pareciese que celebraban alguna fiesta y el olor de las freidoras que llevaban un rato en marcha impregnaba el aire.
Allí pues, saboreando un delicioso plato de arroz y viendo el ir y venir de la gente, nos quedamos a rematar el día en chinatown.
Gracias, me ha ayudado a realizar mi investigación de Sociales.