YENDO DE RÍO A RÍO, ME RIO – Luang Prabang, Laos. Siempre me apetece partir, sea de donde sea. Pero el súmmum lo alcanzo cuando me voy de un lugar que me gusta para ir a otro que también es de mi agrado, como al despedirme del río Kwai para venir de nuevo a Luang Prabang, que se halla junto al río Mekong y está considerada una de las ciudades mejor conservadas del Sudeste Asiático.
A pesar de que ya hacía cinco años que no me dejaba caer por aquí, todo sigue estando como la última vez, con sus edificios de estilo colonial, sus templos y monasterios rodeados de extensos jardines, que con su delicada y peculiar arquitectura son auténticas obras de arte, y los árboles gigantescos que se yerguen a orillas del majestuoso Mekong, ribera que recorro durante mis paseos matinales.
Pero lo que le da el toque definitivo a Luang Prabang y la convierte en una de las pocas ciudades de mi gusto, es el monte Phou Si, un cerro cubierto de árboles, coronado por el templo del mismo nombre, que al levantarse en medio de la urbe, crea una frontera natural entre la parte histórica y la moderna.
Igual que en las otras ocasiones que visité Luang Prabang, me hospedo en la pensión Thepphavong Guest House, que se halla en el barrio peatonal de Huaxiang, centro neurálgico de la población, a dos pasos del Mekong. También estoy en la misma privilegiada habitación desde cuya ventana, mientras escribo sentado en la cama, puedo ver la cúpula verde del monte Phou Si: mejor, imposible.
UN POCO DE HISTORIA – El nombre antiguo de Laos era Tan Xang, que se podría traducir como “El reino del millón de elefantes”. En diferentes épocas Laos formó parte de Vietnam y de Siam (Tailandia).
También fue una colonia de Francia, país al que puede agradecer su independencia y dejó a su paso, entre otras imprentas culturales, que los vehículos circulen por la derecha, que se juegue a la petanca y que se coma pan blanco: sus baguettes rozan la perfección.
En las satisfacciones del paladar también vale la pena destacar el arroz frito, sobre todo el de pollo, cuya carne (con perdón de los vegetarianos) es especialmente sabrosa gracias a que en muchos sitios esas aves corren y picotean libremente. La encantadora gente local pronuncia “chicken fried rice”, diciendo cómicamente “chiquenflailais”.
Cerraré esta sección mencionando la cerveza Beerlao, que sin duda alguna es una de las mejores de Asia. Según afirman, Laos es el país del mundo en que se consume más cerveza.
UNOS RECUERDOS DE KONARK – Mientras permanecí en esa población india se celebró, junto al templo de Jagannath, un festival de danza tribal al que mis amigos locales prácticamente me obligaron a asistir. Cada vez siento menos atracción por esos eventos públicos, y me arrepentí de haber ido en cuanto llegué.
Los artistas aparecieron con una hora y media de retraso, tiempo en el que varios políticos nos “deleitaron” con unos largos discursos. Cuando me pidieron que yo también subiese al escenario a soltar algunas paridas por mi cuenta, me negué en redondo. ¡Ja!
El encargado del sonido tenía el ensordecedor volumen a tope de manera que la música se oía a varios kilómetros de distancia.
Al empezar el espectáculo comprobé desalentado que las supuestas artistas eran una docena de chicas tribales de las que sería difícil decir cuál bailaba peor unas danzas simplonas y repetitivas que no tenían la menor gracia. Empeorando las cosas, una de ellas cantaba soltando gallos con una voz impresentable. No tardé mucho en decir “adiós, muy buenas”.
Por suerte, al irme descubrí que, a espaldas del público, había un toro, gigantesco y juguetón, que se dedicaba a cornear un montón de arena destinado a una construcción, y no paró hasta que no quedó rastro de ella. Aquel sí que fue un espectáculo de mi gusto, al que permanecí atento un buen rato junto con un grupo de perros callejeros,
PASO A PASO – Omkareshwar, Madhya Pradesh, India. Invierno de 1988. Continúa de la crónica anterior. Cuando llegó el día de abandonar Omkareshwar, sentí un poco de morriña anticipada porque aquel sería el último capítulo de un viaje que había empezado ocho meses antes. Kalu y otros amigos locales, demostrando el aprecio que me tenían, se desplazaron hasta la estación de autobuses para despedirme, y el santón Ram Das ordenó a uno de sus sirvientes que transportara mi equipaje.
Junto al autobús me esperaba también el santón Hari Guiri acompañado de sus dos pupilos, uno australiano y el otro serbio. Aquel sabio Naga Baba me susurró al oído: “No me escribas, porque durante la meditación de la última madrugada me ha sido dado a conocer que pronto abandonaré este cuerpo, así que debo despedirme de ti hasta la próxima vida”.
Sin saber qué decir, me limité a abrazar a Hari Guiri. Unos años antes, cuando yo llevaba otra vida y era una persona distinta, hubiese tomado a mofa tal afirmación, pero en ese momento, después de mi cuarto y más largo viaje por la India, di por buenas las palabras de mi amigo, al que no volvería a ver ya que, efectivamente, falleció unos meses más tarde. Continuará.
MIRA LO QUE PIENSO
Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.